Latinoamérica: estancados en nuestras decisiones, por Luis Enrique Aparicio M.
Twitter: @aparicioluis
Dos buenos amigos, sin querer o con toda intención, me abrieron el camino para estas líneas. Uno de ellos me invitaba a leer uno de los cientos, que digo cientos, miles, que digo miles, quizás millones de opiniones que se escriben en las redes sociales, bien en anonimato, atribuyendo a…, o bien identificados. La otra amistad me preguntaba sobre la situación electoral en Colombia.
Pues bien, más que responder o fijar posición sobre las conversaciones entre amigos, me gustaría compartir, con todos, la modesta visión que tengo, bien sobre lo escrito por alguien y además sobre la pregunta del panorama colombiano de cara al 19 de junio de este año, cuando se lleve a cabo la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en ese país.
Por todos es sabido que América Latina ofrece una variedad de contrastes y diversidades. Es, como dice Martín Caparrós: «Lo que debería ser y no termina de sucedernos: somos nuestro fracaso de nosotros». De tal manera que no hay nada novedoso, mucho menos asombroso, en el hecho de que algún acusado de corrupción; militar golpista; exguerrillero; con problemas de equilibrio mental y con tendencia a la violencia, opte por la presidencia de alguno de los países latinoamericanos (también un poquito más al norte) y hasta logre triunfar en algún proceso electoral, de esos que abundan en nuestra región para justificar a la democracia. Lo que vendrá después de eso, también se puede visualizar o al menos se puede llegar a una aproximación. Nada de sorpresas. Aunque todavía hay espacio para ello.
La desigualdad es lo más característico, o mejor dicho es lo común entre todos los países latinoamericanos, estén ubicados en la tendencia que quieran estarlo, izquierda, progresistas o de derecha moderada o extrema. Siguen siendo países en los cuales ningún gobierno ha logrado superar la gran problemática o brecha que representa la pobreza.
Esa que impide el mejoramiento, en términos generales, de las condiciones de vida del latinoamericano. Dicho esto, podemos echar una mirada al índice Gini (el baremo más citado por los investigadores) entre el 2000 y 2017 que descendió 6 puntos en toda la región, algo significativo, pero que luego se estancó y en algunos casos subió.
Los países en la línea de la tendencia más utilizada y que vamos a llamar izquierda, desde donde, se supone, se combate la desigualdad, no lograron bajar el citado índice, pese a su propaganda que tiene más mentiras que realidades. Para muestra un sencillo toque al botón de datos: Venezuela solo bajó a 4 puntos durante sus 22 años de dictadura, con datos difusos y poco claros, que además no han sido actualizados desde 2014. Mientras que Nicaragua bajó 7 puntos. Pero aquellos países que se supone tienen una versión contraria al sistema antes señalado, tampoco han hecho nada para bajar ese índice, y aquí solo tengo a la mano Guatemala y El Salvador con más de 12 puntos, ambos.
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Ahora bien, esa reducción no significó un trabajo serio por parte de los gobiernos. No fue consecuencia de la existencia de adecuadas políticas públicas, que ayudaran a reducir el índice de la desigualdad, que en todo caso es la pobreza. Para que ocurriera la baja, a los lideres políticos les bastó manejar planes de subsidios y otras dadivas para los más pobres. Planes que han sido los mismos de siempre, como ellos y como el problema que siguen estando allí, casi inerte y amenazante como una bestia capaz de tragarse al más populista o progresista de los gobernantes. Sobre todo, si no tienen una idea clara y honesta de como manejar la pobreza.
Con un panorama de esas características, agregado a una radiografía que describe detalladamente aquel informe de Latinobarómetro del 2018, donde se media el porcentaje de personas en Latinoamérica que declaraban no comer lo suficiente, la brecha crecía y crecía, como por ejemplo aquel 62 por ciento de los venezolanos que decían que no tenían la comida suficiente. Dato que fue corroborado, ese mismo año, en un trabajo que tenía la firma de la periodista Johanna Osorio relacionado al hambre en Venezuela.
Y ya con datos más reciente, tenemos otros datos importantes sobre la situación de pobreza extrema en un país como Colombia, que salta de un 31.7 durante el 2019 a un 39.8 por ciento en 2020. Lo que nos podría llevar a una conclusión temprana que aquellos a quienes se les ha dado la confianza para administrar algún país en Latinoamérica, han fracasado y con ellos las decisiones al elegirlos.
Esto permite que conecte el segundo aspecto: la elección. En Latinoamérica, somos los ideales, los elegidos para tropezar, tantas veces sea necesario, con el mismo obstáculo sin obtener algún aprendizaje. Somos capaces de enfrentar algún minucioso análisis sobre el fútbol, o el beisbol, para elegir quién es el mejor equipo o jugador y de esa manera quedarnos con esa, muy acertada escogencia. Pero cuando se trata de asuntos que signifiquen cambios positivos o negativos en nuestra vida como ciudadanos, nos vale y decidimos por el que mejor hace las cosas en Tick-Tock, miente a placer, grita, hace chistes o sencillamente ofrece un “pan con queso” en algún evento partidista.
Conociendo estas características latinoamericanas, muchos aprovechan la ventaja que ofrece la débil democracia para, así, ser electos y como quiera que algunas constituciones tienen ese absurdo de la reelección, insisten en volver, las veces que se ofrezcan. Y si la Constitución no lo establece, pues hay unos que están dispuestos a cambiarla para un supuesto beneficio de todos, cuando en realidad persiguen el de ellos mismos. Y si no es suficiente con eso, aparecen los populistas de moda con sus ofertas engañosas sobre el futuro mejor y por supuesto con la carga contra la política, como si ellos no formaran parte de ella.
Lo descrito, es más o menos lo que, desde mi óptica, está ocurriendo, ahora en Colombia, pero puede ser en cualquier otro país de Latinoamérica: unos muy malos, aprovechan la oportunidad que abrieron otros, también malos, que estuvieron antes y que plagaron el terreno democrático con decepciones, cansancio, que luego abrió paso a la incertidumbre y desacertada búsqueda de algo diferente, de ventaja, aún no representando ninguna opción novedosa. De esa manera, con las elecciones en Colombia, se viene otra muestra de que seguimos estancados en el vicioso ciclo de las amarguras de nuestras decisiones, o mejor, elecciones.
Luis Ernesto Aparicio M. es Periodista Ex-Jefe de Prensa de la MUD
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