Ley para el Desarrollo Sustentable y Sostenido del Odio / Eduardo López Sandoval
Nos encontramos en una larga cola para comprar pasta dental con nuestro comodín, el Profesor de Historia de Venezuela, jubilado por el Ministerio de Educación y pensionado por el Seguro Social, Ramonote Mandefuá, el mismo que está aún activo a pesar de su avanzada edad, -de hecho votó por primera vez en el plebiscito contra el tras anterior dictador de Venezuela, Pérez Jiménez. Este viejo amigo viejo aún trabaja dando clases en el posgrado de Historia de Venezuela. Pero esas tres entradas no le son suficiente en el serio intento de redondearse el sustento alimenticio diario, -esto en la última década-, no cubre un tercio de la canasta básica, sin contar las medicinas: depende de la bolsa. Es precisamente esa dependencia de la caja CLAP lo que lo hace identificarse con el pseudónimo Mandefuá, apellido del personaje Panchito Mandefuá, quien tuvo el privilegio de compartir la cena con el Niño Jesús una noche de Navidad, según cuento de José Rafael Pocaterra… Lo de Ramón es otra historia.
Preguntamos a Ramonote al rompe:
-Profesor Mandefuá, saludos… Dígame, Ramonote, ¿qué le parece la Ley del Odio?
-Te voy a responder con un argumento tuyo: los burros se buscan para rascarse.
Y se enseria el Profesor:
-¿Tú recuerdas que en tiempos del fallecido militar fuimos anfitriones del dictador Robert Mugabe, de Zimbabwe, quien se durmió en la Cumbre? Lo de dormir ese señor de cierta edad, que para el momento acumulaba 30 años de dictadura, no lo digo de forma peyorativa, lo digo pa que lo recuerdes…
-Sí, lo recuerdo claramente, ese fue quien roncó, pero de dormido, en una de esas tantas cumbres que ha organizado el régimen, esta fue la del Movimiento de los No Alineados, creo, realizada en la isla de Margarita. Por cierto, financiada con los dólares que hoy nos faltan. Recuerdo que el profundo sueño lo echó con pocos participantes presentes, durante las intervenciones de los oradores del país anfitrión…
-Bien, ese es el hombre, el mismo militar dictador, que vino a Venezuela a rascarse con el otro burro, el mismo que para el momento, hace una década, comandaba, como buen militar, una crisis económica en su país con una inflación que había llegado a superar el 14 000 000 %. Yo recuerdo que para el momento en que fue recibido por su par militar venezolano, un huevo allá tenía un precio de 14 millones de dólares Zimbabwenses… Aquí casi que llegamos, en el instante que se redacta este escrito estamos por los tres millones de bolívares -de los de antes- por un huevo. (Mi pana lector, para el momento que leas esta línea posiblemente habremos alcanzado a la dictadura africana en los 14 millones de bolívares por un huevo, Poseso mediante…).
Le acotamos al Profesor, que nos parecía entender bien que los pares militares se juntaron para rascarse en esa visita, pero, cuál es la relación con la Ley del Odio, le preguntamos. Y nos respondió que la Ley del Odio se iguala con el decreto de Mugabe mediante el cual prohibió la inflación. Los comerciantes iban presos, los comercios los cerraron, pero igual los productos desaparecieron y la gente moría de hambre. La inflación “obedeció” la prohibición en África, tal la Ley del Odio hoy en Venezuela es “obedecida” por la gente…
-Por esa obtusa vía sólo falta que la ANC prohíba el hambre… ya la Asamblea Nacional Constituyente (ANC) aprobó la Ley de Precios Acordados, presentada por el presidente Nicolás Maduro, eso es el equivalente al decreto que prohibía la inflación, del otro dictador, de Mugabe… Se buscan para rascarse.
Le agregó antes de despedirse que en los futuros estudios de Derecho, que oh Alá, esta ley no sobreviva un tiempo más como el de Cuba, debe estudiarse como el más importante antecedente de este mamotreto de ley, el “Prohibido hablar mal de Chávez”, orden que es aún vigente.
-Para tú hablar mal–siguió el viejo-, es necesario que pienses mal, cuando te prohíben que hables mal de Chávez, expresamente ordenan que es prohibido pensar…
Y le toca avanzar al viejito para recibir los dos tubos de pasta dental que le corresponden a cada colista, y se despide con este par de lapidarias sepulcrales:
– ¡Prohibido pensar! ¡Quien piense va preso…!
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