Salir del clóset: cuatro letras, cuatro historias (VII)
Con motivo del mes del Orgullo Gay 2020, TalCual habló con cuatro personas de la comunidad LGBT que cuentan sus historias sobre lo que fue para cada una el proceso de salir del armario y qué significó para ellos romper el silencio
Este trabajo forma parte de la serie Orgullo 2020 de TalCual
Salir del clóset es la expresión que se utiliza cuando alguien revela su orientación sexual, distinta a la heterosexual, o su identidad de género, diferente al sexo biológico. Normalmente se usa cuando la persona conversa con su familia, pero la frase también se puede emplear cuando se lo dice a sus amigos, compañeros de clases o del trabajo, o a cualquiera que, por curiosidad, se lo pregunte.
Con motivo del mes del Orgullo Gay -cuando se conmemoran las revueltas de Stonewall en Nueva York, Estados Unidos, de 1969, que marcaron el inicio del movimiento de liberación homosexual-, TalCual conversó con cuatro personas de la comunidad LGBT que relatan cómo fue para cada uno el proceso de salir del armario y qué significó para ellos haber tomado la decisión de romper el silencio.
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Lesbiana
Geisa La Riva, 27 años de edad
Mi historia inicia a los 15 años, cuando en el colegio comencé una relación con la primera mujer de mi vida. Ambas estudiábamos juntas, nos conocíamos de toda la vida, y de un momento a otro sentimos curiosidad la una por la otra. Era un amor de niñas, de colegio, y teníamos que ocultarlo, hasta de nuestras propias amigas, porque nuestros padres jamás aceptarían el camino que habíamos elegido, y porque aún no estábamos listas para salir del clóset.
Al parecer no lo hicimos tan bien, porque su mamá sospechó de inmediato, y nos intervino todos los medios por donde nos comunicábamos, descubriendo nuestro pequeño secreto. Sin dudarlo se citó con mis padres y me culpó de todo lo sucedido.
Creo que jamás había sentido tanto miedo como ese día. Tenía miedo a la reacción de ellos, de decepcionarlos, de las represalias y, sobre todo, tenía miedo de que me dejaran de amar. Fue un día largo, y muy lento. Cuando finalmente llegaron a casa, todos mis miedos se hicieron realidad.
Recuerdo que el regaño duró al menos dos horas. Estaba temblorosa, y no tenía manera de defenderme, porque no querían escuchar mi versión, ni lo que sentía. Para ellos era una etapa, y para mí, la elección de mi vida. Decidí dejar el miedo, y revelarme cual adolescente que era, y defendí todo lo que llevaba ocultando por años, sin importar las consecuencias, y en ese momento sentí como si me estuviera quitando un peso de encima. No debía ocultarme más.
Fue un proceso complicado, tanto para mí como para mis padres, por sus raíces, sus creencias y sobre todo por ser de una época completamente distinta a la mía, pero se impuso el amor por encima de cualquier cosa, y fue solo cuestión de tiempo para que llegara su aceptación.
Hoy siento felicidad plena, porque a pesar de haber crecido en un país donde no podía ser libre, siempre he estado rodeada de gente que me apoyó en todo el proceso, y gracias a eso, soy lo que soy hoy en día.
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Gay
José Ignacio Plessman, 24 años de edad
No fue una decisión que tomé por mí mismo, sino que en varias conversaciones mi terapeuta me lo recomendaba. Recuerdo que estábamos hablando de cosas personales y en un momento me preguntó si mi familia lo sabía, y le dije que no. Ella, como terapeuta, me recomendó que lo hiciera porque iba a ser mejor para mí, pero dijo que al final tomar esa decisión quedaba de mi parte. Eso fue a mediados de 2015.
A finales de ese año decidí hablar con mi familia. Recuerdo la fecha exacta: 22 de diciembre de 2015. Decidí hacerlo por separado con cada uno, con mis padres y luego con mis tías. Fueron cuatro conversaciones.
En verdad había fijado en un principio la fecha: para enero, cuando regresara de un viaje a Chile con mis tías. Pero hablando con mi mejor amiga el día antes de decirlo, el 21 de diciembre en la noche, ella me preguntó si no era mejor que lo dijera antes del viaje para irme sin ese peso encima. Tenía razón y no esperé. Al día siguiente lo hice.
Estaba nervioso. No sabía qué reacción esperar, solo que no se lo esperaban. Como tuve novias en bachillerato, creían que era heterosexual. De hecho, una vez mi papá llegó a decirme que le caía bien mi mejor amiga de la universidad para que fuera mi novia. Fue incómodo. Solo me reí, no supe qué decirle.
No me acuerdo mucho de las palabras que usé, pero sí de los lugares donde se los dije: tanto en mi casa, cuando hablé con mis padres por separado, y en la casa de mis tías cuando hablé con ellas, fue en la cocina. Sin planearlo.
Tampoco recuerdo muy bien la reacción de mi papá, pero no fue mala. Lo que hizo fue escucharme, pendiente de lo que le estaba diciendo. A quien sí le vi una reacción clara fue a mi mamá. Apenas se lo dije bajó la cabeza. Yo seguía hablando mientras ella veía un punto fijo. No sé qué estaba pensando. Seguí hablando y, de repente, subió la cabeza y me dijo: «Yo igual te quiero». Se me acercó, me dio un beso y seguimos hablando.
Con mis tías fueron buenas reacciones. No noté nada extraño cuando estaba hablando, más bien siguieron escuchando. Estaban receptivas.
Al día siguiente, cuando me levanté, lo primero que pensé fue: «No puedo creer que lo hice. No puedo creer que por fin pasó». Sentía que ya no había nada que ocultar. Cuando vaya a salir con alguien, no es que esté saliendo con una mujer sino que estoy saliendo con un hombre. No tengo que mentir más. Ya no hay nada oculto. Todo está dicho. Ahora ya hay libertad de poder conversar e incluso tener discusiones al respecto.
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Bisexual
Arquímedes Reyes, 24 años de edad
De pequeño yo tuve actitudes que no eran comunes en varones. Por ahí empezó el cuestionamiento de mi sexualidad por parte de otros. Desde muy chiquito, me decían que yo era ‘maricón’ y ‘raro’ porque no me gustaban los deportes ni pasármela mucho con varones como con las niñas. Me decían que yo era mujer, incluso me ponían nombres femeninos.
Cuando llegué a la adolescencia, fui más consciente de lo que me gustaba, y reconocí que en verdad sí me gustaban los hombres como los demás decían. Me lo creí. Pero cuando me dije que era homosexual, hubo una incomodidad. Yo sentía que a mí no solo me gustaban los hombres. De la misma forma que yo veía a los hombres, veía a las mujeres, así los demás dijeran que a mí solo me gustaban los hombres. Sentía lo mismo por ambos. Para los demás no era así. Yo nunca dije abiertamente nada, simplemente me callaba ante las burlas, no me defendía. Esto me afectó. Perjudicó mi autoestima y acentuó mis inseguridades.
Yo era el chiste de todos, cada vez que alguien podía hacía un comentario sobre mí. Yo veía que hasta mis papás eran cómplices, porque si bien no se reían, les daba vergüenza o aceptaban de cierta forma lo que los demás decían. De alguna forma eso los hacía cómplices. Yo esperaba que me defendieran y protegieran, no fue así.
Crecer en este ambiente de irrespeto, donde había un tormento tanto en mi casa como en la escuela, no fue fácil, y eso tiene daños. A veces las palabras son peores que los golpes.
A los 19 años, cuando ya estaba en la universidad estudiando Comunicación Social, me relacioné con personas que no eran cercanas a la gente de donde vivo y dejé de pasármela con los que fueron mis compañeros del colegio. Esta gente nueva pensaba distinto y no me cuestionaba ni se burlaba de mí. Eso me hizo sentir más cómodo, aceptado y respetado. Fue en este momento cuando conocí a mi segunda novia y nos hicimos novios.
En los primeros meses que estuvimos hablando yo le confesé, con miedo, que también me atraían los hombres. No era fácil decirlo porque podía terminar todo y me importaba mucho esa relación. Pero para mi sorpresa, no solo lo aceptó, sino que me dijo que también era bisexual, pues como le gustan los hombres le atraen las mujeres. Sentirte aceptado y respetado por mi novia fue un motivo para continuar y ser un poco más abierto conmigo mismo, reconocerme más.
Empecé a ser más abierto con mi sexualidad, a aceptarme. Le dije a mi círculo de amigos más cercano que yo era bisexual.
Fue en 2019 cuando le dije a mis papás que era bisexual, pero porque me pusieron entre la espada y la pared. Un hermano que también se burlaba de mí -y todavía lo hace- me amenazó y me dijo que le iba a decir a mis padres. A esas alturas, cuando ya yo me aceptaba, no me importaba tener un noviazgo con un hombre, besarlo y agarrarlo de las manos delante de quien sea, y tampoco me importaba que las demás personas se enteraran de que soy bisexual, me pregunté por qué tenía que seguir ocultándoselo a mis papás, por qué seguir teniéndole miedo a estas amenazas.
Entonces, un día que no estaba mi hermano, me acerqué a mi mamá y le dije: «Yo soy bisexual». Me dijo que, de cierta forma, ella ya lo sabía, que se lo imaginaba. Lo aceptó, incluso me comentó que no era nada malo. Realmente fue bastante comprensiva. No sé si luego habló con otros familiares ni si les pidió que me respetaran, yo asumo que sí porque el trato cambió.
Cuando las personas me preguntan, y cada vez que puedo, digo que soy bisexual. No porque quiera ligar, llamar la atención o para que me den un trato especial, sino para que esto se normalice en donde me esté desenvolviendo y porque muchas personas todavía tienen prejuicios. Mientras más se visibilice, más se van a tumbar esos prejuicios y las personas verán que todo esto es algo normal.
Decidí que necesito hacer activismo. Necesito luchar por el reconocimiento y por la igualdad no solo por mí sino por todas las personas que pasaron lo mismo que yo, incluso peor, pues hay personas que están siendo asesinadas, recibiendo golpes, víctimas de violencia y un sinfín de vulneraciones de derechos humanos y abusos que tienen que parar.
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Trans
Angélica Vitanza, 26 años de edad
Mi caso es muy particular porque salí del clóset dos veces. Primero dije que era un chico gay y luego obviamente dije que era una mujer trans. Gracias a Dios de mi familia no tuve rechazo, o sea, sí me apoyaron. Hubo algunos a los que no les pareció, pero de mi pilar familiar como tal, por lo menos mi papá, no tuve rechazo alguno.
Cuando yo le dije que me gustaban los niños, que era diferente, él lo que me dijo fue: «Hasta que por fin te diste cuenta». Él lo sabía desde que yo era una bebé. Creo que eso me ayudó mucho a como soy.
En el caso de mi familia materna, se los dije cuando tenía 15. Luego, en 2015, les dije que quería ser mujer, que yo era una mujer, y ellos lo que me dijeron fue: «Tú puedes hacer lo que quieras, pero sé la mejor y sé una dama siempre, y hazte respetar».
Siempre mi familia me trata súper bien, tengo contacto con mis dos hermanas.
Hay personas que obviamente están acostumbradas a llamarme como él y no ella. Entiendo que después de llamar toda su vida a una persona con un nombre no es fácil acostumbrarse a usar otro de la noche a la mañana. Por eso no me molesto.
No fue duro, tal vez con mis amistades sí. Aunque hay mucha gente que dice que acepta y respeta, es mentira. Con mis amistades sí fue un poco difícil, estaba acostumbrada a estar con mis amigos y de repente ya no salía con ellos porque la gente todavía tiene un prejuicio muy grande. Es muy chimbo.