Lo que jala «un pelito», por Teodoro Petkoff

Con la observación electoral internacional ocurre lo que con las encuestas: mientras al encuestado le va bien en ellas, las elogia; si los registros lo desfavorecen, las califica de «chimbas». Cuando un candidato va cómodo, los observadores internacionales son una «expresión de la democracia» cuando comienza a estar en apuros, los observadores internacionales pasan a ser «entrépitos» que lesionan nuestra soberanía cuando no torvos «agentes» del «imperialismo». Cuando la OEA y el Centro Carter convalidaron las elecciones de 1998 y 2000, ganadas fácilmente por Chávez, sus posturas fueron saludadas con entusiasmo por los vencedores. Ahora, a la OEA se la acusa de «vendida» de «aliada de la oposición» se objeta al jefe de su misión y el ex presidente Carter pasa a ser «ese viejo gringo» a quien se puede desairar.
Pero la observación internacional es fruto de los desarrollos democráticos del continente. Es un instrumento cuya pertinencia nadie discute porque los políticos saben muy bien que en ese juego unas veces se está arriba y otras abajo y siempre conviene una presencia imparcial que garantice los derechos de todos, en especial de quienes están, de suyo, en desventaja frente a los poderes gubernamentales, sobre todo cuando estos son o podrían ser utilizados inescrupulosamente. En el mundo de hoy, y en particular en la Latinoamérica de hoy, especialmente en países con altos grados de conflictividad interna, la observación internacional es insoslayable. Ningún país democrático puede sustraerse a ella, so pena de comprometer gravemente sus credenciales políticas y de condenarse al aislamiento. El costo político de ignorar, descalificar o rechazar la observación internacional puede ser muy alto, aun para regímenes que parecieran tener la fuerza y la capacidad para jugar sucio. A ningún político sensato se le ocurriría parafrasear hoy a Stalin preguntando, como este sobre las del Papa, cuántas divisiones blindadas tienen Gaviria y Carter.
Tampoco puede desestimarse la importancia de un dato como el atinente al comportamiento de la FAN durante el proceso de reparos. La natural lógica de los medios, para los cuales sólo las malas noticias son noticias, llevó a dar mucha relevancia a las conductas indebidas de algunos oficiales que hostigaron y obstaculizaron el proceso en varios centros de reparo. Pero una apreciación global, centro por centro, demuestra que en la abrumadora mayoría de ellos, la conducta de los militares fue irreprochable. Hubo varios, es cierto, que actuaron como militantes del MVR, pero la mayoría respondió a criterios institucionales. A un político sensato no se le escaparía este detalle.
Finalmente, vale la pena comentar el abierto contraste que ha podido observar el país entre la actitud de Chávez y la de algunos de sus colaboradores –esos que se han colocado en primer plano, porque hay otros cuyo bajísimo perfil es muy significativo. Mientras el Presidente viene aceptando, desde hace varios días, que es posible que se hayan recogido las firmas y que iría «feliz» a un RR, y ayer tras el juego de softbol, prácticamente admitió lo que todo el mundo sabe, algunos de los suyos andan por ahí con el grotesco show de las «cédulas clonadas» pretendiendo convencer al mundo del extraño caso de un país donde, a diferencia de toda la experiencia universal conocida, es la oposición y no el gobierno el que comete un fraude electoral. Esto está cada vez más claro y bien se puede decir que lo que es del cura va pa’ la iglesia.