Los exiliados de la hallaca, por Miro Popić
Hace poco, en esta misma sección, discurrimos sobre las hallacas del exilio y la narrativa creada en torno a esa figura a partir de una frase ya clásica: «este diciembre, las hallacas me las como en Caracas». Hoy vamos a invertir la ecuación para ocuparnos de los exiliados de la hallaca.
Si bien la palabra exilio nos habla de la separación de una persona de la tierra donde vive o nació, podemos ampliar su interpretación a la separación de una persona de lo que come o comió como forma y manera de mutilar su identidad.
Para todo venezolano, es imposible no pensar, hablar o escribir sobre hallacas cuando llega diciembre y se acerca la Navidad. Ya en 1954, el periodista Ramón David León, en plena dictadura de Marcos Pérez Jiménez, escribía semanalmente una nota en el diario La Esfera sobre lo que se comía en las regiones de Venezuela. Compiladas en un libro, esas notas comenzaron a llamarse Geografía Gastronómica Venezolana.
Entre otras cosas, León dijo sobre la hallaca: «La hallaca es, entre nosotros, un símbolo de unificación. Cuando por cualquier circunstancia, estando en el exterior, se piensa en la patria, la hallaca es lo primero que se viene a la mente. Compatriota que no sea adicto a ellas puede ser considerado prófugo de la nacionalidad». En sus palabras, la hallaca se transforma en sinónimo de patria.
Lo he escrito antes y es bueno recordarlo una vez más. La hallaca representa la cultura alimentaria de un pueblo que se reconoce en la tradición porque es justamente en torno a ella que se ha construido dicha tradición. Identidad, pura y simple. Símbolo y rito que se come como un sentimiento atado con un pabilo que nos une en la valoración de nosotros mismos. Autoestima envuelta en hojas de plátanos.
¿Somos venezolanos porque comemos hallacas o comemos hallacas porque somos venezolanos? Somos venezolanos desde que tenemos República. Antes, éramos súbditos de un rey que nunca conocimos pero sí sufrimos. Éramos provincia, capitanía general, gobernación, administración, etc., sujetas al dominio colonial. Súbdito viene del latín someter. Como ciudadanos, en cambio, somos miembros activos de una sociedad con deberes y derechos políticos.
Desde el punto de vista histórico-jurídico, la formación de Venezuela como Estado independiente, se inicia el 19 de abril de 1810 con el rompimiento del nexo colonial, pero se define como República al disolverse la Gran Colombia y aprobarse la Constitución de octubre de 1830. Territorialmente comprende «todo lo que antes de la transformación política de 1810 se denominaba Capitanía General de Venezuela». Es en ese momento que comenzamos a tomar forma y a constituirnos en nación, es decir, en un conjunto de personas que tienen un mismo origen, hablan un mismo idioma, tienen una tradición común y un territorio que defender. Como lo dijo Bolívar en su momento: «hemos creado un pequeño género humano».
Pues bien, ese pequeño género humano comenzó a reconocerse cuando nos percatamos de que comíamos lo mismo y si comemos lo mismo debemos ser la misma gente. ¿Cómo así? En las diversas provincias que antes de 1810 vivían separadas y reportaban administrativamente a diferentes jurisdicciones, se elaboraban pasteles de maíz envueltos en hojas de plátanos, que algunos llamaban hallacas, y que rellenaban con lo que el paisaje proveía.
Contengan lo que contengan, en las hallacas hay una armadura de propiedades que se mantienen invariables, un código de funciones que les son propias y un mensaje singular, coincidente, de adherencia y continuidad que se sostiene en el tiempo y la distancia.
¿Desde cuándo somos venezolanos, entonces? Muy sencillo: ¡desde que comemos hallacas!
Doscientos años después, ese género humano del que habló Bolívar sufre el éxodo de más de ocho millones de compatriotas. Lo llamamos diáspora. Como consecuencia de ello, la hallaca se ha hecho universal y estoy seguro de que no hay lugar en el mundo donde exista un venezolano que no esté pensando en las hallacas en este momento.
Poder, propinas y vino, por Miro Popić
Junto a las hallacas del exilio, hay otro sufrimiento mayor: los exiliados de la hallaca. Aquellos que en su propio país carecen de los medios para procurarse una hallaca, por modesta que sea. «Qué voy a estar haciendo hallacas, dijo una entrevistada, si hace veinte años que no las como. Ya ni recuerdo cómo son».
No podemos ser lo que no comemos.
Miro Popić es periodista, cocinólogo. Escritor de vinos y gastronomía.
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