Los mandatos de María Corina, por Simón García
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El 22 de octubre convirtió a María Corina en candidata de la oposición porque ese fue el objetivo de la primaria. Adicionalmente la contundencia de su triunfo le añadió una segunda condición: dirigente principal de la mayoría opositora.
El mandato que unifica esa doble atribución es la de participar en el proceso electoral, aún si sus condiciones no son medianamente competitivas. Precisamente por estar en un régimen autoritario y no en una democracia es por lo que tiene importancia empeñarse en mantener la lucha en el terreno más desfavorable para el gobierno.
Un mandato que exige prefigurar en el discurso y la conducta la noción democrática como relación cotidiana y obligación actual. Es también un mandato para negociar con el régimen como adversario y ejecutor de una política que obstaculiza la superación de la crisis económica y de poder.
El ejercicio de la democracia es lo que hace de la oposición una alternativa al autoritarismo. No se puede enfrentar un poder autocrático con más autoritarismo ni manejando la democracia como una promesa para después de ganar. Avanzar hoy en ese terreno exige convocar a la paz, procurar una unión electoral que incluya al descontento chavista y a las disidencias opositoras no cooptadas por el régimen.
Hay que debatir con más precisión los contenidos, objetivos y posibles modalidades que puede tener una transición hacia el disfrute gradual y pacífico de convivencia y vida democrática entre todos los venezolanos. El marco de esa transición es la vigencia de la Constitución de 1999 en todos los ordenes.
Esos mandatos los debe cumplir María Corina como candidata hasta el momento que haya que cumplir con el cronograma que apruebe el CNE. A partir de allí se requiere de su participación, decisiva pero no única, en la formulación de una política que mantenga la convicción que Maduro es derrotable también con otra candidatura que exprese un respaldo mayoritario de la población. El gobierno concentra mucho poder, pero tiene una enorme limitación para completar con ventajismo y argucias la votación que no tiene.
Estamos en una situación en la que predomina aún la lucha por el liderazgo en la oposición. Es una dificultad que hay que superar con el cese de las exclusiones a ideas, personas y organizaciones disidentes. Más urgente si María Corina es eliminada por una ilegal vía de fuerza, junto con Capriles y probablemente cualquier candidato opositor que no ofrezca al régimen garantías sobre su derecho a seguir promoviendo su proyecto político después de un cambio de gobierno. Es el precio y la prueba del advenimiento de la democracia.
La élite dirigente debe comunicarle al país como resolver oportuna y eficazmente un tema que no debe ser tabú: cómo enfrentar una probable eliminación serial de candidatos opositores que tengan chance de ganar.
Para eso hace falta ver en acción el otro atributo que adquirió María Corina el 22 de octubre: orientar una sustitución que mantenga la opción de triunfo y mejore las posibilidades de concertar la transición con el gobierno. Fue la razón que condujo a Lagos en Chile a retirar su candidatura para poder gobernar después de ganar. ¿Es mucho pedir?
Si ello no ocurre, la intuición política de los electores va a operar como una mano invisible del mercado electoral de victoria que haga coincidir a la Fuenteovejuna la elección de cada uno con la mejor para todos. En definitiva si cada hombre un voto, son los electores los que deciden.
La vía de Nicaragua no se detiene con sanciones ni el cambio de régimen acudiendo al temor y a la represión. Hay y faltan muchos escollos que hay que sortear ganar con política, con alianzas verdaderamente amplias, con inteligencia, astucia y muchos votos.
Simón García es analista político. Cofundador del MAS.
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