Los Miserables, por Teodoro Petkoff

Las presos nuevamente están en huelga. Las noticias provenientes de los penales se han vuelto recurrentes, en clamorosa evidencia de la incompetencia patológica que caracteriza a la burocracia chavista. Seis años tiene el gobierno con esa papa caliente entre manos y después de ese lapso poco o nada se ha avanzado en la reforma y reconstrucción del sistema penitenciario. Por supuesto que el problema no es de reciente data, pero también es cierto que nunca antes había alcanzado proporciones semejantes a las que actualmente tiene.
Este no es un tema que goce de alto rating en el escalafón de las preocupaciones nacionales. Es más, TalCual lo comprueba por sí mismo: cada vez que tratamos este asunto editorialmente la venta del periódico se resiente.
Pero, nobleza obliga. Ante esto no se puede callar. Una parte significativa de la actitud desaprensiva del gobierno frente a la calamidad de las prisiones tiene que ver con la indiferencia, cuando no la complacencia, de la sociedad ante aquella. No existe una presión social global que obligue al gobierno a moverse con agilidad en procura de soluciones.
De otro lado, toda la charlatanería “revolucionaria” queda en cueros en este caso; porque un propósito de reforma social no debe necesitar, frente a cierto tipo de desgracias, otro impulso para actuar que el que proviene de principios y valores. Pero el ácido de las prisiones disuelve sin dificultad el barniz “revolucionario” que recubre a algunos de los más gritones personajes de la galería chavista. La diputada Iris Varela no encuentra otra manera más banal de “explicar” la actitud de los presos que como producto de un complot inducido desde afuera.
Según ella, una mafia está detrás de la huelga de los presos, de la cual Humberto Prado sería el jefe. Pero no, señorita Varela, el problema es “endógeno”, como diría el Presidente. Es un “núcleo endógeno” que está en las cárceles, que está en el sistema judicial y en el aparato policial y que infecta a toda la administración de justicia y de represión del delito. No es Prado el responsable. El, antiguo convicto, ahora abogado, tenazmente mantiene una larga lucha por la reforma del sistema penal, para hacerlo moderno, eficiente y útil para los propósitos de sanción del delito.
Un sistema penitenciario donde, además de los horrores que le son propios al venezolano, operan, por ejemplo, bandas fuertemente armadas, en cuyos pabellones ni siquiera se atreve a entrar la Guardia Nacional – como no sea, cuando lo hace, a plomo limpio-, es un sistema enfermo.
Es un sistema que genera delincuencia, un sistema delictivo en sí mismo. (De paso, la reforma del Código Penal lo hará aún peor, porque el hacinamiento será aún mayor). Reformarlo es parte importante de la lucha por un país menos inseguro. Chávez, quien desde “El Oráculo del Guerrero” no había vuelto a citar otro libro de cabecera, a raíz del regalo navideño que le hiciera José Vicente de la obra de Víctor Hugo, no para de ponderar “Los Miserables”. Bueno, las cárceles venezolanas son hoy como las que padeció Jean Valjean, el personaje de la novela, en el siglo XIX. Aunque no sea sino por eso Chávez debería ocuparse de superar esa vergüenza.