Los ojos de mis héroes, por Gustavo J. Villasmil-Prieto
“Dime si habrá alguien que te espere
O simplemente mientras te duermes
Los ojos de tus héroes te miran desde la pared”
Barón Rojo. Siempre estás allí (1983)
La ocasión especial de recibir a los estudiantes del nuevo curso del Semiología Médica me ha movido a compartir algunas reflexiones de esas que uno llama “del alma”; reflexiones que brotan a la luz lo mismo de la historia personal como de la nacional, de la experiencia tras media vida a caballo entre el ejercicio de la Medicina y la lucha por la hoy irredenta causa venezolana. No podría yo reducirme a unas pocas instrucciones para el mejor aprovechamiento del curso ni a las esperables recomendaciones bibliográficas de rigor porque ¡estos muchachos que aquí han venido insisten en querer hacerse médicos! ¿Qué decirles que no parezca un popurrí de frases hechas cuando no un atado de mentirillas irresponsables, una macabra tomadura de pelo en un país que prescindió de toda idea de piedad?
Yo fui alumno del otro grande, del viejo Hospital Vargas, casa fundada sobre la nostalgia de mis venerados maestros. Mi nueva casa, el Hospital Universitario de Caracas, se fundó sobre una base distinta: la de la fe, que en aquella Venezuela de los años 50 daba por hecho que el mañana siempre sería mejor. Inquebrantable convicción venezolana en el porvenir que en otro tiempo se materializó no solo en este edificio que aún mancillado como está nos habla de la grandeza con el que fue pensado hasta en sus mínimos detalles, sino que también en el inmenso pensamiento médico que se gestó en sus espacios. El gran Henrique Benaim Pinto encarna una expresión eximia de ese pensamiento, en no pocos aspectos superior al del mismísimo William Osler.
Autor de uno de los libros más importantes jamás escritos en esta universidad, “Significación de la Queja, en la Relación del Médico con el Paciente y del Paciente con el Médico” (1983), Benaim Pinto centró su preocupación como filósofo de la Medicina en la cuestión que hoy quiero proponer a mis nuevos estudiantes: en la queja de enfermo, entendida esta como única ventana a la fenomenología de ese particular e irrepetible ser humano que yace allí, en alguna de nuestras salas, viéndonos pasar frente a su cama, convencido de que somos nosotros los portadores de su última esperanza. La queja del paciente, que para Benaim Pinto constituía “una biopsia del mundo del que proviene”.
Es a partir de ella que, con la ayuda de la semiotecnia, nos aproximamos a la verdad del diagnóstico. El antiguo “histor” jónico era “el que decía la verdad”. La historia clínica, que con esmero mis estudiantes aprenderán a confeccionar a partir de un motivo de consulta centrado precisamente en la queja complementada con la anamnesis -del griego “lo que no hay que olvidar”– y el examen físico escrupuloso del cuerpo enfermo, deben poder conducirnos a la verdad de la enfermedad que lo separa del mundo robándole su centro vital. Lo demás –tecnologías médicas incluidas– serán meros complementos porque la diagnosis es producto de un proceso eminentemente humano: el pensar.
Se ha dicho que la Medicina es técnica – techné iatriké- pero sobre todo que es doctrina. Y yo reivindico con emoción en esta hora aciaga para la Medicina venezolana la potencia de toda la doctrina médica vertida desde estos espacios por pensadores de la estatura de Benaim Pinto, pero también de Sanabria, de Machado, de Leamus, de Kaswan… Con sus retratos presidiendo nuestra sala, no puede escapar uno de la intensa sensación de saber y de sentir, como decía aquella pieza del indomable rock de la transición española, que “los ojos de tus héroes te miran desde la pared…”.
He invitado de corazón a mis nuevos estudiantes a adentrase al particular mundo de vida de nuestros enfermos, a asomarse con respeto y solidaridad a sus dramas, sus necesidades, sus temores y aspiraciones. La escucha atenta de sus quejas será nuestra mejor hoja de ruta. Prosigamos palpando su anatomía dolorida plano a plano, desde el más superficial hasta el más profundo, escuchando como resuenan las vibraciones en sus cavidades corporales sea que las provoquemos por la percusión o que las auscultemos con nuestro estetoscopio; dirijamos hacia él nuestra “mirada ordenadora”, como decía Michel Foucault, procurando sistematizar toda aquella complejidad en torno a un diagnóstico que nos conduzca al mejor tratamiento posible aún en medio de esta tragedia que vivimos.
En eso consiste, les he dicho, la pasión de ser médicos. Y con las pasiones no hay tranza posible, pues exigen ser vividas con entrega total. Son aguas peligrosas las del ejercicio médico en la Venezuela de estos tiempos; mares picados que habremos de surcar bajo la guía de la mirada de esos, nuestros héroes.