Los retos del No, por Teodoro Petkoff
Para el No el dilema de ganar o perder plantea también un verdadero desafío. Cuando Chávez inició su gobierno e incluso cuando este fue relegitimado, en las elecciones del 2000, la oposición no era más que una débil coalición de fuerzas dispersas, pero hoy constituye un vigoroso movimiento popular que ha plantado cara al régimen y cuya nada improbable victoria el próximo domingo tendría que obligar al actual equipo gubernamental a reflexionar seriamente sobre su futuro comportamiento en la oposición. De su desgaste no hay más responsable que el propio gobierno y en particular su líder, a cuyo discurso y estilo hay que cargar buena parte de la responsabilidad en el despilfarro del inmenso capital político con el cual comenzó su gestión. Mantener el estilo conflictivo y camorrero en la oposición y desarrollar una conducta obstruccionista sería una manera de lanzarse por el tobogán de una acelerada profundización del desgaste la declinación de su movimiento. La lectura apropiada de un resultado desfavorable debería conducirle a comprender que el país castigó un modo de gobernar que, más allá del mero ejercicio de la administración pública –que también ha sido extremadamente ineficiente–, ha producido desgarraduras profundas en el espíritu de la nación y ha sembrado temores, algunos infundados, otros basados en indicios inocultables, acerca de los peligros de un ejercicio de gobierno cada vez más autoritario y antidemocrático. Los hechos habrían demostrado que la mayoría del país no está dispuesta a cambiar ni siquiera un hipotético, y hasta ahora inexistente, avance material por la limitación cada vez más severa de la vida democrática. Dentro de la democracia todo; fuera de ella, nada. Esa sería la lección que el oficialismo debería extraer de una eventual derrota, para ajustar a ella su desempeño en la oposición.
Pero, sería también una enseñanza caso de que el Presidente no fuera revocado. Porque la sola convocatoria y realización del RR, así no se alcanzara el resultado perseguido, es ya la evidencia de que gobernar ignorando y excluyendo a millones de venezolanos, pateando sus derechos, abusando del poder, compromete gravemente la gobernabilidad, afecta seriamente la posibilidad de una gestión exitosa y condena al país a una sostenida inestabilidad, por la sencillísima razón de que nadie está dispuesto a aceptar que se gobierne con base en la humillación y el desprecio del muy legítimo derecho a disentir de la obra de gobierno.
Un No que eventualmente sobreviva al reclamo del RR tendría que asumir la realidad de que tiene frente a sí, en números redondos, a la mitad del país. Desconocer sus derechos, condenarla al apartheid, continuar con la prédica mentirosa que califica el legítimo derecho al desacuerdo, como sedición y golpismo, sería continuar sembrando vientos, con su lógica cosecha de tempestades. Por el contrario, una rectificación que establezca lo que hemos venido llamando un clima de convivencia sería lo políticamente sensato.
El factor más dinámico de la vida nacional es el gobierno mismo. Tocaría a él adelantar una apertura política, una política de amplitud, que contribuya a colocar definitivamente sobre el tablero democrático y constitucional la natural, inevitable y necesaria controversia gobierno-oposición, propia de toda sociedad civilizada.