Magnisuicidio, por Laureano Márquez

El lo venía diciendo. Varias veces lo había anunciado desde su programa dominical. Y lo tomaban a chiste, a burla y no faltó quien lo tildara de loco. Claramente había señalado cómo Bush, a través de Carmona, quizá con la participación del mismo Uribe, estaba planificando todo… Y ahora, Ąvenir a pasarle esto! Es crónica de una muerte anunciada.
Ellos dicen que fue suicidio, pero quién sabe, porque esos gringos son mañosos y los caminos de la CIA son laberínticos. Existe hasta la sospecha de que él mismo fuese un infiltrado. Si no, żcómo se explica lo del magnisuicidio?
Claro, ya se les había vuelto insoportable tanta justicia social y tanta democracia participativa y protagónica. A mí nadie me lo quita de la cabeza: detrás de todo esto tiene que estar el imperialismo yanqui. Que alguien revise dónde fueron fabricadas las capuchas. Visto que no podrían derrotarlo por la vía electoral, como ha demostrado Jorge hasta el cansancio, decidieron tomar el atajo, la vía de las armas. Ellos tienen que haber organizado todo esto, porque tanto desprecio por la vida y por la sensatez no puede ser obra de una revolución humanista.
La vida se le había vuelto una tortura: en las noches no lograba conciliar el sueño pensando en su futuro, como suele pasarnos a todos; corría peligro en las calles e incluso dentro de su casa, como cualquiera de nosotros, como cualquier grupo de estudiantes que vienen de presentar un examen de matemáticas. Su vida, como la nuestra, se le iba en cuidarse.Y aunque no seamos tan importantes como él, como apunta José Vicente, algunos de nosotros debemos quedar vivos para protegerle. Claro que ya es demasiado tarde.
¿Quién iba a pensarlo?… Huyendo tanto del magnicidio, con tantos círculos endógenos de seguridad y viene a autosuicidarse él solo, como diría el otro, en el barrio Kennedy (¡qué ironías tiene la historia!). Es difícil imaginar algo más terrible: morirse en su propio pueblo, en el corazón de una patria joven a la que se le arrebata el futuro en un callejón sin salida, con el “dispara primero y averigua después” que tanto asco te produce como emblema del pasado; con el “me sale del forro” que se ha instalado en nosotros como forma de vida, gracias al propio discurso transformado en maná de odio.Y lo peor, sin siquiera darse cuenta, sin darse por enterado ni acusar recibo. Ajeno a las tribulaciones del mundo, mientras escucha hablar a Fidel, sin percatarse de que un hilo de saliva, casi imperceptible, cae de sus labios. Había dejado de ser él. De tanto apostarlo, había perdido hasta el nombre.