Magullado, por Teodoro Petkoff
Mañana llega Chávez (en principio, porque no se puede descartar que de pronto le dé otra tocoquera y arranque, por ejemplo, para Gabón, que es otro país petrolero). Va a encontrar un país que cada vez lo quiere menos y donde todo lo que su gobierno hace es aumentar el escepticismo y el distanciamiento popular. Regresa en medio del estruendoso fracaso de su política sindical. Los trabajadores han rechazado contundentemente la pretensión de hacer de la CTV un apéndice del gobierno y su partido. Vuelve para ver cómo el muñeco de ventrílocuo que se buscó ha devenido en jefe de una banda de patoteros, que por la vía de la violencia ha tratado de sabotear el proceso electoral. Retorna para comprobar que la patética Fuerza Bolivariana de Trabajadores no tiene músculo ni siquiera para perturbar decisivamente las elecciones y que aparte de unos cuantos episodios localizados, los comicios se han desarrollado exitosamente y todas las evidencias son las de una derrota aplastante de su proyecto.
El activismo de la «revolución» se reduce a pequeñas bandas de facinerosos: los niplero-tomistas de la UCV y los policías de Bernal, que apenas alcanzan a provocar pequeños problemas de orden público. Ya no hay pueblo fervoroso y entusiasta. Chávez no se atreve a convocar actos en la Avenida Bolívar. Su «apoteosis» será en la pequeña Plaza Caracas y para llenarla dejarán sin transporte urbano a casi todas las ciudades del centro del país.
Seguramente Chávez tratará de remendar el capote de su brutal insulto a José Vicente con algún nuevo ataque a los medios. Contra todas las evidencias filmadas, dirá, con cara de piedra, que no dijo lo que dijo o que, en todo caso, no quiso decir lo que todo el mundo entendió que dijo. Con lo cual sólo logrará profundizar la sospecha de que habla sin pensar, de que muchas veces no sabe lo que dice ni mide las consecuencias de sus palabras. Sin embargo, en medios militares se habla abiertamente de la inminente salida de José Vicente y de su sustitución por otro militar, que no podría ser otro que Lucas Rincón. La primera patada, muy merecida, por lo demás, por hablador de pendejadas, que recibió Rangel provino de la bota del general en jefe.
Tiene también Chávez otra tareíta pendiente para su breve estadía en el país: dividir al MAS. El desenvolvimiento de la confrontación interna en ese partido está presidido por el emplazamiento que hiciera el presidente: chicha o limonada. Sus agentes en el partido naranja tienen la orden: o ganan o se van. El precedente de la CTV indica, sin embargo, que el mágico verbo ya no tiene los poderes de antes. Candidato al que Chávez le levanta el brazo ya no es ganador seguro. Aunque insista en que tiene menos de un año en el gobierno, lo cierto es que ya Chávez tiene el sol en la espalda