Margarita y el diablo, por Teodoro Petkoff

El discurso de la historiadora Margarita López Maya, en la Asamblea Nacional, el viernes pasado, tiene la importancia de que aludió, frente al propio presidente y desde una perspectiva crítica –muy matizada y a ratos ambigua, cierto es, pero no complaciente– a varios aspectos de la conducta oficialista (y del propio Chávez, que, en definitiva, es el oficialismo) a los cuales colocó frente a lo que denominó “desafíos”.
Hablar como lo hizo la profesora López Maya, en las circunstancias de un régimen donde se han venido acentuando los rasgos personalistas y una desorbitada adulancia, tiene su significación. El hecho mismo de que contados diputados se atrevían a aplaudir a la oradora cuando hablaba, pero todos se pusieron de pie y ovacionaron a Chávez –no a la López Maya, por supuesto – cuando aquél elogió el discurso, constituye un elocuente signo de tiempos en los cuales una atmósfera de jaladera y culto a la personalidad se ha venido espesando en torno a los actos del caudillo.
El discurso tiene dos partes. La primera, que intenta un diagnóstico de las circunstancias que trajeron a Chávez, es bastante superficial y sorprendentemente maniquea, perpetrando varias simplificaciones que no hacen honor a la segunda parte, donde estuvo la almendra de lo que expresó, no sin cierta ambivalencia, pero sin dejar de colocar el dedo en la llaga. Sus famosos “ocho desafíos” pueden resumirse así, en lo que atañe a los seis que confrontaría, esencialmente, el gobierno de Chávez. “Si hemos de tener democracia en el siglo XXI debemos reconocer que esta es el gobierno de las mayorías con respeto a las minorías. Las mayorías están obligadas a dialogar con las minorías, deben respetarlas y reconocerlas como sus iguales. El gobierno de Chávez tiene la obligación ‘primera, principal e ineludible’ de ponerse al frente del proceso de reencuentro, diálogo y reconciliación.
Debe abandonar ese ‘discurso ramplón’ que identifica a todo opositor con un ‘oligarca golpista’ . Es también su deber primero e ineludible el de recuperar las condiciones de convivencia democrática perdida en nuestras ciudades. El proceso de superar la actual situación nos llevará tiempo porque no es nada fácil y el gobierno debe adelantarlo sin ceder a las tentaciones autoritarias y despóticas”.
No es poca cosa haber sostenido todo esto con Chávez sentado detrás de la oradora. Los dos “desafíos” restantes están dirigidos especificamente a la oposición política y a los intelectuales, aunque, cuando hablaba de los que parecía considerar “retos” para el gobierno, no dejaba casi de subordinarlos a la conducta de la oposición, colocando sobre esta una responsabilidad mayor que la que supuestamente quería atribuir al oficialismo.
Pero, en todo caso, la importancia de este discurso reside en la aspiración a la reconstrucción de un clima de convivencia política y ciudadana que permita, para decirlo con palabras de ella misma, “acordar sobre nuestras diferencias irreductibles los procedimientos democráticos para manejarlas”. Tema sobre el que TalCual ha venido editorializando pertinazmente y por ello se reconoce en lo sustancial de las palabras de la oradora del viernes pasado.