Mas allá de los bodegones, por Marianella Herrera Cuenca
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La Navidad del 2021 se sintió diferente, en Caracas, aun cuando para la mayoría, las condiciones de precariedad seguían siendo la norma. Sin lugar a dudas los últimos años en Venezuela han estado marcados por una serie de eventos que en lo alimentario y nutricional fueron y continúan siendo devastadores. Sin embargo, que cosa tan contradictoria, hambre en los más necesitados y el país parece tener un destello de luz al final del túnel con el brillo de los nuevos restaurantes, bodegones y repartos de comida a domicilio.
Tomar las ventas de alimentos como base de la subsistencia es un hecho que ha acompañado a la historia, los mercados de alimentos siempre fungieron como los centros de las ciudades y alrededor de ellos crecían las urbes pues estar cerca del centro de distribución de alimentos siempre ha sido una logística sensata para el buen desarrollo de las actividades cotidianas importantes del ser humano. No es de extrañar entonces que una economía en declive y prácticamente detenida como lo ha estado la venezolana, tome a la alimentación, como base de la recuperación definitivamente un tanto extraña, desigual y sin un área sostenible desde el punto de vista de seguridad social, empleos y afines, pero es un signo que nos señala una vez más la importancia de la alimentación en las sociedades, y de la cadena del sistema alimentario en los países.
Lo que ha quedado claro, es que la parte del sistema alimentario que es posible, aunque sea a base de productos importados es la comercialización privada de estos insumos. No hay dudas que hacía falta abastecer los mercados para que los productos “estuvieran allí” el problema ahora es otro, quien puede comprarlos, es otra historia.
Mas allá de los bodegones y nuevos restaurantes, algunos verdaderamente de lujo y con propuestas gastronómicas sorprendentes; habría que pensar en cómo incorporar elementos que apunten a una verdadera política de reorientación económica basadas en la producción nacional de alimentos locales, alineados con una propuesta de turismo gastronómico y ecológico, que integre las necesidades nutricionales de la población y que aproveche las bendiciones del terruño venezolano, tal que se genere una industria gastronómica-turística- ecológica que reconozca la cultura venezolana como patrimonio nacional, tal y como lo han hecho otros países y se pueda aprovechar la nueva globalidad de las tradiciones culinarias venezolanas expandidas por el mundo gracias a los migrantes venezolanos.
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El mundo global, se transforma, como hemos dicho en ocasiones anteriores, en uno que promueve la versatilidad de una arepa, hoy conocida en el mundo entero, que reconoce el sabor delicioso del tequeño, y disfruta de la complejidad de la hallaca decembrina.
Que interesante seria, expandir la industria nacional de alimentos desde una nueva perspectiva, integrando a los productores locales que aportan la diversidad de las dietas con el conocimiento tecnológico que existe hoy en día para hacer eficiente la producción de alimentos, toda vez que se entiende y se piensa en la protección al ambiente.
Que delicioso sería que, en lugar de pensar en las Islas Maldivas como el paraíso terrenal, se rescatara a la Isla de Margarita como lo que siempre fue: la perla del Caribe, nuestro paraíso terrenal, generando empleos dignos, entendiendo a nuestros pescadores artesanales que proveen el mejor y más delicioso pescado para el goce y alimentación de la población, y tener esa maravilla que es la población longeva de Margarita gracias a su alimentación autóctona para entregar su legado a las nuevas generaciones. Mucho por pensar, mucho por reflexionar y mucho por implementar. Los retos continúan sin duda, más allá de los bodegones.
Marianella Herrera Cuenca es Médico, Profesora UCV-CENDES-F Bengoa
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