Más torpe imposible, por Teodoro Petkoff
En la historia de malos gobiernos que ha tenido el país difícilmente se puede encontrar uno más torpe que el de Hugo Chávez. Es infinita su capacidad para crear conflictos innecesarios, para transformar los más banales actos administrativos en confrontaciones con distintos sectores de la sociedad, para buscar pleito cuando no debe, para ponerle en bandeja de plata a sus adversarios las oportunidades para que lo coloquen contra las cuerdas.
Lo del Zulia es ejemplarizante. Hoy amaneció el estado paralizado. Los ganaderos lograron convocar a todos sus sectores a un paro cívico de doce horas. ¿Cómo nació esto? A partir de un acto de esos que Betancourt, Leoni y el primer Caldera hacían casi cada fin de semana, de entregar tierras y títulos a campesinos beneficiados por la Reforma Agraria. Fueron otorgados títulos a unas dos mil familias campesinas, la mayor parte asentada en esas tierras del IAN desde hace años. Es posible que algunos pequeños productores hayan sido afectados por errores, fácilmente subsanables, por lo demás, dentro del marco de la aplicación de la Ley Agraria -que es la que ha regido el proceso en el Sur del Lago de Maracaibo.
Pero, ¿qué es lo que ha creado este estado de alarma en la comunidad zuliana de productores agropecuarios? La puesta en escena del acto. No tanto el tono del discurso de Chávez, quien, en la práctica, por cierto, aunque no ha tocado un solo metro cuadrado de tierra de los gigantescos latifundios de aquella zona, habla como si fuera el mismísimo Emiliano Zapata, sino la insólita presencia e intervención del embajador de Cuba y de otros altos funcionarios de ese país en el susodicho acto.
¿Qué tenían que buscar estos señores allí? ¿Cómo no darse cuenta de que eso conduciría inevitablemente a que un acto desarrollado dentro del marco de la Ley de Reforma Agraria venezolana de 1961 fuera percibido como el inicio de la confiscación masiva de tierras, a la cubana o a la soviética? Por otra parte, si ya estaba pronta a promulgarse la Ley de Tierras (elaborada en conciliábulos misteriosos y anunciada como la trompeta del Juicio Final), ¿por qué adelantar acciones antes de que ella estuviera vigente y fuera conocida por el país? Es verdad que Venezuela ya no es la misma de 1960. La presión campesina no es la de esa época (cuando Betancourt hablaba de «impedir el Zamorazo»), pero subsisten algunos bolsones de injusticia (campesinos desalojados a punta de revólver, indígenas empujados hacia los márgenes del territorio con procedimientos de la Conquista española, cercas que han caminado) que es preciso drenar. Pero hacer eso favoreciendo que los autores de atropellos puedan mimetizarse entre miles y miles de productores del campo -esa clase media rural sobre la que se sustenta la producción nacional de alimentos-, aterrados por la perspectiva de la pérdida de sus propiedades, es la peor de las estupideces.
Tardíamente el Presidente se da cuenta de que ha metido la pata y anuncia ese nuevo artículo de la Ley de Tierras que excluiría de la dotación de tierras a los invasores. Ojalá que esto y la prontísima publicación de la ley, para ajustar la acción del Gobierno a ella, logren pacificar los ánimos. Esos consejos que Chávez da para la paz mundial debería aplicárselos él mismo, aquí, en su patio