Matar un periodista, por Simón Boccanegra
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El viernes mataron en Valencia a Orel Sambrano. Abogado, profesor universitario y periodista, Orel, en este último campo descolló particularmente. Culto, informado hasta el exceso, de un ingenio chispeante y rápido, Orel podía ser considerado no sólo un periodista de excepción sino uno de los mejores si no el mejor, entrevistador radial y de TV de Venezuela. Hacía de cada entrevista una gozosa experiencia para sus oyentes, un disfrute para el espíritu. Hombre de recias posturas políticas, en sus entrevistas radiales, sin embargo, jamás hería o ridiculizaba al entrevistado ni pretendía que este dijera lo que él habría querido.
Sabía perfectamente que en una entrevista el entrevistado es el la «estrella», no el entrevistador, aunque Orel, con su cultura y su sentido del humor, era, que duda cabe, la principal referencia. Pero, encima de todo esto, Orel Sambrano era un hombre valiente; valiente hasta la temeridad. Su última batalla periodística la dio, de frente, sin eufemismos ni medias palabras, contra el crimen organizado y el narcotráfico en Valencia ciudad que está a punto de convertirse en una suerte de Medellín de los tiempos de Pablo Escobar. Orel es la cuarta persona asesinada por sicarios en el último año. La factura de los crímenes es idéntica en los cuatro casos y el contexto es el mismo.
El asesinato de Orel Sambrano trasciende los límites de Carabobo. La situación en este estado es tan grave que exige, más allá de la controversia política una acción decisiva y de todos los niveles de Gobierno y Estado para hacerle frente a esta terrible circunstancia. La policía científica y la Fiscalía tienen que actuar con toda energía y determinación para esclarecer este homicidio abominable. No puede ocurrir que con la muerte de Orel Sambrano pase lo mismo que con la de quienes lo antecedieron en la siniestra «lista» de asesinados, cuyas muertes que, obviamente están conectadas entre sí, permanecen en un misterio que no es tal, y sigan impunes los asesinos.
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