Mercado de los Corotos: la deprimida mezquita del comercio informal lucha por sobrevivir
Un 44% de la actividad laboral del país se ubica en el comercio informal, según datos de la Encovi 2022, porcentaje en el que se encuentran los llamados «mercados de los corotos», un espacio que permite a vendedores de artículos poco usuales y de segunda mano intentar rebuscarse sin sufrir el impacto de la desmedida carga tributaria que azota al sector formal
Mesas cubiertas con manteles, cajas de plástico sosteniendo tablas y vitrinas que se sostienen con tarantines improvisados dan forma a la postal que puede apreciarse en el quinto piso del Centro de Economía Popular Cipriano Castro, donde unos 50 comerciantes exhiben particulares productos que muchos catalogan de «corotos».
El término «Mercado de los Corotos» no es una denominación novedosa para este tipo de lugares. Es todo lugar que acumule comerciantes informales vendiendo artículos de segunda mano, especialmente cuando se comercializan electrodomésticos o piezas tecnológicas descontinuadas.
Aunque hay distintos lugares en Caracas donde se organizan este tipo de mercados, el punto de referencia principal con actividad de lunes a viernes, es el Mercado de los Corotos de Quinta Crespo, ubicado al inicio de la avenida Baralt —a pocos metros del Mercado Municipal de Quinta Crespo—, en el Centro de Economía Popular Cipriano Castro.
Llegar al lugar puede ser abrumador, pues decenas de tarantines y kioscos se extienden a lo largo y ancho del piso, sin indicaciones de ningún tipo, solo un vendaval de productos de todos los tamaños, colores y categorías imaginables.
Un recorrido por este mercado se asemeja a una búsqueda del tesoro, pues entre tantas opciones y una selección tan peculiar de productos para la venta, puede emerger algún artículo que satisfaga la necesidad específica del cliente por un precio muy bajo, pues la norma implícita en este lugar es manejar «precios solidarios».
Las baratijas y las curiosidades son el principal atractivo del lugar, pero no se puede descartar la opción de dar en el clavo con una compra muy específica que resuelva necesidades particulares. Los comerciantes lo saben y por eso emplean esfuerzos en conseguir artículos usados que no puedan adquirirse ni siquiera nuevos, ya sea por su rareza o por su antigüedad.
Muchos optan por vender piezas de electrodomésticos, plomería, ferretería o mecánica que sirvan de repuesto, por lo que algunos de los compradores que van al Mercado de los Corotos, buscan específicamente piezas para reparar sus propios artículos del hogar.
«Aquí se vende de todo un poco. Cámaras, llaves, pinturas, cocinas, pesos, balanzas, relojes, exprimidores de jugo, todas cosas usadas, pero en buen estado. La gente siempre busca algo distinto. Hasta tornillos buscan aquí», manifestó Juan Alcántara, un vendedor con una amplia variedad de artículos usados en su vitrina.
Lo mismo ocurre con la tecnología. Componentes de modelos obsoletos de teléfonos o computadoras terminan en las manos de estos comerciantes, convirtiéndose en su principal apuesta para hacer los «cobres» (dinero) del día.
Este es el caso de César Matos, vendedor con más de una década en estos espacios que se especializa en la venta de piezas de ferretería, fontanería, electrodomésticos y tecnología descontinuada. Explicó que, entre los artículos más solicitados, figuran cables y controles de televisores que ya no se comercian.
«Lo más buscado son controles de modelo viejo, que la gente no consigue. Vienen y preguntan mucho por eso. Igual con los teléfonos Cantv y cables de modelo viejo», relató frente a un mostrador repleto de cables de distintos tipos, para computadoras, teléfonos y televisores.
Bastión de la informalidad
El Mercado de los Corotos es una suerte de híbrido. El espacio cedido en la edificación constituyó un intento del entonces presidente Hugo Chávez por recoger a los comerciantes de las calles y otorgarles una infraestructura en la que pudiesen desarrollar sus actividades comerciales de manera más formal y «digna».
No obstante, el modelo de negocios no viró hacia la formalidad, ni siquiera con el apoyo del Gobierno. Las transacciones que se efectúan en este espacio están al margen del control del Estado y de cualquier ente regulador, pues no se emiten facturas de ningún tipo y el único pago al que están sometidos los comerciantes es una «contribución» de 3 dólares semanales para mantener su espacio en el piso. Los vendedores desconocen el uso que se le da a sus aportes.
«Antes pagábamos impuestos. Ahora aquí nos cobran 3 dólares semanales por el espacio. Yo no sé para dónde van esos reales, porque aquí no ha habido mejora», confesó Alicia Herrera, una comerciante de antigüedades que ocupó el mercado desde que las autoridades habilitaron el lugar.
La informalidad mantiene su posición como uno de los principales problemas de la economía venezolana. De acuerdo con la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (Encovi) de 2022, al menos 44% de la actividad laboral del país se ubica en el ámbito informal. Esto quiere decir que casi la mitad del comercio nacional queda al margen del pago de impuestos y de toda regulación por parte de entes gubernamentales.
El gremio empresarial y enfáticamente el Consejo Nacional del Comercio y los Servicios (Consecomercio) han advertido desde el año pasado que se ha presentado un incremento de la actividad informal, en gran medida debido a la carga fiscal que impone el Gobierno, con una diversidad de impuestos que hacen insostenible la actividad.
Una mayor carga fiscal implica precios más altos para los bienes y servicios que ofrece el comercio, un aumento que puede ser letal en un contexto como el venezolano, en el que la oferta es mínima debido a la capacidad adquisitiva del venezolano.
En medio del leve repunte económico experimentado por la economía venezolana desde el segundo semestre de 2021 —tras perder el 80% del producto interno bruto (PIB) en ocho años de contracción—, el consumo no parece recuperarse y el sector privado siente el impacto con el cierre de decenas de comercios que abrieron sus puertas en los últimos cuatro años. Según el Observatorio Venezolano de Finanzas (OVF), el crecimiento se desaceleró y podría avecinarse una nueva etapa de recesión económica.
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Ya para el cierre de 2022, la presidenta de Consecomercio, Tiziana Polesel, advirtió que 40% de los pequeños comercios había cerrado como consecuencia de la carga fiscal, especialmente atribuida a los impuestos municipales.
Parece que 2023 mantiene esta misma tendencia. Con bienes y servicios cada vez más caros y una población con salarios deprimidos, es la informalidad la que gana espacio. Los privados se ven incapaces de competir, en precios, con un lugar como el Mercado de los Corotos de Quinta Crespo, donde hay productos que se comercializan a Bs 10 y la venta promedio no supera los $5.
«Aquí consigues muchísima variedad, de todo, para todos los gustos y, sobre todo, para todos los bolsillos. Yo vendo superaccesible, desde Bs 10, porque una persona que cobra salario mínimo de $5 mensuales no va a venir aquí a gastar la mitad. Si alguien vive solo de sueldo mínimo y de bonos, no le alcanza», explicó una comerciante.
La vendedora, que prefirió reservar su nombre, explicó que en ocasiones las ventas ni siquiera se hacen por dinero, sino que se implementan trueques. Relató cómo sus clientes la han acompañado al primer piso del recinto y han comprado comida por el valor de la venta realizada.
«Compro queso o harina y lo paga la persona. Es una manera de vender y solventar. El cliente queda satisfecho por su compra y yo contenta porque pude vender y resolví con algo de comida», acotó.
Con precios irrisorios y variedad de formas de pago, todos los comerciantes afirman que el mercado pasa por un mal momento y que las ventas no se han podido recuperar tras el cierre por la pandemia. Algunos apuntan al dólar y afirman que la actividad en estos espacios se contrajo debido a la dolarización.
«El mercado no es ni la sombra de hace cuatro años, antes de la pandemia. La pandemia lo cambió todo. Ya no es lo mismo. El dólar nos destrozó por completo a todos, es un cáncer. Estaba en 6 bolívares y ahora subió a 25 bolívares, la variación es demasiada. Paró a todo el comercio. La gente busca es comida, los corotos pueden esperar», razonó Juan Alcántara.
Tesoros para todos los bolsillos
El Mercado de los Corotos tiene, en efecto, una variedad de precios que puede adaptarse a todos los bolsillos. No todos los productos que se consiguen en este espacio se venden por montos en dólares inferiores a los dos dígitos. Es posible incluso ver alguna venta de varios cientos de dólares.
Alicia Herrera es una octogenaria que acude todos los días a su rincón en el mercado para vender antigüedades. En su pequeño local acumula centenares de objetos curiosos de diferente procedencia y confección.
Su colección de antigüedades incluye piezas de los siglos XVIII, XIX y XX. Muchos de sus productos provienen de India y de Europa, aunque también resaltan artículos de origen venezolano que recuerdan tiempos de antaño, como radios con casi 100 años de edad o un bidón de gasolina que ilustra la naciente industria petrolera.
El abanico de opciones incluye también vasos, copas, cubiertos, vasijas, platos y adornos decorativos. Todo lo que pueda ser curioso o antiguo, tenga utilidad o no, es una potencial venta para Alicia.
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El rango de precios es amplio, pues, aunque algunas de las piezas que exhibe puede tasarla en $5 o menos, hay productos que superan con creces los $100. Todo depende de la rareza y el origen del objeto. La vendedora decide un precio apenas se le pregunta y siempre está dispuesta a negociar. Aclara que su target no es amplio, porque el tipo de productos que vende nunca ha sido económico.
«Las antigüedades toda la vida han sido caras y no todo el mundo compra. Esto es más para extranjeros que para nosotros, para europeos más que nada», afirmó.
Antes de ubicarse en el Mercado de los Corotos, Alicia vendía en la calle y buscaba ventas de garaje para comprar y vender sus peculiares mercancías. Asegura que era más fácil «rebuscarse» en aquel entonces, mientras que ahora es «imposible».
Enrique Nieto es otro vendedor que se dedica parcialmente a la venta de antigüedades. A diferencia de Alicia, diversifica sus ventas, pero los mayores orgullos de su tarantín son dos armas del siglo XIX y una espada del siglo XVII. Esta última está valorada en $600 y fue el producto más costoso que encontró el equipo de TalCual durante su recorrido por el mercado.