Miedo a la democracia, por Teodoro Petkoff

¿Por qué el gobierno teme tanto un diálogo con la Coordinadora Democrática? Primero fue la negativa tajante ante la primera invitación de ésta a conversar. «No hay nada que discutir», afirmaron varios de los dirigentes del MVR. Ahora, probablemente porque percibieron que hasta para su propia gente resultaba incomprensible esa cerrazón, sobre todo después de la inefable tenida de Chávez con Cisneros, o tal vez porque el Presidente, siempre por delante de su tropa, sugirió la posibilidad de dialogar, pero «después del 15 de agosto», el segundo de sus alabarderos, Rangel, creyendo interpretarlo, repitió lo mismo, admitiéndolo, pero añadió de su cosecha que, no obstante, «escogerían a sus interlocutores, porque con ‘golpistas’ no hay nada que hablar». O sea, en el fondo, el mismo temor a dialogar.
¿Por qué ese miedo? ¿Temen que pueda lucir como una muestra de debilidad? ¿La experiencia de la reunión con Cisneros los dejó escaldados? La furia de sus seguidores más radicales obligó a Chávez a una larguísima e inusitada explicación de sus actos en la cual, sin embargo, en un intento de justificarse ante los «duros», sentó; el criterio de que «por la paz del país, hasta con Mandinga podría reunirse». Eso, desde luego, es correcto. Por ello el argumento de Rangel es inconsistente. Si por «la paz del país» Chávez pudo sentarse a conversar con Mandinga Cisneros, quien según la retórica oficialista es el jefe de los golpistas, ¿por qué no puede hacerlo con los dirigentes de la CD, aun suponiendo que algunos de ellos pudieran haber coqueteado con el «golpismo»?
Por otra parte, sugerir un diálogo para después del 15 de agosto no pasa de ser un burdo y casi pueril recurso electorero. Se parece demasiado a silbar en la oscuridad para espantar el miedo. Claro que después del RR hay que hablar. Sería una insensatez imaginar que si Chávez fuere revocado no habría nada que hablar. Todo lo contrario, en ese caso el diálogo se hace indispensable, como lo sería igualmente en el caso opuesto. Pero, en cualquiera de los dos escenarios la agenda sería otra.
Mas, de lo que se trata es de que los adversarios, como con toda razón lo han propuesto dirigentes de la CD, se sienten, aquí y ahora, para discutir aquellos aspectos del proceso electoral que son de interés común y sobre los cuales una convergencia de pareceres podría contribuir a hacerlo más fluido y a disipar aprensiones. Por ejemplo, un acuerdo sobre el respeto a los resultados, cualesquiera que éstos sean.
Si para sentarse a conversar, los interlocutores van a condicionarse mutuamente mediante la exigencia de una suerte de «limpieza de sangre», de una certificación de «pureza democrática» en el mundo jamás habría habido negociaciones entre adversarios y, mucho menos, entre enemigos. En nuestro caso, si a lo del «golpismo» vamos, ¿quién más golpista que Chávez? Sin embargo, a éste y a sus compañeros, el sistema político no los vetó ni inhabilitó para el ejercicio de sus derechos políticos. Todo lo contrario, no sólo fueron indultados sino que prácticamente a todos se les dio empleos para ayudarlos. Los casos de Arias Cárdenas, Ortiz Contreras y Urdaneta Hernández no fueron los únicos, aunque sí los más publicitados; pero, por citar sólo otros ejemplos, menos prominentes entonces, de figuras de hoy, Diosdado Cabello y Wilmar Castro Soteldo recibieron sus respectivas chambas en el Inager. No deja de ser un contraste clamoroso entre un gobierno de la «podrida» Cuarta República dando trabajo a quienes se habían alzado en armas (lo cual, ciertamente, no constituye un derecho constitucional) y el gobierno «humanista» de la Quinta, que bota del suyo a quien no hizo otra cosa que firmar, en ejercicio de un derecho consagrado en la Constitución.
De modo, pues, que rechazar la posibilidad de un diálogo, hoy, ahora, precisamente para contribuir a la paz de la República, no es otra cosa que miedo a la democracia.