¡Muchas gracias!, por Laureano Márquez
No nos hemos sentido solos y creo que en momentos como estos, eso vale mucho más que el dinero, porque este no es un problema de plata, sino de dignidad. Con vuestro apoyo económico para la cancelación de la multa que, arbitrariamente, nos ha sido impuesta, hemos recibido un mensaje claro de esa sociedad venezolana que alberga en su alma la esperanza de mejores tiempos cuando esta hora menguada pase, porque pasará. La gente ha honrado su palabra de tantas veces en la calle cuando se nos acerca para decirnos “qué bueno que pueden expresar las cosas que nosotros queremos decir”, o “gracias por los escritos de los viernes que hacen más llevaderas las cotidianas angustias, bajo la forma del humor”.
Personalmente, he vivido en estos días escenas emotivas de gente desconocida que se me acerca por estas calles y me detiene para dar su aporte, no de lo que le sobra, sino —como la anciana que observa Jesús en el Templo de Jerusalén— de aquello que le falta: de a cinco y diez mil bolívares. Miles de personas anónimas han depositado en las cuentas de La Mosca Analfabeta o se han acercado a las oficinas de TalCual. No les importa figurar, sino meter el hombro, ayudar, defender.
Entre todas las solidaridades, hay una que me ha conmovido hondamente. El Dr. Rafael Caldera, desde sus 91 años recién cumplidos, que, amén de sus problemas de salud, excusarían el involucrarse en estas luchas, no ha querido pasar por debajo de la mesa y ha realizado su aporte acompañado de una carta dirigida a Teodoro, director de este diario. El gesto tiene para mí una profunda enseñanza que se conecta con los valores de tolerancia que, con su ejemplo, tanto ayudaron a civilizar el alma venezolana. Es el mismo Dr. Caldera de la pacificación, que tiende la mano a los que se le enfrentan en armas. El mismo Dr. Caldera en el que la sociedad venezolana proyecta sus culpas por la presencia de Chávez en el poder, dando la espalda a la tradición de conciliación, en la que los enemigos se transformaban en adversarios al abrírseles espacios en la política, que tanto dolor antiguo y tanta muerte le fue ahorrando a esta patria. El mismo Dr. Caldera que ayuda a quien le ha hecho uno de los principales blancos de su crítica humorística o para decirlo en criollo, a quien tanta varilla le ha echado. No se me escapa la significación de este gesto y la manera como pone de manifiesto su elevada estatura moral, que, ahora que no está en el poder, puedo reconocer sin pasar por adulante. Efectivamente, mi apreciado doble, de tanto identificarme con usted, no vaya a creer que sólo he encontrado desacuerdos, sino que también he podido apreciar sus aciertos y virtudes. La que más valoro es su amor y su pasión indeclinable por Venezuela, a la que usted ha entregado su vida, contribuyendo a labrar en nuestro espíritu una idea de democracia que algún día nos sacará de esta tragedia.
Nadie le ha dado las gracias por ello, porque a veces somos mezquinos con los grandes hombres de nuestra historia. Yo quiero testimoniar mi gratitud por su vida (que, además, a mí me ha ayudado tanto a sobrevivir) y en su persona, acaso el contribuyente con nuestra causa de mayor edad, agradecer a todos los venezolanos de buena voluntad que nos han apoyado en este momento y que siguen soñando con un país en el que todos podamos convivir en paz y tolerancia.