Muerte y resurrección de Chávez: 20 años, por Javier Conde
Twitter: @jconde64
Murió el 11 de abril y resucitó el 13. Un milagro “político” que se gestó en apenas 48 horas y del que ahora se cumplen 20 años. Las escrituras de estos tiempos confusos dan cuenta de 19 cadáveres en aquella jornada trágica, e inútil, del jueves 11 de abril de 2002 en la que se cavó hondo en esa brecha sin final de la nación venezolana.
Militares que se mantuvieron fieles al gobierno e, incluso, a la Constitución – con Raúl Isaías Baduel a la cabeza, quien años después sería encarcelado por ese mismo gobierno– rescataron al comandante cautivo y lo repusieron en el Palacio de Miraflores.
Miles de personas salieron a las calles en sectores populares y en el centro de Caracas, donde rodearon las instituciones del poder ejecutivo, parlamentario y de justicia y las sedes de los medios más influyentes, para apuntalar a su líder y su pretendida y acosada revolución.
Aquel 13 de abril, el sábado de su regreso al poder hace dos décadas, nació el mito Chávez entre tantas muertes verdaderas y dolorosas. En su primera alocución desde el palacio de gobierno, crucifijo en mano como lo registraron los medios internacionales, Chávez pidió perdón. “Vamos a poner a Dios por delante”, dijo. Una promesa de paz que resultó efímera.
La oposición, que entonces lideraban sectores empresariales, sindicales y mediáticos, con los partidos deshechos y a la cola, mostró una faz antidemocrática que tardó años en quitarse de encima, mientras surgía de los escombros y de las constantes derrotas un liderazgo, ahora sí político y hasta unitario, que retó el ejercicio cada vez más autoritario de los gobiernos chavistas.
Pero el 11-A, como se recuerda ese día traumático, anidó en el espíritu chavista y de su líder una desconfianza a perpetuidad en las intenciones opositoras y reforzó su pretensión hegemónica del poder en todos los ámbitos: control absoluto de la economía, con confiscación y estatización de empresas, y cerco asfixiante a los medios de comunicación que apenas subsisten sin papel y sin anunciantes o fueron adquiridos a pecios de gallina flaca por los nuevos ricos de la revolución. La boliburguesía, la burguesía bolivariana.
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Igual de hermético y severo ha sido el control sobre las instancias políticas. El gobierno domina la Fiscalía y la Contraloría, la Corte Suprema de Justicia, la Defensoría del Pueblo, los mandos y ascensos militares, el Consejo Nacional Electoral y hasta nombres y símbolos de partidos políticos opositores mediante sentencias judiciales.
La idea de la alternancia política es una idea anticuada en la Venezuela del siglo XXI.
Cuando la oposición ganó en 2015 la Asamblea Nacional con casi dos tercios de los votos, el gobierno respondió convocando otra asamblea constituyente –ya lo había hecho en 1999– para desconocer la nueva y amplia mayoría parlamentaria de sus adversarios. Enemigos apátridas, al fin y al cabo.
Los niños que hace veinte años vivieron impávidos aquellos días de abril, de tristeza y temor, engrosan la infinita lista de inmigrantes de una tierra que desde mediados del siglo pasado acogió, en el despegue de su esplendor económico, a miles, a cientos de miles, de familias llegadas de las guerras y penurias europeas y de las dictaduras y pobreza que ensombrecían Sudamérica.
La fractura del 11-A sigue abierta y sangrante. Nunca pudo cerrarse. No hubo muerte política, tampoco parece que resurrección.
(*) Publicado en El Progreso de Lugo (España)
Javier Conde es periodista (UCAB) hispano-venezolano. Exjefe de Redacción y Exgerente de Administración de TalCual.