Multiplicaciones que dividen, por Carolina Gómez-Ávila
Me duele y a veces me indigna que unos políticos digan ¡a otros políticos! que no escuchan al pueblo, porque la verdad es que cuando habla el pueblo ni estos ni aquellos lo hacen.
Recientemente uno que intenta regresar a la palestra pública (me parece que con mal pie), contabilizó como gran logro más de 16.000 protestas en 2019 y dijo que ese era un récord que demostraba –según él– que Venezuela sigue de pie luchando porque las cosas cambien.
Me quema contradecir algo que ya quisiera yo que fuera verdad, pero cada día que pasa me resulta más claro que no lo es y por qué. Y aunque me he quejado antes (en noviembre pasado, en este mismo medio1), creo que debo insistir. Mis razones son numéricas, de encuadre y de destinatario.
Piense que fueron 16.000 pero todas ellas raquíticas. Cada una habrá tenido medio centenar de manifestantes. Todos las hemos visto con admiración pero también con inconfesable tristeza. Aquí un puñado de enfermos sin medicinas, más allá un grupo de adultos mayores por su pensión, a unas cuadras unos maestros con sueldos de hambre, un poco más lejos unos vecinos de una cuadra sin agua.
Admiremos su resistencia con solidaridad pero comprendamos su ineficiencia. ¿Pudo alguna de estas manifestaciones impactar a la opinión pública de manera determinante para hacernos cambiar siquiera la rutina del día? ¿Nos inspiraron a sumarnos? ¿Acaso todas fueron cabalmente cubiertas por los medios de comunicación?
Una debilidad noticiosa –aunque fortaleza democrática– es que fueron pacíficas, mucho, pero sin represión ni víctimas pudo faltar pasión en la difusión. Hoy no hablaré de los medios, de sus intereses y de la formación antipolítica de muchos periodistas. Tampoco del contexto que dieron a los hechos ni de cómo se esmeraron para que los manifestantes declararan su desagrado paritario con el Gobierno y con la oposición.
Miremos el encuadre: las 16.000 tuvieron motivos puntuales; todos legítimos y fundamentales, nadie lo dude, nadie lo niegue. La mayoría fueron por falta de servicios (agua, electricidad), garantías de supervivencia (salud, alimentos, medicinas) y calidad de vida (hiperinflación y salario). Así que cada protesta fue adelantada por aquellos que se sintieron especialmente afectados en una necesidad personal. Necesidad compartida por muchos que no se incorporaron a ella. ¿Se preguntó por qué, además del justificado miedo a la represión?
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Cuándo usted reclama agua y electricidad, ¿a quién se dirige, quién administra estos servicios, quién puede solucionar su requerimiento? Cuando alza su voz por la desatención de las enfermedades catastróficas, los insumos básicos en los hospitales, la carestía de medicinas adecuadas, ¿a quién le pide, quién puede solucionarlo? Cuando grita airado que el sueldo no le alcanza para comer dignamente ¿a quién le alza la voz, a quién le pide que lo solucione? Todos estos legítimos reclamos tienen un solo y mismo destinatario, el Gobierno. Cada vez que usted sale a protestar por estos válidos motivos, usted le pide atención al Poder Ejecutivo y no le importa para nada si quien lo detenta es legítimo o usurpador, si es constitucional o de facto. Justo ahí, termina su protesta.
Visto el número, motivos y destinatario, miremos su efectividad. ¿Cuántas de las veces reclamó por agua, electricidad, salud y salario, vio atendido a cabalidad su reclamo? En los casos afirmativos, ¿por cuánto tiempo? Digamos que usted salió hoy a protestar por falta de agua y fue escuchado por el Ejecutivo municipal, regional o nacional que “solucionó” con una cisterna o con la activación del bombeo… ¿por cuántas horas, por cuántos días?, ¿cuánto le duró el servicio? ¿Se estabilizó y ya no necesitó salir a protestar de nuevo?
Más adentro: ¿Notó si hubo discriminación política de algún tipo cuando se administró la “solución”? Medido en monedas de control social, ¿qué precio pagó por la “solución”? ¿Alguno o todos los manifestantes tuvieron que adquirir algún compromiso político; es decir, se les pidió participar en algún otro tipo de evento de apoyo o un agradecimiento público en los medios? ¿Está usted consciente de que, si ese fuera el caso, fueron utilizados para propaganda a cambio de un poco de agua?
Más allá, aunque nos duela: de ese pequeño grupo de personas que manifestaron porque no tenían agua desde hacía mucho tiempo y lograron una “solución” temporal, cuando les falló nuevamente el suministro ¿cuántas estuvieron dispuestas a salir de nuevo, de inmediato, a retomar la protesta?, ¿el mismo número o menos? Claro que hay gente que trabaja y no puede estar en eso todos los días y también hay quien tiene emergencias familiares que atender y aquellos a los que les coincide la jornada con otro trámite legal impostergable, pero diga cuántos.
Diga más, ¿cómo estaba su ánimo? ¿No estaban hartos de protestar para no lograr nada o lograr muy poco? ¿Realmente redoblaron fuerzas o las otras necesidades de supervivencia y la infinita tristeza de no haber obtenido lo aspirado les apagó el brío? Quizás sea temporal, quizás piense que tienen que recuperarse o volver a indignarse para repetir este círculo vicioso, dirá usted. Y en eso, diré yo, consiste exactamente el plan de quienes detentan el poder. Así van quebrando voluntades, ese es el efecto final de estas protestas, el de la válvula de la olla de presión que bota un chorrito de aire para evitar la explosión. Para eso -y nada más que para eso- sirvieron las 16.000 protestas de 2019.
Nuestros políticos han sido timoratos y sus asesores y analistas bastante incompetentes, a mi parecer, porque siempre hablan del “eterno problema que representa conectar las necesidades del pueblo con la lucha política”, pero desde 2017 estamos en lo mismo y no ven que sólo hay una fórmula posible, porfiar.
No lo hacen porque tienen miedo al rechazo por una indebida vocación populista y no explican, todos los días y a cada rato, que estas protestas son inútiles porque nadie obtendrá resultado satisfactorio y medianamente estable hasta que cambiemos de Gobierno.
16.000 oportunidades perdidas en 2019 para hacerle comprender al pueblo que todas las protestas deben ser por un motivo: cambio de Gobierno. Y a partir de allí, volver a hacerlas multitudinarias. Pero antes, los líderes deben insistir, como un disco rayado, en que el agua, la luz, la salud, el poder adquisitivo y las expectativas de vida no tendrán mejoría alguna sin cambio de Gobierno. Y que 16.000 protestas puntuales no sirven para absolutamente nada porque el destinatario y administrador de las soluciones es el Gobierno que nos oprime y que se solaza en oprimirnos, para eso mismo.
No se trata de “acompañar al pueblo en su protesta”, se trata de explicarle cómo hacerla útil para sí mismos y para toda la nación. Ya sabemos que hay unos cuantos políticos y un grupo importante de oenegés que las movilizan porque operan para el grupo en el poder; pero es peor que los líderes de la coalición democrática se hayan quedado inermes ante esta barbaridad que nos han hecho: dividir la justa indignación del pueblo al multiplicarla en miles de protestas risibles, para que nos asalte la desesperanza y no nos queden fuerzas para persistir.