No al chAbismo, por Teodoro Petkoff
Una de las más importantes consecuencias de la fenomenal paliza que le dio Venezuela a Chávez es el inicio de un deslinde en el seno del propio polo del poder. Mientras el Presidente y sus acólitos más cerriles, tipo Ameliach, extreman la boconería, las amenazas y los golpes sobre la mesa, otros sectores del partido de gobierno intentan darle viabilidad al camino institucional de búsqueda de soluciones a la profunda crisis política en la cual se está precipitando el país.
Chávez, blandiendo el ridículo alicate con el cual quiere sustituir el bate de Sammy Sosa, encontró eco ayer en ese cómico personaje llamado Francisco Ameliach, militar retirado, a quien su jefe colocó como caporal del MVR. Ambos, mareados todavía por el formidable trancazo que recibieron, apuntan a lo que llaman «radicalización», es decir, al ejercicio de la represión. Ameliach, al mejor estilo fujimorista, habla de «listas negras de empresarios», y anuncia la aplicación del Código Penal. Otro prócer del MVR levanta el espantapájaros del «estado de excepción». Silban en la oscuridad para ahuyentar el miedo. Creen que pueden asustar a millones de venezolanos y son ellos quienes están al borde del pánico. Sienten que el piso se les mueve bajo los pies y no se les ocurre otra cosa que extremar todos los comportamientos que los han colocado en el rincón desde donde hoy vociferan amenazas risibles.
Otros, en cambio, apreciando con realismo el cambio en la correlación de fuerzas, comprenden que no sólo la sobrevivencia del régimen sino la mismísima paz de la República dependen de la creación de escenarios para el reencuentro entre los vastos sectores del país que democráticamente exigen un alto al autoritarismo y al abuso de poder. El autoritarismo y la represión amenazan hoy incluso a gente que se mueve en el campo del Gobierno, pero que no comparte el antidemocrático discurso de Chávez. Pues bien, para no caer en el chabismo, es preciso que la tranquila fuerza que se expresó el 10D no se niegue al encuentro con estos sectores, para aislar y neutralizar a las minoritarias pero vociferantes corrientes talibanes. La alianza de la izquierda que ni olvida ni aprende nada, con el militarismo, que anuncia represión y violencia, no representa la voluntad mayoritaria del país. No puede imponerle a millones de venezolanos que no quieren sangre su sectaria y peligrosa visión del mundo y de la política. El país no tiene por qué hacer suya una visión estrecha y sectaria de conducción de los asuntos públicos, aunque no sea sino por una única y poderosa razón: la inmensa mayoría no comulga con una concepción que ve en quien opina distinto un enemigo al cual habría que eliminar de la vida social y política.
El momento está cargado de peligros. Sólo la conjunción de los más variados sectores, al margen de su definición política más inmediata, puede derrotar la fatal atracción del chabismo.