No hay que pararle bola, por Teodoro Petkoff

No hay que pararle bola. Todo lo que Chávez está haciendo es parte de un esfuerzo desesperado por intimidar, por crear un ambiente de angustia e incertidumbre. Sabe que la normalidad lo mata. Necesita la conflictividad, la tensión. Por eso quiere crearla artificialmente. Por eso habla de golpes, de cerrar televisoras, de hacer cadenas, cadenas, cadenas.
Hugo Cadenas se autobautizó en alguna oportunidad, que seguramente no quiere recordar. Son pancadas de ahogado. No hay que pararle bola.
Apenas el lunes pasado hablaba de reconstruir puentes, de reconocer errores. Ahora recoge sus palabras. En veinticuatro horas cambió la tónica. Durante la jornada oficialista y hasta el lunes era todo simpatía. Reconocía la posibilidad de que le recojan las firmas para solicitar su revocación. Anoche lo negaba de plano, en un tono amenazante. «Fracasarán», tronaba, lanzando una amenaza nada sutil contra los firmantes. «Allí quedarán sus nombres, sus firmas, sus huellas dactilares». ¿Esta hablando de «la historia»?
¡Qué va! Es a las nóminas de personal del gobierno y del Estado a lo que se refiere. «El que firme está botado» es lo que decía, descaradamente. Nunca en este país presidente alguno había amenazado pública y abiertamente, en cadena nacional de radio y televisión, a los empleados públicos, a los contratistas del gobierno, a los pensionados, a los posibles beneficiarios de planes sociales. Ningún presidente se había rebajado a esas miserias. Ninguno, tampoco, había expuesto de ese modo sus debilidades y flaquezas. No hay grandeza en esta conducta.
Pero no nos pongamos dramáticos. No hay que pararle. Aquí no va a haber golpe y tampoco autogolpe. Nadie puede creer que una jornada democrática de recolección de firmas puede ser escenario para un golpe. Antes del firmazo oficialista regaban las mismas bolas, alertando sobre posibles «agresiones» de la oposición.
No pasó nada. Todo fue normal y tranquilo. Excesivamente normal, diría Rangel. En la jornada que comienza mañana tampoco pasará nada. Chávez está tratando de asustar. Se saca de la manga el coco del golpe. Se coloca a la altura del minúsculo grupo de lunáticos que diseña golpes en la barra de un botiquín. Pero aquí no va a haber ningún golpe. El único posible es el de opinión. Los medios no van a hacer nada distinto a lo que hicieron durante la jornada oficialista. Van a cubrir la de la oposición. Las televisoras no necesitan hacer cadenas para ello, como no las hicieron durante los cuatro días de la cómica que puso Ismael García con su pomposo Comando Ayacucho.
Cuando Chávez amenaza con sus cadenas si las televisoras privadas se encadenan, está fabricando una coartada anticipada para el abuso que no descarta cometer. Que se encadene todas las veces que quiera. No logrará nada con eso. No hay que pararle. No hay que ponerse dramáticos. Está silbando en la oscuridad para espantar el miedo.