¡No más autogoles!, por Teodoro Petkoff
Autor: Teodoro Petkoff
La renuncia del embajador ante la ONU, Milos Alcalay, es una nueva demostración de cuán dramáticamente está cambiando la situación internacional en contra del régimen. A las partidas anticipadas de los presidentes Lula y Kirchner de la Cumbre del G15, a la reunión de este último con representantes de la oposición, al desaire que significó la ausencia de 12 de los 19 jefes de Estado en aquel cónclave, se une ahora la salida de uno de los funcionarios diplomáticos de mayor rango del país. El margen de maniobra internacional del régimen se hace cada día más estrecho, precisamente cuando en la recta final del RR, la observación internacional (OEA y Centro Carter) asume una importancia capital. Respetando la decisión del CNE, los representantes de los dos órganos internacionales, sin embargo, cuestionaron severamente los criterios que llevaron a colocar en observación las inefables “planas”. De hecho, en medios de los observadores internacionales se tiene la convicción de que la inmensa mayoría de esas firmas son legítimas porque sus propios muestreos así les permitieron comprobarlo.
De allí la seguridad con la cual expresaron su desacuerdo con el envío a reparos de esas firmas. Por eso es que la oposición debe jugar ahora sus cartas con mucho tino si no quiere meterse un tercer y catastrófico autogol.
Precisamente porque las firmas existen y son válidas es por lo que no hay que rehuir el desafío de los reparos. Se ha llegado hasta aquí venciendo toda clase de obstáculos, desde los de la violencia hasta los trucos leguleyos y ante la última tentativa de confiscar el RR, la respuesta no puede ser otra que demostrar al régimen que nada ni nadie podrá burlar la indomable voluntad del pueblo de hacer valer su derecho a pronunciarse sobre la permanencia o no del Presidente.
El gobierno seguramente deseaba que el CNE declarase de plano que no hubo las firmas suficientes, cerrando el capítulo RR, y contando con su fuerza militar y parapolicial habría enfrentado la reacción popular. El CNE, a pesar de todos los trucos que allí se han escenificado para demorar el proceso, no hizo eso sino que dejó abierta la ventana de los reparos.
Además, ha venido conversando con representantes de la CD para diseñar un mecanismo de reparos que los haga viables.
Esas conversaciones, hasta donde sabemos, no han terminado y su primer resultado ha sido el de llevar el número de puestos de reparo de 600 a 2.700. Los cinco días de plazo para los reparos son asunto de reglamento y no debe haber problemas en aplicarlo. Meterse por esa ventana es lo conducente.
Renunciar a agotar esa instancia es perder por forfait. La gente no puede pararle bola a los mismos sujetos que tienen años hablando de “comacates”, prometiendo alzamientos militares, montando “rebeliones” como la de la plaza de Altamira, lanzando paros insensatos, inventando cobas como la de que un paro petrolero “tumba el gobierno”. Todo eso ha sido un fracaso, no sólo por su inconsistente base política, que es la negación misma del espíritu democrático del país, sino porque ha propiciado aventuras irresponsables que han terminado en derrotas dolorosas. Estos “generales de las derrotas” no pueden determinar el destino del país.
Aquí nos estamos jugando demasiado para que un grupo minúsculo de fracasados, profetas de un radicalismo de opereta, chantajeen a la mayoría de las fuerzas políticas responsables en la CD (que están convencidas de la necesidad de agotar la instancia de los reparos), con discursos comecandela que apelan a sentimientos primarios, instrumentalizando la justa cólera de la gente que se siente burlada. El mismo chantaje que inmovilizó a los políticos democráticos que estuvieron en desacuerdo con el paro indefinido —porque su experiencia les permitía comprender que aquello era una aventura condenada al fracaso—, no puede repetirse ahora. Mejor dicho, no debe admitirse de nuevo.
El sentido común de la mayoría de la gente le dice que hay que aceptar el reto de los reparos. A esa mayoría es a la que se deben los políticos responsables y serios, y no a los charlatanes desacreditados, cuyo radicalismo de pacotilla tanto ha dañado al movimiento popular.