No sabe leer, pero sí contar, por Marcial Fonseca
Twitter: @marcialfonseca
Desde que su madre lo dejó en la puerta de la escuela, a sus siete años, no sabía que aprendería tanto. Pronto, su timidez no le impidió disfrutar de lo que la maestra les explicaba sobre las letras, las sílabas. A medida que avanzaba, por allá en el tercer grado, aprendió que comer, cantar, amar se llamaban acciones; y que bonito, grande, audaz eran calificaciones. Aprendió lo engorroso de la conjugación verbal, sobre todo con ese sinsentido de vosotros amáis, vosotros coméis; nadie hablaba así.
Cuando en su casa compraron un televisor, y en el único canal transmitían de cuando en vez películas vaqueras, era imposible entretenerse con su vosotros no os mováis, o con jolines, vienen a por nosotros. Con las películas del cine no tenía dificultades porque su padre solo lo llevaba a ver las mexicanas; ya más crecidito aprendió que evitaba las otras películas por ser subtituladas.
Entrado en bachillerato se propuso enseñarle a leer. Se consiguió con una barrera. Mijo, qué hago con saber leer a esta edad, me basta saber contar para mi negocio. Era un criador exitoso de puercos y de gallos de pelea.
Contar es más difícil que leer, papá. No, mijo, para contar solo se necesita tener dedos, y uno que otro truquito. El hijo no quiso angustiarlo preguntándole sobre los truquitos.
Una vez había en su casa una reunioncita familiar sabatina y como siempre, el condumio era sancocho de gallina, y mientras jugaban dominó, la radio amenizaba la tarde; fastidiado, le puso atención a la letra, se le grabó un duro cierzo invernal; luego, en otro segmento radial, le gustó mi amor se extingue como una pavesa que…, en ambos casos no tenía idea de cierzo o pavesa, menos de invernal.
En la tranquilidad del domingo, quiso saber de su padre los significados de las tres palabras; no las conocía, que él simplemente disfrutaba la música, no la analizaba. En el liceo, le preguntó al profesor de Castellano, este desconocía las dos primeras, pero le definió la tercera y luego lo acompañó a la Dirección para consultar el Pequeño Larousse. Quedó satisfecho; en la cena se las explicó a su padre.
Cuando comenzó a incursionar en mundo de las ecuaciones, pensó que su progenitor podría estar interesado. Papá, hoy nos pusieron este problema, un gavilán le dice a una bandada de palomas: hola, mi cien palomas; una de ellas le contestó: no, señor gavilán, nosotras, más nosotras, más la mitad de nosotras, más la mitad de la mitad de nosotras y usted, señor gavilán, somos cien; bueno, con ecuaciones ese problema es sencillo; imaginamos una letra que representa algo desconocido, en este caso, el número de palomas… Hijo, primera vez que oigo eso de ecuaciones y bandada, supongo que son muchas palomas volando; yo se lo resuelvo, veamos… 10+10+5, habría que partir una paloma, por ahí no; 20+20+10+5, no llega; así 30+30+15, hay que partir una paloma; vayamos a 40+40+20, se pasa, pa’atrás entonces, 31, no, 32, tampoco… 36+36+18+9+1; ya, listo, 36 palomas, hijo. Este no quiso retar más a su padre.
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En tercer año no pudo resistir hablarle de un problema que orgullosamente resolvió con sistemas de ecuaciones. Papa, estoy aprendiendo algo para cosas más difíciles; fíjese, en una granja hay 35 animales entre caballos y gallina y el total de patas es 90, se pregunta el número de caballos y de gallinas. Hay que trabajar con dos incóngni… dos cosas desconocidas, caballos y gallinas… Mijo, no sé qué es eso de inconni; y eso no es complicado; y esos animales no son desconocidos; los caballos tienen cuatro patas, las gallinas dos y ponen huevos, ¿no? Y me dice que hay 90 patas.
Bueno, mire, usted les ordena a los caballos que se paren de manos; sabe, las patas delanteras son las manos; si los caballos no han sido entrenados, no importa, imagíneselos con las patas delanteras al aire. ¿Cuántas patas están tocando suelo?, fácil, como son 35 animales, tenemos 70 patas tocando tierra, así que hay 20 en el aire que son las manos, o si prefiere las patas de los caballos, más las 20 que tocan el suelo, claro, no hay caballos mochos, tendríamos 40 patas de las bestias; así que tenemos 10 caballos, y… 25 gallinas, facilito…
Papá, papá, reaccionó el hijo, y este: se reparten unos mangos entre varios niños; a todos les tocan 3 mangos, menos a uno, que le tocaron 2. Pero, si a cada niño le dieran 2, sobrarían 8 mangos; ¿cuántas frutas y niños hay?, lo resolví con sistemas de ecuaciones. Hijo, respondió el progenitor, pero si ese es el mismo problema, a cada niño que recibió 3 magos, quítele uno, y tendrá 8, porque usted lo dice, luego son 9 niños; entonces 18 más 8, 26 mangos; mijo, como decía mi padre, yo no sé leer, pero me escriben. El hijo se rindió.
Marcial Fonseca es ingeniero y escritor.
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