No sembramos el petróleo, por Rafael A. Sanabria M.
Hace 84 años el intelectual Arturo Úslar Pietri lanzó la divisa tan repetida “sembrar el petróleo”, célebre frase de gran contenido y profundidad. Decía entonces que el ideal sería que la renta petrolera, es decir los ingresos que el fisco recibe del petróleo se dedicaran, si no totalmente al menos en proporción mayoritaria, como inversión, de modo que nos fuésemos haciendo un país de desarrollo no petrolero, que pudiera mantenerse en pie y seguir prosperando el día que el petróleo perdiera su importancia o descendiera su volumen.
Pero ni la cuarta ni la quinta república se dio a la tarea de sembrar efectivamente el petróleo, simplemente se ha vivido alegremente. Si se hubiesen frenado los gastos no reproductivos, destinando una parte preponderante a la inversión perdurable, hubiésemos hecho un milagro.
En la esfera social se escucha de uno y otro lado que lo que se vive en Venezuela se debe a que el parque industrial está inactivo, porque cuando hemos venido hablando de desarrollo hacemos énfasis sólo en la industrialización. Aunque la industrialización sí constituye una etapa del desarrollo económico que todo país ambiciona. Además se cometieron errores graves y simplificaciones negativas. La política industrial de Venezuela ha consistido en un proteccionismo casi ciego, con el único objeto de sustituir la importación de bienes.
Hemos vivido de la renta petrolera sin hacer nada para que crezca nuestra economía. Industrializarnos ha sido una especie de idolatría a la chimenea, que por no llevarse coherentemente nos ha traído errores que hoy pagamos los venezolanos de a pie. Ahora queremos hacer que el pueblo regrese al campo, mientras se malgastó fríamente y sin medida, sin permitir emprender ambiciosos y efectivos planes de desarrollo.
Ya es tarde para quejarnos, hemos sido corresponsables del deterioro de la principal fuente de riqueza del país. Debemos pagar las consecuencias de lo malgastado en gastos superfluos y bienes de consumo.
Si hubiéramos sembrado en educación, en ciencia, en tecnología propia, entre otros aspectos, sería nuestra realidad otro panorama, pero estamos inmersos en una profunda crisis económica, política, cultural y social.
Entendamos: los gerentes de Venezuela no han sido capaces de producir los alimentos que necesita. Papá petróleo nos acostumbró a tenerlo todo. Pero quienes han tenido la responsabilidad de administrar nuestros recursos económicos han empleado una mala política de desarrollo, improvisada y anárquica, de una autarquía anacrónica y es por lo tanto criticable.
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Ya es hora de hablarle claro al pueblo, la industria petrolera perdió su auge. No está generando los ingresos suficientes para satisfacer las necesidades del pueblo, que vive un calvario inmerecido. Ya la gota de petróleo se agotó y no precisamente por dársela al noble pueblo, sino por las manos de avaros inescrupulosos que lucraron sus cuentas y empobrecieron a un pueblo inocente.
Es hora de despertar del sueño interminable de las bondades del petróleo y emprender la lucha por la reingeniería del país. Si este cambio no lo hacemos, si esta actitud no la asumimos, es muy posible que el porvenir sea poco halagüeño.
Este país está perdiendo la oportunidad que le brindó el oro negro de progresar y convertirse en país desarrollado.
No salimos de las viejas prácticas políticas. Seguimos siendo un barco sin rumbo. Nosotros necesitamos transformar el contenido de la educación a fin que la educación le dé a Venezuela, en todos los niveles, desde el obrero calificado, hasta el científico y el técnico, el equipo humano que el país necesita para afrontar esta etapa de desarrollo que tiene planteada frente a sí, de otro modo, aunque tuviésemos los recursos y la voluntad de hacerlo, fracasaría porque no tendríamos los hombres con que hacerlo.
De modo que cualquier mirada objetiva que nosotros lancemos hacia los problemas del desarrollo venezolano se va a tropezar con la barrera limitante que es la educación. Si no tenemos una educación adecuada para producir el hombre que va a trabajar en esa transformación, esa transformación no será posible.
La tarea es ardua tenemos que ir por hombres más que inteligentes, hombres de moral, porque si aquellas generaciones del petróleo en Venezuela se comieron y gastaron alegremente sus riqueza y no hicieron un país más deseable. Esa es la maldición que hay hoy sobre nuestra memoria.
Las generaciones de hoy debemos ir por algo diferente. En lugar de desear y esperar debemos luchar, para hacer un país permanentemente próspero, desarrollado y estable. Tenemos esta inmensa responsabilidad sobre nuestros hombros. Venezuela llegó la hora de ser genuinos. Ya basta de ser copias de otros.