Nobel de la Paz para Chávez, por Teodoro Petkoff

Parecía que ese monumento a la adulancia que fue la edición de VEA dedicada al medio cupón de Chávez sería insuperable. Pero esta iniciativa del Ministerio de Comunicación e Información (Minci), a cargo de Andrés Izarra, de lanzar la candidatura del Presidente para el Premio Nobel de la Paz deja a Guillermo García Ponce casi como un detractor de Yo el Supremo. Ayer apareció en la página digital de ese ministerio esta sublime, esta portentosa joya de la jaladera: ¡El Nobel de la Paz para Hugo Chávez! Un breve texto informa que “nosotros”, es decir los venezolanos, “ofrecemos a la humanidad” esta iniciativa, para la cual se solicita apoyo, que sería dado mediante voto electrónico a través de la propia página digital del Minci. Por supuesto, aquí no habrá el riesgo de firmas planas ni máquinas cazahuellas.
Estamos ante la pérdida total del sentido del ridículo. Pero no tiene por qué extrañar. Los regímenes personalistas, que inevitablemente poseen una carga autoritaria, segregan adulancia de un modo tan natural como el hígado segrega bilis. La jaladera es consustancial a ellos. Los servidores del régimen muy pronto descubren que al mandatario no le gusta que le discutan y mucho menos que le digan “no”, de modo que para sobrevivir ajustan su conducta a ese talante: o jalan o se van. Por lo general jalan. A lo largo de estos seis años hemos ido viendo el patológico desarrollo de un creciente clima de adulancia. Nicolás Maduro, por ejemplo, sugirió, a plena conciencia de la inviabilidad de tal idea, que se dieran tres años adicionales a Chávez “por el tiempo que le hizo perder la oposición”. Luis Velásquez se colgó de las partes nobles del Presidente proponiendo que se modificara la Constitución para establecer la reelección indefinida del primer mandatario. En este caso, el gran jurisconsulto creyó que se la estaba comiendo, pero cómo habrá sido el templón que del dolor el propio Chávez desestimó la propuesta y Velásquez quedó como perro apaleado.
Desde luego que aún no hemos llegado a los extremos de lo que se llamó el “culto a la personalidad” de Stalin o al endiosamiento de Mao o de Kim Il Sung, pero también es cierto que a los adulantes de estos tres personajes jamás se les ocurrió el desatino de proponerlos para el Nobel.
Nos preguntamos qué pensarán algunos de los asistentes al encuentro de intelectuales que tiene lugar en Caracas. Quisiéramos creer que un Saramago, por ejemplo, todavía sonreirá irónicamente ante esta idea tan estrambótica, pero en cambio es dable suponer que alguno de esos reyes de la adulancia, como Ignacio Ramonet, por ejemplo, debe estarse maldiciendo por no haber pensado primero que nadie en ella.
¿Cuál será el próximo episodio en este torneo de la jaladera?