Nos interesa la paz, por Teodoro Petkoff

La paz en Colombia no sólo interesa a los naturales de ese país sino que ella es absolutamente vital para nosotros también. La comunidad internacional lo ha entendido como un asunto que trasciende las fronteras colombianas y se involucra cada vez más decididamente. Si esto es así, aquí en Venezuela hay que comenzar a tener claras algunas cosas. En primer lugar, este no es un asunto de «buenos» y «malos». Si el gobierno colombiano y las guerrillas se sientan a negociar es porque ambos entienden que salida militar, a corto plazo, no hay, porque ninguno puede derrotar al otro en el campo de batalla. Por tanto hay que tratar de alcanzar en la mesa de negociaciones lo que a plomo no luce factible para las partes. El problema es, pues, ante todo político. Así debe ser valorado. En segundo lugar, cuando Andrés Pastrana, audazmente, plantea la negociación y desmilitariza el Caguán, produce un reconocimiento de facto de la naturaleza política del fenómeno guerrillero y, a su vez, los guerrilleros reconocen la legitimidad del interlocutor gubernamental. De modo que nosotros, si queremos colaborar con el proceso de paz, no podemos dar a ninguna de las partes colombianas en conflicto un tratamiento político distinto al que ellas se dan entre sí. No podemos ser inamistosos con el gobierno colombiano, pero tampoco podemos serlo con las fuerzas guerrilleras. Si Pastrana se entrevista con Marulanda y hoy representantes de 25 países están en el Caguán, la presencia allí del canciller Dávila es perfectamente comprensible. Basta ya de seguir viendo este tipo de cosas como prueba de la «complicidad» entre Chávez y las guerrillas. Si nos interesa la paz, no podemos menos que contribuir como lo están haciendo otros gobiernos. Pero, ojo, sin sesgos.
Al mismo tiempo, es preciso establecer rápidamente criterios legales para el tratamiento de un problema que irá creciendo en magnitud: la presencia de irregulares colombianos en nuestro país en condición de refugiados políticos. El caso del aeropirata obliga a rápidas definiciones en esta materia. Ponerlo en libertad, sin fórmula de juicio alguna, sobre todo tratándose de alguien acusado de un delito, el secuestro, cuya motivación política no descarta su naturaleza cruel y violatoria de los derechos humanos, no es lógico. Sin embargo, entregarlo a sus perseguidores tampoco es una decisión que luzca como de «cajón». Lo lógico era retener al aeropirata hasta que se pudieran establecer los criterios jurídicos que deben normar casos como ese, y no proceder a soltarlo entre gallos y medianoche, con el resultado conocido. Por otra parte, la alharaca que ha armado una parte de los medios colombianos no es seria. Son juicios formulados a partir del desacuerdo de esos editorialistas con el proceso de paz que adelanta su propio gobierno. En realidad, no disparan contra Chávez sino contra Pastrana.