Nuestro Kim Il Jong tropical, por Simón Boccanegra
Desde la entrada de Barquisimeto hasta la de Caracas, este minicronista contó once vallas, casi todas muy grandes, con la vera efigie de Yo El Supremo. Sólo conté las de venida. De aquí para allá debe haber otro tanto. En unas está El Emperador solo, en pose de pensador, en otras abraza ancianitas y en varias se manifiesta el nuevo estilo de jalabolismo impuesto por gobernadores y alcaldes: estos funcionarios colocan sus propias fotos junto a la del sol que los hace brillar. “Lalo” Jiménez en Yaracuy, y el “general” Acosta Carles en Carabobo sobresalen en este acrobático ejercicio de colgamiento. En los sectores de autopista que les corresponden no vi a El Emperador acompañado de Reyes Reyes, ni de Didalco ni de Diosdado Cabello. Tal vez en otras partes de sus respectivos terruños abunden de esas. No sé. Pero si no es así, ya Tarek debe estar tomando nota para sapearlos. La manifestación más grotesca del envilecimiento de lo que llamaron “socialismo real” fue precisamente la del culto en vivo a sus dirigentes. Fue nauseabundo. Hoy, con nuestro Emperador sólo compite Kim Il Jong, el hijo de Kim Il Sung.