O rectificas o no terminas, por Teodoro Petkoff
Más de sesenta años de desarrollo democrático no han pasado en vano. Por eso es que el lunes 10 de diciembre buena parte del país va a suspender sus actividades, para participar de un paro cuya convocatoria arrancó como protesta empresarial y ya ha desbordado largamente esos límites, para transformarse en la reacción de una porción gigantesca de la nación frente a la prepotencia, la intolerancia, el abuso de poder y el autoritarismo que han caracterizado al gobierno de Hugo Chávez.
Lo que Venezuela está gritando es que esta es, aunque a veces parezca que no es así, una república de ciudadanos. Lo que la protesta del lunes implica es que los venezolanos no somos meros habitantes sino ciudadanos y exigimos respeto para esa condición. El paro del lunes es un acto de ciudadanía. Es la afirmación del derecho ciudadano de participar no sólo con voto sino con voz en los procesos de toma de decisiones que atañen a la vida de todos.
La pretensión de gobernar al país como si fuera un cuartel ha fracasado. Este poder arrogante y sordo comienza a comprenderlo. Su sobrevivencia misma depende de que termine de asumir completamente la idea de que una sociedad compleja y políticamente sofisticada no puede ser gobernada a la brava. Chávez tiene que aprender que la tolerancia y la flexibilidad no son señales de debilidad sino de fortaleza y de realismo. Que el gobierno continúe, después del lunes, actuando como si no hubiera pasado nada, revelaría una ceguera suicida. Además, Hugo Chávez no debe llamarse a engaño en cuanto al verdadero alcance de esos supuestos «respaldos» que algunos pequeños grupos empresariales parecieran brindarle. Al lado de los pocos que sinceramente acompañan al Presidente, han tenido que retratarse otros que han sido groseramente chantajeados con juicios en el Tribunal Supremo o que han sido brutalmente presionados por la vía de créditos o contratos pendientes. Muchos de estos, puede estar seguro Chávez, son de los que piensan que la venganza es un plato que se come frío.
La fiesta «revolucionaria» con la que Hugo inició anoche su campaña contra el paro, comenzó mal. En todo el país, apenas apareció en cámara arrancó el concierto de cacerolas, finas y mondongueras, y un corneteo atronador llenó el valle caraqueño, opacando los escuálidos cohetes que lanzaban sus fieles. Una minúscula montonera se reunió ante Miraflores, dando cuenta de que los tiempos de fervorosas multitudes detrás del líder son parte de un pasado que ya no volverá. Llegó la hora, Hugo, de leer los signos en el cielo. O rectificas o no terminas.