Ojo por ojo: nos quedaremos ciegos, por Teodoro Petkoff

Si cada vez que se produce un acto de intolerancia y agresión entre los dos grandes bandos en que está dividido hoy el país, los respectivos opinantes de lado y lado lo van a justificar evocando las veces anteriores en que «el otro» pegó primero, entonces la carrera infernal que nos podría llevar al desastre difícilmente será detenida. Si la condena de la violencia política está también sesgada por la propia posición política, ella se transforma a su vez en un acto de violencia.
No se puede condenar la violencia del bando contrario mientras se cierran los ojos o, peor aún, se justifica la propia, sin que inevitablemente ello mismo no sea otra cosa que echar gasolina a la candela. Constituye un acto de mayúscula hipocresía, de doble moral y doble discurso, el acusar de «fascistas» a los vecinos de Alto Prado, cuando meses atrás se mantuvo silencio frente a la agresión de que fue víctima el acto de AD llamado «el Catiazo» o se permiten, como autoridad, las vejaciones sistemáticas a los parlamentarios o simples ciudadanos que transitan por la Plaza Bolívar de Caracas, que tuvieron un momento culminante con el casi mortal ataque al diputado Rafael Marín. Y a la visconversa.
Es igualmente hipócrita, un acto de doblez, quejarse de aquellas y otras agresiones semejantes contra la oposición y, llegada la ocasión, excusar los cacerolazos contra dirigentes del chavismo o ahora la acción de los vecinos de Alto Prado como producto, ésta, de una «provocación» y del rechazo a la «contaminación sónica» que producían los partidarios de Chávez. Variar el color del cristal a través del cual se miran los hechos de intolerancia, para ajustarlo a la propia conveniencia política, conduce a un resultado «suma cero». Es un juego de perder-perder.
Eso sería lo peor que podría ocurrirnos ahora, cuando precisamente estamos entrando en la campaña electoral más polarizada de nuestra historia. Si el derecho que tiene cualquier agrupación política de operar en todo el territorio nacional va a ser obstaculizado, impedido o saboteado por los adversarios, la campaña electoral no será sino una interminable sucesión de actos de violencia. Si al incidente de Alto Prado sigue otro de signo contrario y se permite ese encadenamiento de episodios de violencia, los presagios sombríos que flotan en el ambiente pueden quedar pálidos ante lo que ocurrirá en la realidad. De la dirigencia política, tanto del gobierno como de la oposición, y de los medios de comunicación, cabría esperar una conducta en el sentido de contribuir a cerrar el camino a expresiones peores de violencia. Lo cual significa, lisa y llanamente, oponerse enérgicamente a la política de la ley del Talión. No está de más recordar a Gandhi: «Ojo por ojo todos nos quedaremos ciegos».
Por lo demás, hay también un problema práctico. La violencia no le conviene a nadie, pero menos que a nadie a la oposición, que si no pisa ese peine tiene todas las de ganar. Muy bueno habría sido que en el caso de Alto Prado, por ejemplo, se hubieran hecho presentes dirigentes de la oposición para tratar de convencer a los vecinos de la inconveniencia política de su acción. Incluso si asumimos que lo de Alto Prado fue una provocación del chavismo, caer en ella es pisar el peine.