Olvidos…, por Alejandro Oropeza G.
“Seguimos siendo el eterno cura de aldea
que rebate triunfante al maniqueo,
sin haberse ocupado antes de averiguar lo
que piensa el maniqueo”.
José Ortega y Gasset: La Rebelión de las Masas, 1930.
En nuestros tiempos se comenta insistentemente que nuestras agónicas circunstancias son consecuencia de no aprender del pasado o bien, de olvidarlo. En oportunidades, también de pretender manipularlo para adecuarlo a los fines de oscuras intenciones de dominio y control social.
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Supongamos que esto es así; entonces, dos grandes grupos de actores aparecen compartiendo la responsabilidad de los olvidos o bien, de las adecuaciones y manipulaciones con fines no muy transparentes: por un lado, los que detentan el dominio e imponen los hechos históricos reinterpretados o lanzados al olvido; y, por otro, aquellos dominados, que se dividen en dos grupos: los que “quisieron” olvidar la historia y pactaron a favor del dominio y la fuerza; y los que fueron arrasados por el huracán del cambio, la gran mayoría.
El punto es que siempre, o buena parte de la intención que subyace en estas pretensiones, es la eterna intención de comenzar todo desde cero. Intención que se relaciona con el propósito/capacidad de olvido. Algo así como un permanente e imposible borrón y cuenta nueva.
De suyo, no se trata sólo de negar todo logro que provenga del pasado para que, sobre las cenizas, la reiteradamente nueva revolución enarbole los banderines del eterno reinicio (retorno diría Nietzsche); sino y principalmente, no reconocer la existencia de un periodo específico de ese pasado, como si fuese posible saltárselo y utilizar vendajes que unan cicatrices, luego de extirpar del cuerpo de la memoria social, un tiempo.
Todo ello se sustenta, la mayoría de las veces, en la promesa de una “edad dorada” que, ahora sí, tiene sus legítimos antecedentes en una era cuyos herederos hoy día, reencarnan heroicamente y tienen el dominio, el control de la historia, del futuro y, ¿quien lo dudaría?: de la verdad absoluta. Pero, a la propia afirmación la torpedea una paradoja: que las promesas, nuevamente recordando a Nietzsche, indican una supremacía de la memoria sobre el olvido.
Por lo que una promesa siempre supone un ejercicio de comparabilidad con un pasado. En términos de Hannah Arendt, son promesas hechas en nombre o a propósito del pasado. Pero, también puede ser que aquellas promesas que sustentan y justifican el dominio, se hagan en atención a una supremacía del olvido sobre la memoria, son aquellas hechas en nombre del futuro, medios para romper con el pasado; pero este pasado es el referente para indicar y ofrecer las posibilidades y hechos que definirán a ese futuro.
Las pretensiones o medios de ruptura de la continuidad de la historia se han definido bajo el concepto de “revoluciones”. Algunas asumen el primero de los caminos descritos previamente y otras el segundo de tales.
Mas ciertamente hoy, cabría preguntarse respecto de la pertinencia, posibilidad y validez de estas pretensiones de rupturas absolutas, que sepultan a grupos humanos y naciones enteras en la anarquía, el terror, la violencia, la persecución, la mentira y la muerte.
Ortega y Gasset ya en 1930, era incisivo al referirse a las revoluciones, cuando afirmaba que el punto no era, por ejemplo: ser comunista y bolchevique, el asunto no es el irredento credo ideológico; el punto es lo inconcebible y anacrónico que sobre la base argumental que dio sustento a los hechos de 1917, se repitan una y otra vez, una y otra vez en forma casi idéntica las revoluciones, sin que se corrijan los más mínimos defectos y errores de las precedentes.
No es negar el pasado entonces el punto, el asunto es aprender de él. Lo dicho es sustancialmente cierto en nuestras geografías. ¿Alguien podría dudar del desastre y sufrimiento que ha padecido el pueblo cubano en manos de esa revolución, hija ¿legítima?, de aquella a la que refiere Ortega y Gasset? Y, es imposible olvidar, en este orden de ideas, el espectacular, imponente y catastrófico fracaso de la denominada “revolución bolivariana” en la cual, a pesar del impresionante aporte de recursos procedentes de la renta petrolera, se llega a los mismos resultados: destrucción, hambre, colapso y decadencia.
Hecho, como es bien sabido, tutelado ideológicamente por la revolución cubana, madre que de paso ha secado inmisericordemente la fuente generosa de los senos subterráneos de su hija, hoy exhausta y en bancarrota.
¿Eran o son esas las edades doradas prometidas? ¿O ellas, las edades doradas, comienzan, como bien nos consuela la historia, con la desaparición de las “estructuras” que soportaron la fallida intención? Verbigracia, el colapso de la URSS y de todo el socialismo real detrás de la derruida “cortina de hierro”.
La pregunta entonces es: ¿Quién olvida qué? y, lo más importante: ¿Para qué, con cuáles intenciones, en la permanente reedición de las mismas revoluciones de siempre, con los mismos resultados de siempre, en épocas históricas diferentes?
Regresemos por unos momentos a Ortega y Gasset, en su obra: “La rebelión de las masas”, en el capítulo “Primitivismo e historia”, encontramos una reflexión capital, que va más o menos así, parafraseando, con el permiso del maestro: algunos que persiguen determinados fines se declaran anti-Pedro. Es decir, reconocen que Pedro es parte y expresión de un pasado histórico.
Tal declaración implica que los anti-Pedro, aspiran a un mundo real, que evolucionará históricamente a partir del momento en el cual ese Pedro no existirá. Entonces, no es que Pedro sólo será confrontado y perseguido, sino que, pasando el tiempo, será negado históricamente o bien, reescritas sus acciones e interpretadas como traición a los tiempos, a la patria, al pueblo.
Ortega, magistralmente nos indica que la situación de no presencia de Pedro en el “hoy”, consecuencia de la declaración anti-Pedro, conduce a los tiempos anteriores a aquellos en los que Pedro no había nacido. Porque, es evidente que el anti-Pedro no evoluciona para lado alguno futuro sino, todo lo contrario, involuciona a un tiempo en el que Pedro no existía, y que es pretérito. ¿La consecuencia? ¡Pues claro! Tarde o temprano Pedro, volverá a reaparecer, porque la evolución histórica lo reclama.
En nuestra muy vapuleada Tierra de Gracia, oímos hasta el hartazgo que nuestra sociedad no aprende del pasado y que, una y otra vez, cometemos los mismos errores.
Acá me permito una digresión pues, el desastre y el arrase inexplicable de los tiempos “bolivarianos” (lamentablemente definidos así para El Libertador), no tiene antecedentes en nuestra historia republicana, por lo que no es un error repetido gracias a los olvidos. No, el olvido es otro.
El olvido es creer que siempre, una vez más, podemos recomenzarlo todo de cero, desde un punto que sea algo así como un renovado y recurrente “Bing Bang”, una “nueva génesis” que inicie su andadura y nazca, otra vez, un bisoño universo.
Ello es lógicamente imposible, tanto como negar o reescribir la historia y, que esa pretensión perdure a lo largo del tiempo. Dos errores que llevan a una misma conclusión: la decadencia.
Luego de la caída (esperemos que próxima) de la nefasta “revolución bolivariana”, necesitaremos de esa, nuestra historia completa, sin una mínima concesión que niegue la verdad. Deberemos apreciar y asimilar esa historia integra y, por tanto, continua. Quizás así sea posible escabullirnos de ella misma y no recaer permanentemente en sus redes, por conocerla y asimilarla.
El liderazgo, acompañado de una sociedad necesariamente corresponsable, debe sentir la impronta de la ebullición del “subsuelo histórico”, debe conocerlo, estudiarlo, jamás negarlo. No es conveniente ser anti-Pedro ni jamás anti-chavismo, porque si se niega regresará, tarde o temprano regresará, con otros nombres, con otros mesías renovados y aplaudidos a rabiar por la masa (y no considerando a esta integrada exclusivamente por populacho, en términos arendtianos).
Se debe entonces, construir una actitud hacia el futuro que evite la decadencia y el “eterno retorno” hacia donde provenimos, a la época arcaica y silvestre previa a lo que se niega. ¡Ah! Pero, en esas épocas previas hay mucho, muchísimo que rescatar; y también mucho que superar (que no negar).
Juntos, liderazgo con visión de futuro y sociedad civil corresponsable, debemos comprometernos solidariamente para andar el camino que se reinicia.
Pero, ese camino no parte de cero, no es nuevo, no es un génesis reescrito ni es fruto de una explosión novedosa del tiempo, pues el Universo se inicia una sola vez. Ese error es el que no debemos volver a cometer ya que los mesías demagogos salvadores siempre están y estarán al acecho.
La filósofa alemana Hannah Arendt, para explicar el fin de la República Romana afirmaba que tres elementos se apartaron del pensamiento en el liderazgo y la sociedad de aquella época, lo que les condujo a perder los atributos de la libertad, esos elementos los agrupa en la denominada Trinidad Romana y son: Tradición, Autoridad y Religión. El quebranto y negación de tales los condujo a la larga, a la decadencia, concepto que trataremos en la próxima entrega.
Miami, FL.