Otra vez con la misma piedra, por Rafael Antonio Sanabria Martínez
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En las próximas elecciones de Venezuela, con asombrosa perseverancia, la oposición ya inicia a repetir sus permanentes errores. Es un fracaso universal y sistémico, aparentemente incorregible, sospechosamente masoquista, quizá está en «el ADN de la oposición», de lo que hemos conocido (y se ha autoproclamado) como oposición.
Debemos hacer un análisis profundo y rápido de qué cosa es la oposición. Una especie de autopsia en vida, un análisis que revele los más íntimos modos, su funcionamiento interno. Es bastante difícil porque no es una conglomerado homogéneo sino de diferentes fuerzas y movimientos, con diversos tamaños y modos de actuar.
Pero, ¿qué los identifica? ¿Qué los une en el plano conceptual? ¿Cuáles son las virtudes y errores que comparten?
La identificación la da la afirmación que cada agrupación hace de ellos mismos, es decir se autoproclaman como oposición. La validación de esto debe ir de las palabras a los hechos. Es problemático identificar cuales son «los hechos» que demuestren que sí actúan para cambiar a quienes detentan el poder y ver cuánto avanzan cada vez. Hay una forma automática que muchos practicaron a rajatabla: «a todo lo que diga el gobierno la oposición debe decir lo contrario». Es sencillo, claro… y es infantil: a todo multiplicarlo por menos uno.
Es estrategia que algunos aprendices de ajedrez usan, y pierden inexorablemente. Es una forma obtusa de actuar que obliga a los que la sigan, a eventualmente sentir que están convirtiéndose en seres sin raciocinio. La única forma de mantener este procedimiento es con la fácil y poderosa emoción del odio ciego. Ya en este terreno todos los bandos dieron demasiado de esta medicina, que estaba matando al país enfermo.
En lo conceptual, la oposición mantiene su discurso de vivir en democracia y recuperar la libertad. Primero aclaremos que en el plano interno de cada grupo (ni opositor ni oficialista) así como de todo el conjunto, no hay ni lo uno ni lo otro. Eso, da homogeneidad negativa al conjunto. Cada partido o grupo es un feudo, con sus privilegiados nobles, sus intereses propios que van es desmedro de los otros feudos, y sus nombres y tarjetas electorales como sus grandes posesiones, que en realidad son como moneda fiduciaria, sin respaldo real.
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Su discurso por la libertad suena más a folleto traducido, a disco repetido, que a proclama contextualizada. Teórico, sofisticado y etéreo no muestra imágenes de la vida real, de qué se trata, de cómo afecta al ciudadano de a pie. No lo dicen porque no lo saben (o quizá no es real). Su llamada por democracia y libertad no es problemática por etérea o metafísica, sino por ajena e irreal, al menos para el receptor común.
¿Cuáles son las virtudes y errores comunes de la oposición? Luchan contra un enemigo de papel y no contra el verdadero que actúa frente a ellos. No promueven la creatividad para elaborar estrategias renovadas.
Los viejos (literalmente viejos) dirigentes no cambian, no pueden, no dan para más, se repiten a ellos mismos. Tienen más de dos décadas, toda una vida, viviendo de esa forma. Cambiar significa caer personalmente en la nada, en no saber qué hacer. De qué les serviría entonces su profesión: «dirigente de oposición» pero desempleados.
Así que sus verdaderas metas son «ser EL dirigente de la oposición», y sus contrincantes son los otros dirigentes de oposición (y de vez en cuando un tirito al gobierno para identificarse). Simple canibalismo.
Lo peor es para escoger sus representantes, como por ejemplo en las elecciones de noviembre pasado, con repetidas, eternas y apetitosas reuniones en buenos restaurantes bien regadas de muy añejo whisky con emolumentos de 5.000+ $ que «vienen de arriba», además de lo que cada aspirante a candidato pueda generosamente aportar. Esa es la etapa más productiva, de más beneficios personales. Las candidaturas no se venden, peor, venden al país.
Es hora de dar la gran sacudida. No seguir siendo eunucos de la política, temerosos opinadores, encajonados, que no asumen las responsabilidades que nos atañen a todos. Este país está cansado y desesperado, quiere un cambio pero no se le ofrece la vía pacífica y democrática para obtenerlo, porque por casi un cuarto de siglo lo que conocemos como oposición no ha actuado en función del país, ni pensado en los demás que al final es en beneficio de todos.
Cada acto se hace por la inmediatez en tiempo y alcance. No se trazan objetivos a largo plazo y se actúa en consonancia. Por ese permanente «para ya» solo salen a llevar palo. Se necesitan dirigentes honestos e inteligentes. Muchos, honestos e inteligentes. Los actuales han demostrado que no sirven. Esperan que otro país, una catástrofe social (¿otra más?) o quizá los extraterrestres vengan a hacerles el trabajo que a ellos les corresponde.
Los «dirigentes» actuales deberían ser becados y retirados para poder hacer la gran poda: Qué surja la savia joven y fresca, con energía y valor, con mucho amor por su país y sus semejantes, a conducir a buen puerto este maravilloso navío, inmenso en posibilidades, casi hundido pero que al fin resurge siempre, con una experiencia y un dolor a cuesta que es conocimiento y estímulo.
¡Basta ya! Construyamos una oposición de todos los que queremos un cambio profundo. Por Venezuela. Bien vale la pena.
Yo, soy pueblo.
Rafael Antonio Sanabria Martínez es profesor. Cronista de El Consejo (Aragua).
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