Pa’ luego es tarde, por Teodoro Petkoff
De acuerdo con declaraciones de Diego Cordovez, enviado especial del secretario general de la ONU, en sus conversaciones con el presidente Chávez y con el vice Rangel habría encontrado «un ánimo de diálogo» que él consideró muy importante. ¿Cómo entender esto? ¿Significa que el gobierno está dispuesto a dialogar con la oposición? Si es así estamos ante una rectificación por parte de Chávez y Rangel, en relación con criterios que ellos mismos han expresado anteriormente, de que sólo después del 15 de agosto estarían dispuestos a reunirse con la oposición. En aplicación de esa línea, dirigentes del MVR y del Comando Maisanta han rechazado cualquier tipo de encuentro con sus adversarios. Esto ha sido dicho para responder a reiteradas invitaciones formuladas por la Coordinadora para hablar directamente gobierno y oposición, y no como se ha venido haciendo hasta ahora, por mampuesto, a través del CNE. Si ese «ánimo de diálogo» que Cordovez dice haber percibido comporta la disposición a sentarse alrededor de una mesa, ahora mismo, entonces estará abierto el camino para ello, habida cuenta de lo que la CD ya ha manifestado reiteradamente en tal sentido. Para bailar tango, o como diríamos por estos lados del Caribe, para bailar un bolero, se necesitan dos. Si en ambos lados existe la voluntad de echar un pie, entonces, adelante, porque pa’ luego es tarde.
Sería difícil exagerar la significación que tendría un encuentro directo entre gobierno y oposición. El mero hecho de reunirse podría contribuir a disipar algunas de las aprensiones que rodean el acto referendario del 15A. Ello significaría comenzar a restablecer la práctica civilizada, propia de la vida democrática, que obliga a los adversarios a tenerse en cuenta mutuamente y a tratar de establecer, conjuntamente, las reglas políticas de un juego que de no contar con ellas podría salirse de madre. Pero, más allá de la cortesía, un encuentro que arroje aunque sea una declaración conjunta de respeto a los resultados electorales seguramente sería bienvenido por la inmensa mayoría del país. Además, dejar montado un dispositivo de enlace entre las partes, para procesar directamente las eventuales situaciones de emergencia que pudieran presentarse, también seguramente sería recibido con beneplácito.
Esta campaña electoral cada momento se parece más, por lo pacífica, a las que nos acostumbramos durante medio siglo, con sus caravanas y afiches y casa por casa y mítines y toda la parafernalia que les es propia. Los problemas logísticos a los cuales el CNE hace frente van siendo resueltos progresivamente. Las inquietudes respecto de la automatización del voto se han reducido sensiblemente, aunque subsisten todavía algunas áreas de discusión, sobre todo con las inefables «cazahuellas». Los medios se acercan cada vez más al equilibrio informativo. (Pero el apabullante ventajismo oficialista, aunque más discreto, todavía configura una inaceptable violación de la legislación al respecto, que debe ser superada). Sin embargo, no nos engañemos. Bajo esta superficie de aparente «normalidad» se mueven peligrosas corrientes de conflicto, que es necesario dominar, para impedirles que copen la escena. No hoy sino el 15 de agosto en la noche.