Pajita en el ojo ajeno, por Teodoro Petkoff

El ministro de la Defensa se quejó ayer de la «burla y risa&» con la cual «muchos irresponsables que critican al Gobierno» habrían acogido la captura del contingente de supuestos paramilitares colombianos. Y reclamó seriedad en el tratamiento del asunto porque «esto no es ningún show del gobierno ni una parodia cómica». El ministro, sin duda, reacciona contra la general incredulidad con la cual buena parte de la opinión pública ha acogida las noticias relacionadas con el caso y contra la inevitable mamadera de gallo que ellas han suscitado. García Carneiro debería ser un poco más autocrático porque en verdad al primero que le ha faltado seriedad en el manejo del tema es al propio Gobierno. Lo que en verdad es un asunto muy serio y muy grave el gobierno lo ha vuelto un peligroso sainete.
La presencia de un grupo tan numeroso de colombianos (cosa que está fuera de toda duda puesto que el propio gobierno de ese país ya ha suministrado pormenores personales de los capturados, revelando, por ejemplo, que 26 de ellos son reservistas de su Ejército), y evidentemente encuadrados en alguna forma de organización es un asunto de la máxima gravedad. Esto no puede ser desestimado. Alguien los contrató en el vecino país y alguien organizó su traslado nada menos que hasta Caracas, en una operación logística de no poca monta.
Ante este hecho tan preocupante, ¿cómo reaccionó inicialmente el gobierno? ¿Suministró informaciones precisas acerca de quienes pudieran ser los responsables de la presencia de ese numeroso grupo de presuntos paramilitares? ¿O, suponiendo que no las tuviera en el momento, anunció para días posteriores el resultado de las investigaciones, sin hacer conjeturas apresuradas? ¡No! De una vez se lanzó a hacer acusaciones descabelladas y genéricas, sin ningún soporte, contra la Coordinadora Democrática, señalando, incluso, por su nombre a Enrique Mendoza como vinculado a los hechos. Esta balurda utilización politiquera de una cosa, en principio gravísima, inmediatamente despertó la sospecha de que pudiera tratarse de un show, de un montaje, con la explícita intención de dañar a las fuerzas políticas democráticas, coincidencialmente, a dos semanas de la realización de los reparos. De manera, general García Carneiro, que si a alguien hay que acusar de falta de seriedad es al propio gobierno. Fue este quien transformó una vaina muy seria y grave en un show, en una parodia. Quienes primero chotearon el asunto fueron dirigentes y diputados oficialistas, y a la cabeza de ellos el propio Presidente, quien con su acostumbrada imprudencia se tiró de cabeza a hacer las mismas imputaciones irresponsables contra una organización política que, como tal, el Gobierno sabe perfectamente que no está involucrada en actividades subversivas.
La Venezuela democrática condena y rechaza la utilización de mercenarios extranjeros para la promoción de la violencia en el país. Pero la que habría podido ser una condena casi unánime de tan repudiable procedimiento, la impidió el Gobierno con un comportamiento que no podía sino despertar dudas legítimas acerca de la veracidad de los hechos que denunciaba. En un país de jodedores no se puede presentar al público una cuestión de indudable gravedad acompañándola, por ejemplo, de las pintorescas lucubraciones de Lucas Rincón sobre la amenaza subversiva que representan unos cachitos de jamón. En lugar de buscar la pajita en el ojo de sus adversarios, el general García Carneiro debería más bien fijarse en la viga doble T que tiene en su propio ojo.