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Para comer, educar y curar, por Gustavo J. Villasmil Prieto



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Para comer, educar y curar,
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Gustavo J. Villasmil-Prieto | @gvillamil99 | enero 22, 2022

Twitter: @Gvillasmil99


Con la democracia no solo se vota, sino que también se come, se educa y se cura.

Raúl Alfonsín, 43º presidente de la República Argentina.

Discurso de toma de posesión. 10-12-1983

 

Con el tiempo comprendí la tristeza profunda de aquellos académicos que llegaron a la Facultad en los años 70 y 80 tras haber encontrado refugio en la Venezuela democrática que solíamos ser y que siempre cobijó a los perseguidos por las horribles dictaduras militares del Cono Sur.

Recuerdo en especial a uno de ellos, un verdadero sabio. Recatado, discreto y siempre silencioso. Aquel circunspecto profesor solo dejaba escapar chispazos de alegría durante los partidos de futbolito que protagonizaban los estudiantes durante los recesos, breves pausas de regocijo en las que aquel maestro cantaba goles con nosotros, protestaba los pitazos del árbitro y coreaba las porras de su equipo favorito como quizás tantas veces en otro tiempo allá, en su patria, hogar de algunas de las divisas futbolísticas de más solera e historia en todo el mundo.

Mi generación jamás pensó que llegaría el día en el que quienes tendríamos que huir con lo puesto, llevando una mochila al hombro para salvarnos a otros países, entre ellos la querida Argentina, seríamos nosotros. Como tampoco pensamos ver que el cuello sobre el cual habría de pisar fuerte la bota del «milico» represor sería el nuestro ni que llegaríamos a contar, como ellos en su día allá, presos, exiliados, desaparecidos y una inmensa diáspora de desterrados por el hambre que ya casi monta en el 20% de la que fuera nuestra población. ¿Cómo fue que llagamos hasta aquí?

Los venezolanos nunca aprendimos de la historia de quienes entre nosotros encontraron refugio en aquellos duros tiempos. Nos creímos portadores de anticuerpos naturales contra el autoritarismo, siendo que nuestro pasado histórico testimoniaba todo lo contrario.

Con una moneda fortísima en el bolsillo, alimentados por aquel lugar común según el cual éramos «el mejor país del mundo» por contar con short stops estrellas, reinas de belleza a granel y dinero para irnos a pasar weekends a Florida si nos fastidiábamos de Chirimena y Playa Panty, ¿para qué íbamos a amargarnos la vida reflexionando sobre la tragedia de esas otrora ejemplares democracias de las que con nostálgica angustia nos hablaban aquellos hombres notables llegados no solo de la Argentina, sino también de Chile y del Uruguay? A tamaño equívoco no podía faltarle «salsita» intelectual, que aportada por historiadores y penseurs que corrieron a postular una pretendida «excepcionalidad venezolana» que terminaría no siendo tal.

*Lea también: Amor con hambre no dura, por Gioconda Cunto de San Blas

Hasta que se acabó la plata y no pudimos traer más a Gloria Gaynor a cantar en la boite del Hotel Tamanaco ni a Peter Frampton al Poliedro. Fue entonces cuando le vimos de cerca los dientes pelados al lobo feroz de la pobreza del que mil veces fuimos advertidos. La fe del venezolano en aquella democracia providente e instrumental que por décadas le garantizó servicios públicos prácticamente gratuitos, gasolina a precios por debajo de su costo de producción, impuestos risibles y dólar subsidiado para ir a fotografiarse con Mickey Mouse, se fue desvaneciendo.

La democracia venezolana, construida tras siglo y medio de luchas que este país echó al olvido, dejó de ser ese mecanismo del que Diego Bautista Urbaneja dijera un día estaba llamado a evitar «que todo el mundo se pusiera bravo el mismo día».

Ese temido día, el de la más unánime rabieta nacional, llegó: fue el 27 de febrero de 1989. El país ardió y la única respuesta que se le dio a aquello fueron las tropas en la calle. Todo lo cual resultó hábilmente aprovechado por un mediocre oficial de paracaidistas que llegó prometiendo paraísos populares montado sobre un tanque de guerra hace ya 30 años, ello siempre y cuando le fueran entregados a cambio, en charola de plata, el país entero y sus instituciones.

Al tipo tampoco le faltaron «notables» que corrieran lisonjeramente a justificarle, abundando entre ellos pretendidos filósofos, clérigos, académicos de medio pelo, empresarios, sablistas de todo tipo, dueños de medios, artistuelos de TV y un nutrido grupo de políticos fracasados que vieron en aquella charada la realización de aquello que bien dijo un día Peter Drucker: que el fascismo era la revancha del mediocre. Las resultas están a la vista.

De la «revolución bonita», que prometiera un día acabar con el hambre y con la precariedad de nuestra educación y nuestra sanidad pública, solo ha quedado como saldo una desnutrición en menores de cinco años rondando el 40% en 2021, una deserción escolar que supera al 1.200.000 niños entre 2018 y 2021 y una reducción de la esperanza de vida al nacer de casi cuatro años desde 2015.

Como en Cuba, Nicaragua y Corea del Norte, el comunismo en Venezuela solo consiguió aquello en lo que siempre ha sido eficaz como nadie: convertirnos en país paupérrimo y hambriento.

No era verdad que sacrificándole a un aspirante a tirano aquella ciertamente imperfecta democracia que éramos íbamos a lograr, a cambio, mitigar nuestras necesidades y anhelos más básicos, todo lo contrario: terminamos profundizando las vergonzosas brechas sociales de siempre, de modo tal que mientras un niño muere en el JM de los Ríos esperando ser trasplantado, algún caído exjerarca chavista en Roma o Viena reaparece derramando lágrimas de cocodrilo con cara de «yo no fui» y otro sale figurando en los periódicos de Madrid en la lista de propietarios de «pisos» de lujo que un incluso a cualquiera de los miembros del exclusivo club de los Grandes de España le costaría pagar.

No era cierto que sacrificando la democracia iba Venezuela a alimentar, a educar y a restituir mejor la salud de sus hijos. Ningún régimen autoritario –del signo que sea– tiene tal cosa en agenda. Así se los recordó a sus compatriotas el gran Raúl Alfonsín el día en que tomaba posesión de la presidencia tras muchos años de crímenes y de desmanes de las juntas militares en su país.

Evocar al padre de la democracia argentina en la inmensa vigencia de su pensamiento viene más que nunca al caso hoy para nosotros aquí, enfrentados como estamos al más terrible tumor que jamás sufrieran Venezuela y casi toda Iberoamérica: el tumor maligno del autoritarismo militar.

Gustavo Villasmil-Prieto es Médico-UCV. Exsecretario de Salud de Miranda.

TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo

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