¿Para dónde vamos?, por Teodoro Petkoff

El chavismo ha alcanzado el control casi total de la institucionalidad política. Para todo efecto práctico, virtualmente toda la estructura político-territorial del país está en sus manos, lo cual, sumado al control del Parlamento, del TSJ, del Poder Ciudadano y del Poder Electoral, amén de la Fuerza Armada, le da una hegemonía casi absoluta sobre el país. Tanto mayor cuanto que los contrapesos institucionales, en estados, municipios y Parlamento, son precarios. Esta situación plantea dos retos para el gobierno. Uno, el de cómo ejercer este voluminoso poder. En los próximos dos años Chávez y su equipo están obligados a demostrar que pueden administrar eficientemente el país. Hasta ahora el clima de conflictividad y polarización ha servido como burladero para esconder la protuberante incapacidad que caracteriza al gobierno. Eso, obviamente, ha venido cambiando y ya no hay excusas de ese género para justificar el mal gobierno. Chávez no ignora la magnitud de este reto y probablemente eso explica sus recientes monsergas autocríticas, latigueando el burocratismo, la torpeza administrativa y la corrupción. Paradójicamente, el poder casi absoluto y la debilidad de los controles institucionales son el mejor caldo de cultivo para la mala gestión y para la corrupción. Es en esas condiciones donde florecen lozanamente estas flores del mal. Los meros discursos contra estas plagas son insuficientes y al poco tiempo suenan huecos y cínicos.
Por otro lado, ¿podrá el gobierno contrarrestar sus visibles pulsiones autoritarias y autocráticas o se deslizará por la pendiente del sistemático abuso del poder, sin consideración alguna por la disidencia, cediendo a la tentación del ejercicio no democrático del mando? ¿Aceptará que los opositores tienen derechos? Como en toda sociedad, el gobierno es el factor más dinámico de la vida política y el principal responsable de la creación de un clima de convivencia y tolerancia, así que de un gobierno con tantos poderes cabría esperar una actuación en consonancia con ese desideratum. ¿Lo hará?
Para los opositores (que no necesariamente es lo mismo que la oposición” ) ha llegado también la hora de una revisión definitiva. La oposición tal como la conocemos ha vivido una paradoja dramática. En la medida en que fue recuperándose de la postración fue acumulando errores, unos por acción y otros por omisión, muy costosos, que fueron debilitándola hasta llevarla al actual estado de confusión, dispersión y debilidad en que hoy se encuentra.
Sus equivocaciones, equívocos y ambigüedades han alimentado la fuerza del gobierno. Para esa oposición las campanas están doblando, en cambio para los hombres y mujeres que la conforman ha llegado la hora de construir nuevas formas de organización y articulación política y de comprometerse con una estrategia democrática, tanto de definidos propósitos electorales como apoyada en un real trabajo político en el pueblo profundo. Es la hora de la tenacidad y la paciencia. Pueblo hay para eso, son millones.