Paras no, reparos; por Teodoro Petkoff
Los temores que expresábamos ayer están siendo confirmados por los hechos. El gobierno aprovecha la captura de los supuestos paramilitares con un claro propósito de atacar a la Coordinadora Democrática y al proceso de reparos. Rangel, incluso, lo sugirió sibilinamente, al afirmar que estos acontecimientos podrían comprometer el acto de reparos.
El gobierno sabe perfectamente cuál sería el origen de la presencia de supuestos paramilitares colombianos en nuestro país –a menos, desde luego, que todo esto no sea sino un montaje. La policía política y el gobierno tienen absolutamente claro que Robert Alonso, a quien señalan como uno de los responsables del singular campamento, no tiene nada que ver con la Coordinadora Democrática. Más aún, puesto que lo leen en Internet, por donde Alonso escribe profusamente, conocen cuál es su posición ante la CD, no propiamente amistosa hacia ésta. Sin embargo, tanto los dirigentes chavistas como las agencias noticiosas internacionales que sirven de altoparlante al chavismo insisten en hablar de Alonso como «miembro conspicuo» de la CD. Asociar a la CD por ende a su estrategia democrática, afincada en el RR y en los reparos, con el golpismo y el terrorismo no es sino una manera de descalificarla, pero también de sembrar el desconcierto y hasta el temor en los centenares de miles de «reparantes».
Es demasiado llamativo el hecho de que todas las alusiones son a la CD y Rangel, en su increíblemente cínico discurso de ayer, insiste en que la CD debe «deslindarse» del golpismo, como si ese deslinde no fuera evidente, dados, entre otras cosas, los públicos ataques de que es víctima la CD por parte de minoritarios sectores del talibanismo. Se ven muy claras las patas de este caballo.
Porque no es a los paramilitares ni a esos golpistas bufos que alguna vez «tomaron» la plaza de Altamira a quienes teme Chávez. A quien realmente le teme es a los reparos. Son éstos los que le quitan el sueño a los próceres del «proceso». Rangel clamaba ayer que este es un problema de Estado, que toda la nación debería unirse para rechazar el traslado del conflicto y los procedimientos colombianos a nuestro país. Pero, simultáneamente, su gobierno ataca a la CD, lo cual transforma en pura hipocresía lo que en abstracto sería un razonable llamado a impedir la colombianización de nuestra política. ¡Curiosa manera esa, de llamar a la «unidad nacional» comenzando por dinamitar los puentes con los sectores democráticos de la oposición!
El gobierno ha preferido instrumentalizar el episodio, para ahondar la división y la confrontación en el país, tratando de deslegitimar las credenciales de quienes han escogido una clara opción democrática y constitucional, procurando una solución electoral a la crisis política que vivimos. El gobierno encoge así los espacios democráticos, cuando criminaliza toda acción opositora, estigmatizándola como «golpista». No sin razón mucha gente, incluyendo algunos embajadores más bien críticos de la oposición, pone en duda la presentación oficialista de lo ocurrido y se pregunta si, en verdad, no estaríamos, más bien, ante la versión chavista del incendio del Reichstag.