Paz o guerra, por Teodoro Petkoff
Navegando sobre el océano de graves errores cometidos por el gobierno de Pedro Carmona en apenas 24 horas regresó Hugo Chávez al poder. (Sobre esos errores léase a Zapata en la página 4.) Ahora importa primordialmente tratar de escudriñar el próximo futuro. El resultado inmediato es, obviamente, el fortalecimiento de Hugo Chávez y su régimen. Pero se engañarían Chávez y sus compañeros si creen que están montados sobre un piso sólido. Se trata de un fortalecimiento frágil, valga la contradicción. Chávez, quien se jactaba de no ser Allende y de que «la revolución tenía las armas», descubrió que la FAN, dadas ciertas circunstancias, puede tumbarlo y, de hecho, lo tumbó. La institución cuyos mandos parecían ser «suyos» lo desconoció. Peor aún para él, los militares chavistas no pelearon en defensa de su jefe y líder. Se plegaron a la decisión institucional. Sólo los gruesos errores políticos cometidos por el talibanismo de ultraderecha que creyó haber asaltado el Estado, permitieron a los militares chavistas recuperarse y junto al vasto mundo militar institucionalista imponer el regreso de Chávez, doblegando incruentamente a la oficialidad que había convalidado su salida. Pero a los efectos de la gobernabilidad futura, Chávez debe saber que la FAN está fuertemente dividida, desgarrada psicológica y anímicamente, y existe en ella una fractura que no podrá ser soldada, como creen algunos talibanes gubernamentales, mediante una «depuración». Chávez no debe olvidar que su derrota el 4F abrió, sin embargo, una crisis político-militar que culminó con la salida de CAP. La victoria de éste, entonces, no sólo no apagó la crisis sino que la potenció. La victoria de Chávez hoy tampoco ha acabado con la crisis político-militar. En 1992 la procesión iba por dentro. Hoy también.
Chávez debe tomar buena nota de la gigantesca manifestación del jueves 11. Ella fue la evidencia de que medio país lo adversa fuertemente. El Presidente no podrá gobernar excluyendo a medio país, ni puede continuar lanzando a un sector contra otro, manteniendo una convulsión social permanente. Porque también debe saber que en la madrugada de su caída el pueblo chavista no salió a pelear por él. Salió después. Si añadimos a estos dos datos el referente a la situación económica y social, que, desde luego, ahora será peor aún (la crisis fiscal, la parálisis de la economía real, el enorme desempleo, la inflación), tenemos un cuadro ante el cual, si Chávez quisiera seguir gobernando con la misma intolerancia y agresividad de antes, con la misma política de carrito chocón y buscapleitos, con el sectarismo que caracterizó este período, entonces dentro de poco tiempo estaremos en las mismas. Porque la crisis política está viva y sólo un manejo diametralmente opuesto al seguido hasta ahora podrá restablecer las bases de la convivencia civilizada. ¿Entiende esto Chávez? Su discurso de reasunción del mando fue tranquilo y conciliador, pero en la tarde, en Maracay, en el batallón de paracaidistas, ya parecía el Chávez de siempre. Decir que medio millón de caraqueños que marcharon el jueves 11 y que la intervención de la FAN que lo sacó del poder fueron para él tan sólo la obra de «cuatro oligarcas» es ya signo de que estaría comenzando a perder contacto con la realidad. Decir, como dijo, pocas horas después de la experiencia que le tocó vivir, que «de repente no me voy tampoco en el 2021» es ya la misma arrogancia de siempre, el mismo desdén por el país nacional. No es un buen signo. Porque como dijo su amigo el ex embajador en España, general Raúl Salazar, «nos encontramos ante la probabilidad de una revuelta social permanente»