Petro, democracia y neoliberalismo, por Wilfredo Velásquez
Twitter: @wilvelasquez
La derecha latinoamericana no es democrática.
Está conformada por tres grandes bloques, las oligarquías rancias y conservadoras que tienen sus raíces en la colonia, cuya riqueza proviene inicialmente de la explotación agrícola colonial, históricamente acrecentada por el manejo del poder político, bien sea directamente, o a través de gobiernos autocráticos, abiertamente dictatoriales o de matiz democrático.
El segundo sector lo integran la clase media surgidas en los periodos de bonanzas nacionales, producidas por los precios de los commodities propios de cada país, cuyo nacimiento y permanencia depende de sus relaciones con las estructuras de poder, su giro político hacia la derecha depende básicamente, de sus niveles de riqueza.
En Latinoamérica parece que movilidad social y posición política están estrechamente relacionadas.
Es común ver como hasta los dirigentes obreros en su aproximación al poder, dejan de lado sus posturas originales para asumir los valores y el estilo de vida de la derecha.
El tercer grupo lo conforman, parte de la clase media culta e ideologizada, en proceso de pauperización y sectores obreros y campesinos permeados por el pensamiento socialdemócrata y su variante socialcristiana.
Al igual que en el resto de nuestro subcontinente, la derecha colombiana, políticamente, solo se ha preocupado por garantizarse el poder, posición que motiva sus aportes y participación en las campañas electorales
En las recientes elecciones, donde al final quedaron disputando la presidencia dos candidaturas emergentes que no garantizaban con certeza sus intereses, se retiraron de la campaña y atrincherados en sus rancios privilegios, dejaron a Rodolfo Hernández solo, enfrentando al socialismo internacional, a los gobiernos rusos y chinos, a los progres españoles, a los gobiernos regionales de tendencia socialista, al Foro de Sao paulo (Grupo de Puebla), a los movimientos guerrilleros y a un aparato electoral dispuesto a utilizar todos los ingentes recursos con tal de descalificarlo.
Demostraron que si no son ellos quienes dirigen su país poco les importa, total, como dicen los marxistas el capital no tiene patria.
Como resultado Colombia tendrá por primera vez un gobernante de izquierda.
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Y aquí surgen las dudas sobre el rumbo que tomará nuestra vecina república.
Colombia en cuanto a formas de gobierno y modelos económicos, ha experimentado las mismas variantes que el resto de Latinoamérica.
Tuvo un gobierno colonial, entró en el mercantilismo, experimentó con el laissez faire, fue económicamente liberal, intentó desarrollar el estado de bienestar de la post guerra, de acuerdo a los postulados de Keynes, fue desarrollista según los esquemas de la Cepal, se endeudó y sufrió la crisis de la deuda, se embarcó en la aventura neoliberal según von Hayek, von Mises y Milton Friedman, sufrió las consecuencias de la aplicación del Consenso de Washington, aplicó las fórmulas del FMI y del BM.
Colombia fue todo eso pero nunca democrática y ahora estrena un presidente de comprobada tendencia socialista.
Los desesperanzados piensan que puede repetir la experiencia venezolana con los resultados que ya conocemos, otros, considerando su formación académica y su experiencia política, creen que puede sortear el esquema del Foro de Sao Paulo y la influencia cubana para evitar caer en el llamado socialismo del siglo XXI.
Brindémosle el privilegio de la duda.
¿Será posible ver a un socialista tratando de aprovechar las ventajas de los postulados del neoliberalismo, para desarrollar una gestión que corrija aspectos como la pobreza, la asistencia social, servicios eficientes y a bajo costo, la desregularización del mercado, la conformación de un estado equilibrado que garantícela propiedad privada y la justicia social y que le dé a la democracia la importancia que el neoliberalismo le niega?
Puede resultar absurdo pensar que, con los compromisos políticos del recién electo presidente, quiera y logre realizar una gestión signada por los principios democráticos.
Seguramente los compromisos con los grupos armados, que los debe tener, con los gobiernos de izquierda que le deben haber apoyado, con los grupos radicales, los movimientos sindicales y las minorías activas, que le acompañan, su postura radicalmente ambientalista, su carbono neutralidad, su postura ante la explotación petrolera y su posición ante la inequidad social, serán elementos determinantes de su gestión.
Sin embargo, la realidad apunta hacia derroteros más equilibrados, promesas peligrosas como las que ponen en riesgo el futuro de los fondos de pensiones, la «renuncia» al desarrollo de la industria petrolera, la afectación de la base impositiva que pudiera hacer emigrar los grandes capitales y el inevitable aumento del gasto social, pudieran ser menos agresivos que lo señalado en su discurso electoral.
Sin plata no hay paraíso.
Resulta probable ¿poco o mucho?, que veamos a un Petro, haciendo malabarismo en la cuerda floja, para complacer a sus acompañantes, mientras trata de construir un estado que sin poner en peligro la propiedad privada y el mercado, busque el equilibrio que reivindique lo público, la independencia de los poderes y que permita que el pan no solo llegue a quienes puedan pagarlo, sino que se le ofrezca primero a los que tienen hambre.
Wilfredo Velásquez es poeta.
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