Plan Mordaza, por Teodoro Petkoff
El comandante parece que está manoseando la idea de tomar medidas drásticas contra los medios de comunicación. En la fiesta de cumpleaños de Tobías Carrero, celebrada el sábado pasado en su finca «Hato Caroní», en Barinas, habría sido vivamente comentado el asunto, a partir de la información que en ese sentido proporcionara un alto, altísimo, jerarca del «proceso», y quien, interlocutor privilegiado, supuestamente recibió esa información telefónicamente del propio Chávez.
Con toda la reserva del caso, nos sentimos obligados a prestarle atención a la materia, porque el que una cosa así pueda estar pasando por la cabeza del Máximo Líder y del minicogollo de la revolución que anda con él no sería «realismo mágico» -como tal vez diría José Vicente. Ya hemos apuntado varias veces en este diario que antes de irse de viaje, Chávez dejó prendidos varios fogones aquí. Es obvio que su retorno será un momento de definiciones. Una de ellas, no tiene por qué extrañar, podría estar referida a los medios de comunicación.
Cuando Chávez mencionó su intención de revivir el MBR-200 y luego, a través de Hermann Escarrá, puso a rodar la bola de un posible «estado de excepción», poca duda puede caber de que anda dándole vueltas a la idea de acentuar el autoritarismo. Es la búsqueda de chivos expiatorios. Los contratiempos y reveses que experimenta el «proceso» sólo serían atribuibles a la «perfidia» del «enemigo» y no a sus propios errores y torpezas. Por eso, si el MVR es poco eficiente, ello sería debido a que está lleno de «infiltrados» de la Cuarta República; de igual manera, si la administración pública es un desastre, tal cosa se explica por la presencia de «saboteadores»; si las tasas de interés están altas es porque los banqueros son unos «conspiradores», como también lo serían los medios, que no se ocupan de otra cosa que de malas noticias, y a los cuales habría que «contraatacar» (ver página 3). «Profundizar el proceso», para utilizar las propias palabras de Chávez, en la presente situación venezolana no sería sino sustituir la política por la policía.
La tentación es demasiado grande, pero del dicho al hecho hay siempre un trecho que ya en otras oportunidades no ha sido franqueado. Chávez es impulsivo, ya se sabe, y así como en el viaje a Arabia Saudí recibió la inspiración para los préstamos sin intereses, no sería de extrañar que en Rusia, donde la contrarrevolución está hoy cerrando televisoras y periódicos, y en Irán, donde la «revolución islámica» tampoco sabe con qué se come eso de la libertad de expresión, haya podido pensar que tal vez un poco de censura de prensa podría ayudar a la «revolución pacífica y democrática». Sin embargo, habría que confiar en que, como en muchas otras ocasiones, el sentido común se imponga sobre la fanfarronería. Porque una medida contra los medios, que no tiene apoyatura ni siquiera en la existencia de un estado de excepción, en el cual se preserva explícitamente la libertad de expresión, colocaría al país ante la necesidad de hacer cumplir el artículo 350 de la Constitución.