Pobres países ricos, por Carlos M. Montenegro
Los recientes sucesos acaecidos en el estado Bolívar y el territorio Amazonas venezolano plagado de enfrentamientos y asesinatos ocasionados por invasores guerrilleros, paramilitares, grupos al margen de la ley o delincuentes comunes, qué más da, provocando verdaderas masacres entre la población y las Fuerzas de Seguridad del Estado, ameritan echar una mirada con cierto detenimiento.
La idea no es entrar en consideraciones políticas, por demás obscuras, sino examinar los hechos y compararlos, por ejemplo con recientes sucesos en África y aún activos, ante el temor de que pudieran reproducirse aquí esos hechos, a los que no se les da la importancia debida, relacionándolos como simples casos delincuenciales o de orden público.
Lo cierto es que lo que se está ventilando en ese enorme territorio al sur del Orinoco, con grandes selvas vírgenes y enormes sabanas que ocupan una extensión similar a toda la península ibérica y con una densidad de población combinada de 1hab/km2, excluyendo a Ciudad Bolívar y Ciudad Guayana. Puede decirse que el ábaco usado en el siglo XX por los diferentes regímenes en Venezuela para medir la economía, solo se utilizaban para echar las cuentas de los entradas petroleros. Los demás rubros se consideraron como ingresos residuales, algo así como el sencillo de la caja chica de la nación. El hierro, el manganeso, el oro, los diamantes e infinidad de minerales no contaban mucho en la macroeconomía y no se explotaban en serio, aunque no faltaron tiburones acechando su momento.
Con esa forma de concebir las cosas, este país se fue a la lona. El petróleo opacó todo lo demás y así el café, el cacao y tantos productos más se fueron por la borda sin mayor duelo. Los propietarios de las tierras se dedicaron a sacar jugo al asunto del oro negro en los ratos libres que les quedaban de sus devaneos con la política, sus casinos para ricos, sus veleidades domésticas y de las otras. Poco a poco el petróleo fue cubriendo con su viscoso manto todos los rincones del país. Cuando los gobernantes se dieron cuenta de que era demasiada plata en juego, tomaron la decisión de nacionalizar todo lo que viniera del subsuelo con el fin de “proteger al pueblo” de los abusos que pudieran resultar de tanta bonanza. Desde entonces, los que gobernaron se convirtieron en los verdaderos “croupiers” del gran casino criollo. Ellos se encargaron de repartir el juego, y hasta el día de hoy. Los listos de siempre cambiaron de potrero y se hicieron amigos de dueño de la pelota y para qué seguir. El resultado ha estado claro siempre, desde tiempos inmemoriales unos pocos son los dueños de mucho y el pueblo… como siempre, bien gracias, siempre le caería algún “clap”. La verdad que contado así, todo parece sencillo sin embargo, hoy en día la realidad es otra.
Todo aquel rio revuelto de millones que brindaba ganancia a no pocos pescadores se acabó. El gran casino se lo quedaron los de la cosa nostra del siglo XXI, Muchos dicen que como en Las Vegas, aunque pienso que con mucha menos clase y nada de estilo. Cómo lo hicieron, no viene al caso porque es vox populi.
Lo que no está tan difundido es que el asunto en los Estados Bolívar y Amazonas es una real pelea entre jaurías de lobos para controlar las riquezas a las que antes no se les paraba bolas, especialmente el “coltán”. La caída de los precios y el desplome de la extracción del petróleo venezolano tienen la culpa.
En cualquier tratado o informe sobre lo que hay en abundancia en el subsuelo venezolano reza más o menos que:
“El territorio nacional posee una gran variedad de yacimientos minerales metálicos y no metálicos. Dentro de los minerales metálicos tenemos: aluminio (Bauxita), cobre, níquel, hierro, oro, plata, plomo, zinc, mercurio, entre otros. Los no metálicos están conformados por los siguientes: calcio, magnesio, manganeso, diamante, caolín, arenas, fosfato, sal, yeso y talco, entre otros. La mayoría de éstos recursos minerales se localizan en el Escudo de Guayana, específicamente los yacimientos de: aluminio, hierro, caolín, oro, manganeso, diamantes y barita, en otras zonas ubicadas al norte del país existen depósitos de carbón, cobre…”*
Todo eso es verdad y en abundancia; desde Wikipedia hasta la Enciclopedia Británica vienen a decir lo mismo, pero pocas mencionan al coltán y si lo hacen es mencionándolo de pasada, como camuflándolo. El motivo es que mientras nos marean con que si el petróleo sube y el petróleo baja, nadie nos dice que una tonelada de coltán cuesta $500.000 dólares y se recoge con las manos del suelo, sin perforar ni extraer ni maltratar en exceso el medio ambiente. El interés de la explotación del coltán se basa fundamentalmente en poder extraer tantalio.
El coltán, más conocido como “oro azul”, es una mezcla de dos minerales: columbita y tantalita, de los cuales se extrae niobio y tantalio descubiertos en el siglo XIX. Desde su aparición el tantalio fue utilizado en la fabricación de filamentos de lámparas pero con el tiempo fue sustituido por el tungsteno y se pensó que caería en el olvido, pero con el auge de las nuevas tecnologías, por ejemplo los móviles, el coltán renació y empezó a adquirir valor, debido a su altísima utilidad pasó de 30$ a 500$ por kg en cuestión de meses, y sigue en ascenso.
Es empleado en la fabricación de aparatos electrónicos como ordenadores portátiles, videoconsolas, satélites artificiales, televisores de plasma, GPS, teléfonos móviles…; también en aviones, trenes magnéticos, nuevas centrales nucleares, atómicas y espaciales. Sin embargo, su más apreciada y principal aplicación es la fabricación de condensadores electrolíticos, ya que su capacidad para soportar altas temperaturas, su diminuto tamaño y su capacidad eléctrica hace que los condensadores fabricados con el tantalio extraído del coltán se antepongan ante sus predecesores, siendo esta la razón de su gran demanda y de su gran valor. En cuanto al niobio el otro mineral que compone al coltán, destaca por ser empleado en las aleaciones de acero inoxidable.
Según el escritor español Alberto Vázquez-Figueroa en su libro sobre el coltán: “Por cada litro de petróleo que consumimos realizamos un centenar de llamadas de móvil y más de un millar de consultas a través de Internet. Quien quiera controlar el futuro tendrá que controlar el coltán, un material insustituible, para controlar las comunicaciones y el transporte”.
De modo que la importancia estratégica del coltán ya supera al petróleo. En pocos años el uso de los combustibles fósiles será sustituido por las nuevas técnicas, ya en el mercado. Esta circunstancia y el hecho de no estar bien reglamentada su utilización y venta, hacen que la codicia aflore en aquellos que de una forma u otra controlan la explotación del oro negro y desinformen con medias verdades cuando no escamoteando la realidad de cómo se maneja el negocio.
El coqueteo de los mandamases, generalmente oficialistas, con los incontrolados ha llegado a un punto en que se hacen trampas, y, o se acaba el juego o terminarán rompiendo la baraja. Generalmente, entre innobles la lealtad dura poco y si la ganancia es mucha, aún menos. Si ese par de satélites espaciales bolivarianos, Bolívar y Miranda, ¡cuando no! funcionaran, podría apreciarse el trajín que en los aproximadamente tres mil kilómetros de frontera que los Estados Bolívar y Amazonas comparten con Guyana, Brasil y Colombia, se verían, repito, la infinidad de trochas por las que personas, cual hormigas, sacan de contrabando de todo, incluso minerales preciosos, especialmente coltán.
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La guerra por apropiarse del territorio parece que está a punto de estallar, y me voy a permitir contar lo que, ojalá no, podría sucedernos. Es historia:
El Congo es una amplia región situada en el centro de África ecuatorial que comprendía a varios países independizados como Zaire, Congo Brazzaville, Gabón, República Centroafricana y parte de otros países limítrofes. Desde tiempos inmemoriales ha sido foco de innumerables conflictos entre etnias pero a partir de la segunda mitad del siglo XIX fue campo de enfrentamiento entre la mayoría de las potencias coloniales, sobre todo europeas que se lo disputaron con el fin de expandir sus territorios y poder explotar sus ingentes recursos naturales. Su pecado, como el de tantos otros países, ha sido su enorme riqueza, pero el Congo se lleva la palma.
El Congo forma parte, según la ONU, de un pequeño grupo de naciones llamadas “megadiversas”, es decir que albergan en sí mismas el mayor índice de biodiversidad de la tierra. Posee maderas preciosas, café, té, hule, oro, plata, diamantes, uranio, zinc, cobalto, petróleo, gas natural, manganeso, estaño… de todo eso y mucho más dispone en abundancia y ahora, por si fuera poco, produce el 80% del coltan que se comercializa en el mundo. Por todo eso el Congo ha sido génesis de numerosas guerras, pero casi siempre llegadas del exterior debido a la codicia de potencias extranjeras, ya sea por la acción directa, o aprovechando países vecinos imbuidos de su avidez y usados como testaferros, cuando no como tontos útiles para sus propósitos.
Después de la II Guerra Mundial las Naciones Unidas comenzaron con la descolonización de África y en 1960 el Congo logró la independencia, siendo su líder político histórico Patricio Lumumba, que no tardó en ser depuesto y fusilado por el sanguinario dictador Mobutu que cambió todo, hasta el nombre: Zaire, lo que no cambió fue la cleptocracia instaurada por Leopoldo II, el rey belga que saqueó a su colonia.
El país desde entonces vive en una sola espiral de violencia; primero fue una terrible guerra civil entre etnias que terminó involucrando a la mayor parte de los vecinos y costó más de cuatro millones de muertos y muchos más mutilados. Y a partir de 1996 llegaron las llamadas Primera, y tras una breve tregua, Segunda Guerra del Congo, que con sus altibajos aún está activa. En ésta intervienen Ruanda, Burundi y Uganda que con la disculpa de proteger a sus respectivas etnias de aquella masacre invadieron el oeste de la República Popular del Congo y aún no se han ido; el objeto velado detrás de tan “humanitaria” intervención no es otro que saquear el mineral que casualmente se extrae de esa zona que ocupan: el coltán. Y no se van a ir. El balance, por ahora, es de casi seis millones de muertos más.
Lo que preocupa es la concomitancia entre el caso zaireño y el venezolano. Los elementos pueden ser muy diferentes pero dos cosas coinciden fatalmente, que son como el dedo en el gatillo: la codicia y el coltán. Así que habrá que andar con mucho cuidado
* Tomado de “Bitácora de Geología Venezolana”