¿Por qué creerle?, por Teodoro Petkoff
Anoche salió José Vicente Rangel como bateador emergente. El centro de su charla fue el llamado al diálogo. ¿Cómo creerle? ¡Cuántas veces no hemos oído esa retórica, que cada vez es brutalmente negada por el propio Chávez! No olvidamos que en diciembre pasado, antes del paro del 10, mientras tres directores de diarios conversábamos con Rangel en su despacho, Chávez, a la misma hora, pronunciaba un discurso brutal, que dinamitaba el puente que el ministro pretendió tender.
Cuando Rangel anuncia que hoy se van a reunir con «gente de la nómina mayor de Pdvsa», ¿cómo no recordar que el Gobierno, hasta ahora, cada vez que habla de «diálogo», pretende escoger a sus interlocutores, ignorando a los representantes legítimos de la otra parte? Así fue en diciembre. En lugar de conversar con los dirigentes de los gremios empresariales, Chávez llamó a Miraflores a un grupo de empresarios a quienes él mismo pretendía ungir como representantes de aquellos que habían convocado el paro. Siempre el truco, hasta infantil, de querer dividir desde el poder a su contraparte. La verdadera disposición al diálogo se hubiera manifestado si Rangel, por el medio de la calle, hubiera anunciado anoche una conversación con las personas que los trabajadores de Pdvsa, en sus asambleas, designaron como sus voceros. Es con ellos con quienes debe sentarse a conversar y no otros. Estos son, casualmente, los mismos que Chávez el domingo pasado, de modo brutal y desconsiderado, despidió personalmente y por TV. O habla con ellos (o en todo caso con aquellos que la gente de Pdvsa designe como voceros) o todo será la misma payasería de tantas otras veces, de un Gobierno que «dialoga» pero con interlocutores seleccionados por él mismo, o sea, pues, «dialoga» consigo mismo.
Esta reticencia, que casi reduce a paja el llamado de Rangel, tal vez se explica por su frase final: «Este llamado al diálogo no constituye debilidad». Acto fallido llaman esto. Es la óptica de Hugo Cadena, que un Rangel desconocido, por lo visto, ha hecho suya. La idea de que negociar y conversar sería señal de debilidad. Es un equipo de gobierno dominado por el criterio de que ellos son la encarnación de la Verdad, de la Justicia, de la Historia -de la Revolución, en suma-, y quienes los adversan enfrentan nada menos que a esas gigantescas categorías que se escriben con mayúsculas, y por tanto son «ilegítimos» y «contrarrevolucionarios» y sentarse a negociar con ellos sería un acto de suprema debilidad. Cuando Rangel habla de diálogo pero advierte que no es por debilidad, inevitablemente va al diálogo pero para tratar de demostrar que no es «débil». Una negociación es «dando y dando», de lo contrario no vale la pena. Igual que anoche. «No vengo a polemizar» y de seguidas, en lugar de aceptar que hay una situación delicada y difícil (que explica su charla) dijo lo mismo que tiene días repitiendo: «Todo está normal», «el paro fracasó», «el Gobierno tiene razón». Entonces, ¿para qué quiere dialogar? Con derrotados no hay nada que conversar. Pero, esa cuenta de pulpero, de cuántos negocios están cerrados y cuántos abiertos, no le permite apreciar cabalmente el fondo del asunto: la gravedad de la crisis política en la que está sumergido su gobierno y el país. Por ahí hay que comenzar si se quiere destrancar el juego, en lugar de autoengañarse. Entre tanto, la paralización de la industria petrolera avanza lenta pero inexorablemente y con ella la del país.