Por una «junta de la vacuna», por Gustavo J. Villasmil-Prieto
Twitter: @gvillasmil99
La esperada vacuna contra la covid-19 ya llegó a Iberoamérica. En México ya se está aplicando la BNT162b2, elaborada por el consorcio Pfizer (Estados Unidos)-BioNTech (Alemania) y cuya sofisticada tecnología se basa en el ARN mensajero, lo mismo que la mRNA-1273 de la también estadounidense ModernaTX, Inc. Sobre la seguridad y efectividad de esta última da cuenta un reciente estudio de fase III publicado en el New England Journal of Medicine con fecha 30 de diciembre de 2020.
Dicho estudio, que incluyó a más de 30 mil voluntarios reclutados en 99 hospitales en Estados Unidos, demostró su efectividad en el 94.1 % de ellos, con efectos colaterales leves e infrecuentes igualmente distribuidos en entre el grupo que recibió la vacuna y el que tan solo recibió placebo.
El otro modelo de vacuna que se está aplicando en la región, específicamente en Argentina, está basado en el adenovirus como vector. Se trata de una tecnología estudiada durante muchos años pero que apenas ahora parece haber encontrado una aplicación útil.
Los adenovirus son viejos conocidos nuestros, apareciendo implicados en muchos de esos cuadros respiratorios leves que todos hemos padecido alguna vez. Dado que los adenovirus son potentes generadores de inmunidad, su modificación genética espera poder inducir en el individuo vacunado la síntesis de anticuerpos contra la espiga del SARS-CoV-2 que le protejan contra la infección por dicho virus.
En este modelo están basadas la vacuna británica AZD 1222 de Oxford-AstraZeneca y la Gam-COVID-Vac de la casa rusa Gamaleya, esta última conocida entre nosotros como “la vacuna rusa”. Estudios rusos de fase II —de escala bastante baja, por cierto— le adjudican a esta vacuna una efectividad de hasta el 95% a 21 días de la segunda dosis. La casa AstraZeneca, por su lado, ha trabajado con adenovirus de chimpancé, no infectivos en humanos, reportando una mucho más modesta eficacia por el orden del 70%.
En el papel, la vacuna basada de adenovirus parece tener algunas ventajas no menores sobre la otra, como la de ser bastante más barata y no requerir de complejos procesos de distribución y conservación en cadena de frío. Pero un dato de mucho peso ensombrece tanto encanto: hasta hoy, nadie conoce estudio alguno de fase III con la “vacuna rusa” que haya sido publicado.
Aquí en Venezuela un día vimos aterrizar un Tupolev con las ampollas listas buscando reclutar voluntarios pero tal parece que, salvo por algunos faramalleros del chavismo, no fueron muchos los que se quisieron anotar.
Ningún organismo regulador serio en el mundo (léase, la FDA de Estados Unidos o la EMA de la Unión Europea) ha aprobado la vacuna de la casa Gamaleya y la razón es clara: quieren números y los rusos no los tienen. O no los quieren mostrar. En nuestra región hasta ahora solo los argentinos están metidos en esa rifa.
La mejor noticia para nosotros sería que la Gam-Covid-Vac (marca comercial Sputnik V), la famosa “vacuna rusa”, resultara segura y eficaz. A un costo unitario promedio cercano a los 25 dólares, la tenemos muy cuesta arriba con las de Pfizer-BioNTech y Moderna. Pero la opinión médica y los estados serios del mundo han hablado claro: sin datos no hay aprobación y en materia de salud pública nadie “juega a carrito”.
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La biotecnología del país del gran Ilya Mechnikov, el padre de la inmunología, y de Nikolai Gamaleya, el bacteriólogo discípulo de Pasteur fundador de instituto que hoy lleva su nombre, paga hoy quizás injustamente el precio de la proverbial opacidad con la que el régimen ruso de la era postsoviética siempre lo ha manejado absolutamente todo. Por cierto, apelar a una vieja gloria tecnológica de otros tiempos denominando Sputnik V a su prototipo de vacuna puede que sea una muy habilidosa estrategia de mercadeo de los rusos, pero resulta totalmente inútil cuando de lo que se trata no es de demostrar las bondades de tecnologías aeroespaciales sino biológicas. Salvo por las espigas que cimbraban aquella muy fea bola metálica que era el satélite Sputnik, nada hay que evoque en el coronavirus aquellas gestas de la época de Nikita Khrushchev.
Habiendo pasado una rápida mirada a estos temas, volvamos a nuestra realidad. Elegir una vacuna para Venezuela, procurarla en el mercado, traerla al país, distribuirla y aplicarla con seguridad y de acuerdo con un plan razonable y creíble está bastante más allá de las capacidades del régimen chavista.
Venezuela llegó tarde a todo lo relacionado con la covid-19: llegó tarde a su diagnóstico y a su reconocimiento como problema de salud pública mundial, tarde a la preparación de un mínimo de apresto hospitalario para su correcta atención y tarde una vez más en lo que concierne a su prevención mediante vacuna, en momentos en que, por primera vez en la historia el mundo, se ha planteado el desafío de poner fin a una pandemia mediante la inmunización simultánea de buena parte de la humanidad.
Los bloques de países mueven su músculo tecnológico, político y financiero. Oímos hablar a Trump y a Macron, a Trudeau, a Merkel y a Boris Johnson, mientras que aquí en Palacio lo que se debatía era la reinstauración del 7×7 y la repartición de los perniles navideños.
¡Diez meses mareando la perdiz, escondiendo cifras y matizando verdades hasta que el drama de la epidemia le estalló al país en pleno rostro! ¡114 mil casos —que se sepa— y mil muertos, 300 de ellos enfermeras y médicos contagiados en hospitales desportillados, pero con un peloterito doble A, puesto al frente de un inútil hospital de campaña improvisado en el Poliedro! Con tales antecedentes, justo es clamar porque la vacuna no termine convirtiéndose también en una nueva tomadura de pelo.
Insisto: traer una vacuna de calidad a Venezuela, distribuirla y aplicarla con criterio técnico y transparencia está más allá de las capacidades de un Estado fallido.
Esto no se hace ni apelando a las páginas amarillas ni a los delivery de morral cúbico a la espalda que ruedan por toda Caracas. Venezuela no está en el mapa mundial de las vacunas para covid-19 salvo por la firma de un papel —ése que todo lo aguanta— con algún burócrata moscovita de los tantos que hay.
Nuestro récord en materia de aplicación, incluso de las vacunas más elementales, es probablemente el más pobre de toda Iberoamérica. Lo decía hace unos días mi colega, el profesor Julio Castro Méndez: ¿quién va a creer que aquí se va a vacunar a 10 millones de venezolanos contra la covid-19 cuando no hemos sido capaces de aplicar la vieja MMR (measles, mumps, rubella), la vacuna contra las archiconocidas sarampión, parotiditis y rubeola, a un millón? Pero las verdades se imponen solas.
El tiempo corre. La epidemia avanza. Los países se posicionan y toman decisiones para proteger a sus nacionales, mientras que aquí miramos crecer la hierba. Ni el régimen chavista ni el interinato que pretendió ejercer la AN pudieron con esto. Ahora son miles de vidas venezolanas que están en juego.
Alguna vez Venezuela vivió prisas similares. El 20 de marzo de 1804, con la viruela enseñoreada en América, atracó en Puerto Cabello la corbeta María Pita, que había zarpado de La Coruña el 30 de noviembre del año antes. A bordo, cuenta la vigésima duquesa del infantado y finísima escritora española, Almudena de Arteaga, en su novela histórica Ángeles custodios de 2010, viajan la bravía enfermera gallega Isabel Cendal y los niños expósitos de Orense cuyas pústulas servían como medio de transporte del principio activo descrito por Edward Jenner, base de aquel primitivo modelo de vacuna con el que la ilustración hispana llevaría a cabo una proeza sanitaria que hoy citamos como antecedente para enfrentar el desafío de covid-19.
Caracas fue la primera ciudad en tierra firme americana donde se constituyera una junta a cargo de organizar la vacunación, mesa alrededor de la cual se sentaron don Andrés Bello y el médico realista José Domingo Díaz: fue la Junta Central de la Vacuna de 1804.
Sobrevino la Conjura de los Mantuanos de 1808, los acontecimientos de 1810 y 1811 y el estallido de la guerra y la Junta Central de la Vacuna pudo sortear todos esos embates manteniendo la aplicación del llamado “fluido vacuno”, que para 1815 había beneficiado a más de 100 mil almas. Aun, en medio del horror de la Guerra a Muerte, había prevalecido algo de sensatez.
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Sensatez que el país querría ver prevalecer también en esta hora difícil que vive dos siglos más tarde, huérfano como se siente de planes serios de procura y distribución de una vacuna de calidad en tiempos y a costos razonables. Mientras Iberoamérica ya comienza a aplicar una u otra vacuna, aquí apenas es hoy cuando estamos viendo cuánto queda en la alcancía, esperando a que alguien allá en el Kremlin se compadezca de nosotros. ¡Trágica situación la nuestra, que nos hace recordar con nostalgia el arribo de aquella expedición filantrópica que tocara costas venezolanas con la vacuna antivariólica abordo en 1804!
Imponer un mínimo de sensatez en la gestión de tan complejo asunto no es algo que le podamos pedir al régimen chavista. Carente de equipos técnicos competentes —¿quién en el mundo tomaría en serio hoy a un ministro de Salud venezolano?—, económicamente insolvente, desorganizado y con el peso de la desconfianza del mundo a cuestas. Ponerlo al frente de una operación de tal complejidad sería irresponsable.
Si los perniles que sus agentes repartían por Navidad llegaron podridos y los quinchonchos de las cajas CLAP llenos de gorgojos, ¿cómo poner a este “escuadrón metelapata” a cargo de la procura y distribución de una sofisticada vacuna basada en ARNm, por ejemplo?
Las fuerzas democráticas tampoco es que estén en mejor forma. Si bien mejor preparadas en lo técnico, no menos cierto es que la materialidad de sus acciones en territorio nacional ha sido siempre poco menos que nula. Muestra de ello son los acuerdos suscritos en junio pasado con la OPS/PAHO actuando esta dizque como agente de bona fide: de los 35 equipos lectores para el diagnóstico de covid-19 convenidos, traídos e instalados en el país ¡no se conoce a médico venezolano alguno que haya tenido en sus manos el primer reporte por ellos emitido! A estas alturas, de nada sirven las aporías jurídicas, las reuniones en embajadas ni los acuerdos legislativos: en una acción sanitaria como la que aquí está planteada, el problema es de potestas y no de auctoritas, de “músculo” y no de wishful thinking.
¡Miseria irremediable la nuestra si, habiendo mantenido operando aquella junta a cargo del “fluido vacuno” aun en medio de la Guerra a Muerte, falláramos en hacer lo propio hoy!
Designar una “junta de la vacuna” bajo bandera de Naciones Unidas y el auspicio de países amigos es la propuesta. Un equipo ad hoc que convoque al Estado y demás actores relevantes en Venezuela —la Academia, los gremios y sindicatos sanitarios, las ONG expertas, la Iglesia y el empresariado— alrededor de una tarea muy concreta: traer al país, apelando al Fondo de Acceso Global para Vacunas covid-19, la mejor vacuna disponible, distribuirla y aplicarla de acuerdo con criterios técnicos transparentes que contrarresten las presiones de grupos de poder y de factores privilegiados y que eviten que el noble acto de vacunar se transforme, como ocurriera ya en este continente en otros tiempos, en instrumento de control político y social.
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Hemos de insistir en que la entidad convocante sea Naciones Unidas a través de sus organismos expertos y no OPS/PAHO, vaciada de confiabilidad como quedó esta otrora prestigiosísima organización como consecuencia de las ligerezas de muchos años de algunos de sus funcionarios, entre los que se me hace imposible no mencionar a la inefable doctora Mirta Roses, su directora general entre 2003 y 2013, hoy acogida a la dulce jubilación en algún lugar del mundo donde seguramente ya se habrá comenzado a vacunar. ¡Una década de obsecuencia con el chavismo, desoyendo el clamor de las más autorizadas voces médicas del país! ¿Cómo seguirles otorgando hoy el beneficio de la duda? Trágico es el descrédito. ¡Cómo cuesta sobreponerse a él cuando ya ha completado su labor de socavamiento de la confianza un día otorgada!
Desde la modesta posición de médico de hospital público que hoy nos toca ocupar hacemos estos planteamientos dirigidos a todo actor con responsabilidades directas ante el complejo desafío que enfrentamos.
Planteamiento que hacemos, por cierto, no desde sofisticados meeting rooms sino desde salas de hospitalización repletas de pacientes jadeantes, con los pulmones destrozados por el SARS-CoV-2. Una realidad brutal que nos ha puesto a añorar la lejana tarde de 1804 en la que los vientos trajeron a nuestras costas la bendita vacuna del doctor Balmis en las pústulas de los 22 muchachitos gallegos que viajaban sobre la cubierta de la “María Pita” y que caraqueños de tan diferente origen y opinión recibieron organizándose en aquella memorable “junta de la vacuna”.
Referencias:
- Baden LR, El Sahly HM, Essink B, et al. Efficacy and safety of the mRNA-1273 SARS-CoV-2 vaccine. N Engl J Med. 2020 Dec 30. doi: 10.1056/NEJMoa2035389. Epub ahead of print. PMID: 33378609
- De Arteaga, Almudena (2010) Ángeles custodios, Barcelona. Editorial B, 318p.
Gustavo Villasmil-Prieto es Médico-UCV. Exsecretario de Salud de Miranda.
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