Porcomercadeo, por Teodoro Petkoff
El gobierno está importando y distribuyendo alimentos a precios subsidiados.
La intención es generosa: proporcionar alimentos básicos a los sectores populares. Era también la intención de Corpomercadeo (popularmente conocido como Porcomercadeo), en tiempos del gobierno de Jaime Lusinchi. Sin embargo, cuando años más tarde este organismo fue desmontado, representaba 6 mil de los 27 mil millones de la deuda externa pública de la época y a su sombra se habían construido fortunas enormes y Porcomercadeo quedó como uno de los símbolos más repulsivos de la corrupción, porque esta se producía en el ámbito de los alimentos para los pobres, sin hablar de su tremenda ineficiencia.
Para Mercal podría predecirse el mismo destino. Con el agravante de que el gobierno ha colocado en manos de la Fuerza Armada la instrumentación de las importaciones y la administración de los mercados populares. En la memoria reciente todavía está la experiencia del Plan Bolívar, que condujo a una expansión impune de la corrupción en el seno de la institución castrense. La FAN, con el apoyo logístico de una agencia de trading cubana, denominada “Alimport”, tiene a su cargo el grueso de las importaciones. Algunos en su seno se frotan las manos de gusto y salivan copiosamente ante la expectativa de los fáciles negocios que están a la vuelta de la esquina.
Se produce con esto una desnaturalización del rol específico de la FAN, atribuyéndole funciones que en sana lógica escapan al cometido que les es propio y se corre el riesgo de que se reproduzcan prácticas, ahora en el seno de la FAN, semejantes a las que hicieron tristemente célebre a Porcomercadeo, incluyendo aquellas que por el camino desviaban parte de los productos hacia otros destinos más lucrativos.
Por otra parte, los envases y bolsas para los alimentos, de cuya distribución está encargada la FAN, tienen propaganda política progubernamental estampada en ellos. Es el mismo obsceno populismo demagógico de otros tiempos, cuando gobernadores y alcaldes, distribuían bolsas de comida “engalanadas” con sus fotografías y frases alusivas a su “bondad” gobernante. La misma miasma, pues.
Quienes llegaron al gobierno tremolando banderas de moralización de la vida pública y de la administración estatal hoy no hacen sino reproducir las más crasas y balurdas formas de la corrupción tradicional.
No hay nada nuevo bajo el sol. Son las mismas marramucias de siempre, la misma falta de escrúpulos, el mismo descaro.
Contando, además, con una Contraloría a la cual sólo se lograría ver en una sesión de espiritismo.
Jamás ha estado la República tan desvalida frente a sus asaltantes. Jamás había sido tan impune el robo de los dineros públicos. El contralor, el inefable Russián, ni siquiera cubre las formas. Es como si se lo hubiera tragado la tierra. Aquí los ladrones tienen manos libres. ¡Bella esta revolución!