Prohibido equivocarse, por Teodoro Petkoff

En diciembre de 1968 Venezuela vivió lo que los medios de entonces denominaron «la semana más larga». Fue la que comenzó en la noche del primer domingo de ese mes, una vez que se conoció que Rafael Caldera había ganado las elecciones con la minúscula ventaja de 30 mil votos sobre Gonzalo Barrios. Había un sector en AD, con gente muy importante en su seno, que se resistía a reconocer la victoria de Caldera y el país estuvo en vilo, al borde de la violencia, durante varios días, hasta que, finalmente, en el seno del partido blanco el pulseo entre «palomas» y «halcones» se resolvió a favor de los primeros, en particular gracias a la posición del propio candidato Barrios, quien influyó decisivamente para que su partido aceptara el triunfo del rival socialcristiano. En esa semana comenzó a decantarse la cultura democrática del país. Por primera vez vivimos la experiencia de un partido de oposición ganando y recibiendo el gobierno de quienes, entonces con vocación hegemónica, lo habían ocupado durante dos periodos consecutivos, en un país de todavía precaria tradición democrática. Esa semana sentó las bases sobre las que se levantó la estabilidad política del país durante las siguientes tres décadas y media.
Hoy, a raíz de los reparos, estamos en presencia de un nuevo forcejeo, en el seno de una fuerza de gobierno con inocultable propensión hegemónica, entre quienes sostienen que es necesario atenerse a las reglas del juego democrático y quienes atizan el desconocimiento de ellas. Los episodios vividos ayer en el CNE, con el desaire de que fueron objeto César Gaviria y Jimmy Carter, son parte de esa tensión. Afortunadamente, la cena de anoche entre el presidente Chávez y el ex presidente Carter, contribuyó a superar ese desagradable incidente, de modo que hoy en la mañana se produjo el encuentro entre el CNE y Gaviria-Carter. El proceso de totalización, que para un universo tan pequeño de firmantes y centros de reparo debe ser muy rápido, estuvo suspendido durante todo el lunes, aunque, aparentemente (y sería otro resultado de la cena en Miraflores), ya desde anoche recomenzó. Esta clase de triquiñuelas es la que en los meses anteriores llevó a que todos los plazos legales que tenía el CNE para emitir los resultados de la recolección de firmas fueran violados. Es necesario insistir en la responsabilidad del CNE y del propio gobierno. El resultado de los reparos es un secreto de Polichinela. Todos los actores del proceso lo conocen: partidos políticos de gobierno y de oposición, observadores internacionales, medios de comunicación y, desde luego, el propio CNE, así como la FAN.
Por otra parte, no vamos a decir que el mundo (que tiene otros asuntos mucho más calientes de los cuales ocuparse), pero sería que el continente americano tiene la vista puesta en Venezuela. También la Unión Europea. El mundo de hoy no es el de 1952, cuando se podía golpear a la democracia impunemente. El costo político de una patada al tablero tiene que estar muy claro para quien lo intente. Los últimos que trataron de desconocer el peso del entorno internacional fueron precisamente los golpistas de abril de 2002, a quienes los trituró entre otros factores, la reacción internacional. La gente del CNE debe recordar la admonición de Iván Rincón, quien, por cierto, ayer habló bien: «Prohibido equivocarse».