Pura pantalla, por Teodoro Petkoff
Eso de encadenar la televisión durante hora y media para transmitir la imagen casi estática del Presidente manejando una máquina perforadora en el último túnel del ferrocarril del Tuy, es uno de los más incalificables abusos que ha cometido el Presidente. Eso es realmente intolerable. El Presidente, enfermo de vanidad, parece haber perdido completamente el sentido de las proporciones y de la realidad. Desde las 12:28 hasta las 2 de la tarde, Venezuela entera tuvo que calarse la imagen, afortunadamente silente, de este inusual operador de maquinaria pesada, jugando con su máquina mientras la cámara permanecía fija sobre él. Esto es una falta de respeto al soberano, una suprema desconsideración para con millones de venezolanos que a esa hora almuerzan y descansan mirando la TV. Es un abuso para con las plantas de TV, a las cuales se hace perder millones de bolívares en una cadena insulsa e inútil, completamente innecesaria. ¿Para qué tenía el Presidente que estar en televisión más de una hora sustituyendo al operador de la máquina? ¿Qué añadía eso al mensaje que quería enviar? Nada, porque él mismo debió decir que los trabajos del ferrocarril tienen cuatro años de antigüedad, o sea que fueron planificados, decididos, contratados y comenzados por gobiernos anteriores. ¿Quién es exactamente esta persona que nos gobierna? ¿Un niño grande (ya anuncia que manejará la locomotora en el primer viaje del tren)? ¿Un narcisista insoportable? Sin duda, tiene de las dos cosas, potenciadas hoy por un vitoquismo patológico, pero estos ejercicios de interpretación psicológica son irrelevantes. Lo que interesa realmente es tratar de entender la significación política de esta conducta. Ese es el comportamiento de gobernantes que desprecian a su pueblo, que se sienten el ombligo del mundo, que no reconocen más límites a su acción que el de su propia voluntad, que jamás piensan en los demás (en el tiempo de los demás, en el trabajo de los demás, en la vida de los demás), que subordinan las instituciones a su propio y desmesurado ego, que no poseen el más mínimo sentido de respeto democrático por otras opiniones. Este tipo de gobernante no es capaz de percibir la magnitud del atropello, de la arbitrariedad que significa invadir el tiempo y las actividades de sus conciudadanos (incluso de sus ministros, a los cuales obliga a perder tiempo celebrando sus pa-yaserías), con la proyección televisiva de la diversión que experimentaba jugando al maquinista. El asunto no es que la gente puede tener la opción de apagar el televisor o irse al cable, lo sustantivo es la mentalidad antidemocrática que transparenta esa conducta. Un Presidente que es capaz de abusar así de sus conciudadanos no es un presidente democrático. Hay en él un sustrato autoritario, incluso autocrático, que le dificulta una relación democrática con sus compatriotas