Puras joyitas, por Teodoro Petkoff
La gente, hasta la de él, se pregunta cuál es el sentido de esta gira rocambolesca que el señor Chávez ha emprendido para visitar a algunas de las más impresentables figuras del planeta. La única persona decente que iba a visitar, Tabaré Vásquez, presidente de Uruguay, le mando a decir, muy cortés y diplomáticamente, que dejara la cosa para otra oportunidad porque allá tienen elecciones en octubre y temían que la garrulería del indeseable huésped pudiera restarle unos cuantos puntos al candidato del Frente Amplio, Pepe Mújica. Ya Bachelet le había echado una vaina semejante, hace unos pocos meses, cuando también le pidió que no se presentara por allá porque podía perjudicar a la Concertación.
Por lo visto, hay ya muchos que lo consideran tóxico. ¿Qué le quedaba, entonces? Pues, irse de paseo a ver a sus panas, esos que no tienen problemas en recibirlo porque casi todos tienen asfixiadas a sus respectivas opiniones públicas y la visita del señor Chávez pasa por debajo de la mesa.
Su primera escala fue en Libia, coincidiendo, con una semana de diferencia, con el arribo triunfal a su país del pupilo de Muammar Kadafi, que se voló un avión sobre Escocia, matando a 270 personas. Esas son las inconsecuencias que le reclaman al señor Chávez los muchachones de La Piedrita y otros círculos revolucionarios de la capital. Mete presa a Lina Ron –eso si, ellos deberían reconocérselo, con las consideraciones que se deben a los camaradas y no cual un Richard Blanco cualquiera–, pero va y se abraza con unos de los mayores promotores del terrorismo mundial, como si el hombre no fuera otra cosa que un pacífico modelo de esas pintorescas batolotas con las que suele aparecer en todas las fotos.
De allí salta a Argelia, donde desde hace varias reelecciones, gobierna, Abdelaziz Bouteflika, o Butterfly, como lo llamara burlonamente Fidel Castro, hace más años que días, quien preside un régimen que enterró hace años las expectativas y la cálida solidaridad que acompañaron al FLN que derrotó, en épica lucha, al colonialismo francés.
Un toque en Siria, para saludar a Bashar Al Assad, hijo de uno que murió en el trono y aspirante a igual destino dinástico. La siguiente etapa lo lleva a esa extensión del mar de la felicidad que es Irán, donde el hermano Ahmadineyad, más enredado que perro en patio de bolas, hará un tiempito para el abrazo fraternal y la firma de 450 nuevos acuerdos, tan buenos para Venezuela como los 935 ya firmados en visitas anteriores, que nadie conoce, ni se sabe para que sirven. Ya de ahí es caída libre, hacia Bielorrusia, donde el otro hermanazo, a quien llaneramente apela Luka, también lo estrechara entre sus brazos y le sacará algunos contraticos de armas, repele de los que deje Putin, zar de todas las Rusias, maestro de todos los autócratas modernos. Pero, no vayan a creer que el señor Chávez no tiene límites.
Los tiene. No fue a Sudán ni a Zimbabue, aunque a sus panas de allí pudo verlos discretamente en Libia, donde Mugabe y Al Bashir también se tomaron la foto en familia con el verde Kadaffi. Quizás para otra ocasión, quede Corea del Norte. ¿Si Clinton fue, por qué él no? ¿Y qué saca Venezuela de esta súper gira? Un carajo, como no sean más millas para la cuenta del señor Chávez.