¡Qué familia!, por Teodoro Petkoff

Si el río suena, piedras trae, reza el viejo dicho. El río del descomunal enriquecimiento de la familia Chávez está sonando por lo menos desde 2001 y a estas alturas del juego poca duda puede caber de que trae piedras gigantescas. Denuncias de toda clase han venido siendo realizadas a lo largo de estos años sin que ellas hayan podido romper la impenetrable barrera de un sistema judicial, un ministerio público y un parlamento configurados precisamente para que a través de su espesa malla no pueda filtrarse nada que afecte a la familia real. Hasta ahora la impunidad de sus fechorías ha estado garantizada por el mismísimo estado venezolano.
Sin embargo, las recientes denuncias realizadas por el diputado de la legislatura barinesa, Wilmer Azuaje, han perforado la muralla de las complicidades y la sinvergüenzura y no solamente el país entero lo ha oído narrando los detalles de las tracalerías cometidas por algunos miembros de «la familia» sino que el Parlamento, a pesar de todos los esfuerzos para impedirlo, tuvo que darle curso a los alegatos del diputado barinés. Hay una primera razón para ello: Azuaje es un dirigente político muy prominente del oficialismo en el estado Barinas.
No es una personalidad de segunda fila por aquellos predios sino que, de hecho, ha venido siendo la contrafigura pública de Argenis Chávez, el sátrapa local, a quien su hermano parece resignado a tolerarle sus desafueros, con base en algún extraño acuerdo familiar. Azuaje no es Tascón y haber estado durante años enfrentado a la familia Chávez ya constituye una credencial respetable, porque en esta confrontación no es difícil ubicar de qué lado están la razón y la justicia.
Azuaje es alguien que sabe de lo que habla porque, para citar la vieja y manida frase de José Martí, conoce al monstruo porque ha vivido (y vive, valdría notar) en sus entrañas. No obstante, prácticamente todo lo que Azuaje ha sacado a la luz es periódico de ayer para sus coterráneos y para el país político. El punto es qué va a pasar ahora. Aquí hay dos clases de corruptos; unos, «compañeritos» de a pie, que chorean en Mercal, buhoneros de la corrupción y que carecen de palancas. Esos van a parar a los tribunales y sirven como coartada para proteger a los otros corruptos, a los peces gordos, a los familiares de los grandes jerarcas. Tascón se metió con una de las familias sagradas, fue lanzado al espacio exterior, como ánima en pena. Wilmer Azuaje, por su parte ha jurungado el peligroso avispero de la familísima. ¿Correrá la misma suerte de Tascón? ya se ha puesto en marcha el siniestro mecanismo de las descalificaciones personales. La implacable e inmoral maquinaria que muele reputaciones tiene en la mira a Wilmer Azuaje. ¿Se saldrán los Chávez con las suyas? Esta vez no les luce tan fácil.