¡Qué hubo, Teo!, por Omar Pineda
A ese amigo de quien Elizabeth y yo nos despedimos con un abrazo el día anterior a nuestra salida de Venezuela, hoy quiero tributarle mi respeto y admiración
No podré olvidar esa mañana lluviosa de abril del 2000 cuando subimos, como niños el primer día de clases, por la escalera del edificio que fue sede del Diario de Caracas, en Boleíta, y que a partir de entonces sería la primera sede del vespertino TalCual. Semanas antes yo había formado parte del equipo inicial que se reunía en una oficina de Sabana Grande para dar los últimos toques de lo que nació como una idea audaz, sin recursos, pero con una gran ilusión: un diario que no cesara en enfrentar la disparatada aventura autoritaria de Hugo Chávez. Una vez en la redacción, y tras unos minutos de espera salió el director, su rostro ya conocido, con esa expresión enérgica que intimida en la primera impresión y sus ojos claros, murmulló unos buenos días y leyendo un párrafo de un libro de Tomás Eloy Martínez, Teodoro Petkoff nos invitó a sumarnos a ese gran desafío periodístico que ha sido TalCual.
Fue así como Teodoro, como el acostumbró a que lo llamaran, sin el “señor”, sin ese apellido que pocos llegaban a escribirlo bien, se erigió en la inspiración de un grupo de redactores, fotógrafos y diseñadores que dieron vida a este pequeño pero valiente periódico cuyo lema “claro y raspao” se patentizó en las ocho demandas judiciales durante los gobiernos de Hugo Chávez y Nicolás Maduro.
A pesar de las presiones ministeriales, del hostigamiento fiscal y del estrangulamiento económico encubierto en amenazas a las empresas que osaban publicar avisos en sus páginas, TalCual se mantuvo, con su Editorial y el aporte de las originales informaciones que sus reporteros lograban extraer de una Venezuela todavía adormecida bajo el discurso demagogo de un gobierno tomado por la corrupción y más tarde por la represión.
Fue el primero de los centenares de días en los que hice mi vida de periodista en TalCual, donde un día fungía como editor y otro como coordinador de la edición digital
Teodoro fue el eje de ese proyecto porque le inyectaba su cultura y su experiencia política, pero por encima de ello su invalorable condición humana. Ya antes lo había tratado en mi condición de militante del MAS e inclusive como su periodista en una de las tantas campañas presidenciales.
Durante mucho tiempo acumulé suficientes horas de contacto para entender a un venezolano preocupado por el país. Pero también para tenerlo como amigo en las circunstancias personales en las que pude verme involucrado. A ese hombre democrático, que como director de TalCual en una ocasión me preguntó –cuando podía ordenármelo– si podía atenuar una nota fogosa que había escrito contra un chavista en la sección Por mi Madre, y cuando yo me negué, él dejó que se publicara íntegramente; a ese amigo de quien Elizabeth y yo nos despedimos con un abrazo el día anterior a nuestra salida de Venezuela, hoy quiero tributarle mi respeto y admiración, con el saludo particular con él que nos daba los buenos días.
*Lea también: De cómo lo haría Teodoro, por Juan Pablo Arocha