Quemaduras leves, por Teodoro Petkoff

Treinta y cinco días después del incendio en Fuerte Mara, falleció ayer el soldado Ángel Pedreañez. Treinta y cinco días después el hecho permanece en el más absoluto misterio. Pareciera que hubiera tenido lugar en el Polo Norte o en las profundidades de la selva amazónica, sin testigos, y que para su esclarecimiento sea necesario apelar a los cuerpos de investigación policial más experimentados del mundo o a sesiones de espiritismo.
Pero el incendio ocurrió en una guarnición militar en territorio zuliano, donde sirven oficiales, suboficiales y soldados venezolanos y donde es IMPOSIBLE que no se sepa cómo se desencadenaron las llamas. Seis soldados sobrevivieron a las quemaduras. ¿Dónde están? ¿Por qué no ha habido manera de lograr su testimonio? Existiendo no sólo la norma constitucional que coloca bajo jurisdicción ordinaria los delitos de lesa humanidad o contra derechos humanos cometidos en el ámbito militar, sino también la jurisprudencia del TSJ en ese sentido, cuando anuló el juicio militar al teniente Sicat y lo radicó en la jurisdicción ordinaria, ¿por qué el tribunal militar ha tardado treinta y seis días en declinar su competencia, para que el caso sea asumido por la justicia ordinaria? El general García Carneiro, ministro de la Defensa, pide «contención» a los medios en el tratamiento del tema, pero no se da cuenta que mientras la FAN mantenga en el secreto las investigaciones y no exista ninguna información oficial y confiable sobre sus resultados, en los medios no pueden sino expresarse las sospechas que suscita una conducta que se parece demasiado a la tentativa de encubrimiento de un delito.
A la propia comisión parlamentaria que investiga le mamaron el gallo en Fuerte Mara. «Coincidencialmente» todos los oficiales y soldados que estuvieron el día del incendio en el establecimiento castrense, estaban «de permiso» el día que la comisión fue. No pudo hablar con nadie. ¿Cómo no quiere García Carneiro que se sospeche y se diga que hay quíquirigüiqui en el manejo de este sombrío suceso? Una administración militar responsable habría suministrado de inmediato la información que fácilmente podría recabar de los oficiales, suboficiales y soldados de Fuerte Mara. Pero lo primero que se hizo fue desviar la atención, lanzando informaciones sobre un accidente con colillas de cigarrillos, inculpando de entrada, como en el caso Sicat, a las propias víctimas. Más tarde, otras especulaciones de fuente militar, hablaron de fósforos y yesqueros, echando siempre la culpa sobre los soldados. Luego, cayó el silencio oficial sobre el asunto y no puede menos que recordarse, entonces, a Simón Bolívar: «a la sombra del misterio no trabaja sino el crimen».
En el ínterin, el propio presidente emitió su aventurado diagnostico sobre las «quemaduras leves» doblemente desmentido por las muertes de los reclutas Bustamente y Pedreañez. Lo cual no ha obstado para que, con contumacia, tanto Chávez como el famoso humanista José Vicente Rangel, se hayan sentido obligados a censurar las torturas en Irak pero convaliden, justifiquen y honren a los torturadores vernáculos. Pueden imaginarse los galones de tinta que habría derramado catonianamente Rangel si un hecho como el de las «quemaduras leves» hubiera ocurrido en ese distante pasado donde fingía preocuparse por los derechos humanos. ¡Y todavía hay gente que cree que esta constelación de Tartufos son los líderes de una revolución!